Poder, autoridad, líderes y liderazgo
El Poder es el tercer elemento en la estructura de un Estado, junto con el territorio y la población; pero estos últimos son factores geográficos y humanos anteriores al Estado, porque existen como algo previo a toda formación política.
En cambio, el Poder, tal como lo entendemos en la concepción moderna, es la unidad de acción que le da forma a la empresa humana de bien común que es el Estado. El Poder conlleva la posesión de la fuerza suficiente para imponer una determinada decisión, pero una posición que se acentúa exclusivamente en la fuerza fáctica, desconociendo la particular condición de la persona humana, que es un ser sustancial cuya plenitud se logra en el ámbito social pero sin renunciamiento a los valores que son el sustento de su propia dignidad, conduce a una visión unilateral del fenómeno político.
Al hablar del poder en términos genéricos se impone tener presente la distinción entre Poder y Autoridad. Ambos atributos se presentan siempre, en mayor o menor proporción en el Estado, pero obedeciendo a conceptos que pueden ser diferenciados: “El Poder implica una fuerza efectiva, capaz de hacer cumplir, aun coactivamente, los mandatos que se han impartido; la Autoridad, en cambio, significa un cierto prestigio y ascendiente moral, basado en la tradición o en la creencia de una determinada legitimidad, que inviste al que la posee de la posibilidad de hacer valer su influencia sobre los demás sin emplear métodos coactivos. Esta distinción se encuentra ya en el derecho público romano, en el que el Senado se presenta como poseedor de autoritas, mientras que el pueblo era el origen de la potestas” (Guido, Emilio, Derecho Político, Ed. Ergón, pág 148).
A principios del siglo pasado, Guglielmo Ferrero dijo al respecto: “El Poder, para sobrevivir, necesita de algo más que la fuerza, de bastante más que la violencia, de mucho más que la coacción; el Poder, para alcanzar la estabilidad y la gobernabilidad, precisa del asentimiento, de la obediencia libremente prestada, del consentimiento de los llamados a obedecer” (Poder, Editorial Tecnos, Madrid, 1998, págs. 24 y 25). A eso, Ferrero lo llama legitimidad. En tal sentido, quizás inspirado en Montesquieu, Poder es una especie del Espíritu de las Leyes de la Democracia, el cual, si descansara solo en la fuerza, estaría destinado al fracaso.
Antes de definir el perfil de un líder político en el contexto internacional actual, no puedo omitir expresar que la ausencia de auténticos liderazgos, salvo contadas excepciones en distintos ámbitos, incide en que los sistemas políticos sean criticados, los económicos colapsen, grandes y medianas empresas desaparezcan, exista inquietud en la distribución de bienes y servicios, se consuman los recursos naturales sin ningún modelo sostenible y se esté siempre ante la posibilidad de un colapso de proporciones.
Aprecio que, en cualquier escenario, liderar es la capacidad de quien conduce de decidir lo que debe hacerse, y luego lograr que los demás evidencien predisposición anímica para alcanzar el objetivo deseado; y subliminalmente, una “obediencia anticipada”. En el siglo XIX, Abraham Lincoln sentenció: “Es necesario persuadir en vez de obligar. Ningún hombre es suficientemente bueno o sabio para gobernar a otro hombre sin el consentimiento de éste”.
En el siglo actual, el líder debe moverse en la globalización, donde todo se conoce en tiempo real, reina la incertidumbre, el cambio es constante y con frecuencia discontinuo, lo sólido se desvanece y la revolución tecnológica incide en las organizaciones, pero mantienen plena vigencia los principios inmutables desde Moisés hasta Nelson Mandela y Ángela Merkel, entre otros: resiliencia, empatía, inteligencia básica, valores claros y firmes, altos niveles de energía personal, buena memoria y habilidad para que los seguidores se sientan bien consigo mismos. Una característica de todos ellos es que cumplieron con lo expresado por Platón hace más de dos mil años: “La condición más importante de un líder es no querer serlo”.
Hoy, más que nunca, un líder es reconocido menos por lo que dice y más por lo que hace; menos por lo que habla y más por lo que escucha. En la historia de la humanidad hubo ejemplos de líderes que fueron conscientes de que el Poder no es un dominio absoluto sino una tenencia en arriendo. Luego de cumplir los objetivos para con sus pueblos, Lucio Q. Cincinato, George Washington y José de San Martín abandonaron voluntariamente el Poder. En el mundo y en nuestro país estamos viviendo momentos de una verdadera crisis de todo tipo, y en el ámbito político se impone, entre otras cosas, un principio ético dialógico: no tomar como correcta una norma si no lo deciden la mayoría de los afectados por ella, tras un diálogo celebrado en condiciones de simetría. Ello contribuiría a tender un puente entre el pasado y el presente con miras al futuro que deseamos.
¡Qué vigencia tienen hoy las palabras de nuestro prócer Carlos Pellegrini, expresadas hace más de un siglo!: “Para saber qué camino se ha de seguir, es necesario saber dónde se quiere llegar. El secreto de la energía y el nervio de todas nuestras acciones consiste en eso, pues esa fijeza de objetivo hace imposible vacilaciones en los momentos decisivos… No toméis nunca el aplauso por objetivo ni por guía, él vendrá a su hora si lo merecéis en verdad. Hay otro guía más seguro dentro de vosotros mismos, vuestra conciencia sana. Seguidla siempre y, si es necesario, sufrid por ella”.
Exjefe del Ejército Argentino. Veterano de la Guerra de Malvinas y exembajador en Colombia y Costa Rica