Pobreza y empresa
¿Cómo luchar contra la pobreza? Sobre esto la literatura política, la ciencia, la doctrina social de la Iglesia Católica presentan investigaciones interesantes. ¿Pero qué hacer? Esta pregunta es política. Fuera de la política, ¿es posible hacer algo? ¿Sería posible espontáneamente que todas las empresas, de acuerdo con ciertos criterios, “absorban” a todos los pobres? ¿Sería posible tal fusión por absorción sin la actuación directa de la política? Es evidente que se requerirá una planificación política de varios mandatos.
¿Habría una mayoría política suficiente para mandar esta fusión, ordenarla selectiva e íntegramente de modo que se hiciera posible la absorción empresaria de la pobreza? ¿O la política no quiere esto? ¿O cierta política quiere mantener en la pobreza a un número cada vez mayor de “pobres votantes”? Si no se puede hacer espontáneamente por la política y la legislación, es previsible que siga en aumento la pobreza, porque el Estado no puede dar más emisión de pesos, sin utilidad alimentaria.
¿No sería de esperar que un partido político prometa y se empeñe en hacer esto para todos los pobres y todas las empresas? Supongamos que un partido lo promete, y no solo lo promete, sino que establece y propone un plan de realización concreta de ese fin político, ¿sería votado? Si eso no pudiera tener viabilidad política, caben al menos otras preguntas. ¿Ningún partido político lo quiere? ¿Las empresas y los pobres estarían dispuestos? Si todas las preguntas tuviesen una respuesta prácticamente negativa, ¿sería posible luchar contra la pobreza de manera concreta, planificada y con el fin cierto de lograrlo en un tiempo razonable?
Si ningún sector político, ni siquiera la izquierda, tiene un plan concreto con ese fin, tal vez deberíamos concluir que ni la sociedad ni la política están dispuestas a derrotar a la pobreza. ¿El país sería viable? Se podrá decir, y quizá con razón, que no alcanza con esa fusión para resolver el problema. Pero entonces habría que buscar otro camino, pues la ausencia de política conduce al aumento de la pobreza.
Si nadie indica un camino más específico, ¿debe quedar el asunto librado a la política económica general? Y si así fuera, ¿de qué manera directa esos planes tendrían que conducir a una sustancial eliminación de la pobreza de modo bien planificado, con metas y calendario? Si no se está dispuesto a luchar seriamente contra la pobreza, no se quiere realmente eliminarla ni mejorar la situación de los pobres y el mercado interno. Surge enseguida una pregunta que debemos tener el coraje cívico de hacer y es la siguiente.
¿Qué partido saca más ventaja electoral con aproximadamente la mitad del país en la pobreza? Es probable que la respuesta de los partidos sea: “ninguno”. Sería un buen comienzo, aunque, obviamente, increíble hasta que no se vean planes de lucha en las campañas. No estaría mal si, aun con intenciones de entrenamiento, los candidatos y los partidos empezaran a hacerlo para las próximas elecciones legislativas. Si los partidos ubicados más a la izquierda o cualquiera, aun el que gobierna, lo intentasen, tendríamos unas elecciones sumamente útiles, aunque se posterguen unos días para preparar mejor las propuestas y planificarlas.
Es muy probable que esto favorezca considerablemente las negociaciones con todos nuestros acreedores externos e internos, sin olvidar que entre estos están primero los pobres, alrededor de la mitad del país. Nadie ignora que tenemos una gran “deuda interna” que atender sin incumplir la externa. Lo honesto es pagar las dos deudas, para no pasar de “vivir con lo nuestro” a “vivir con lo ajeno”.
En cualquier alternativa contemplada aquí o en otras mejores, parece indispensable contar con equipos de estudio que sepan del asunto, sin olvidar que los clásicos ya decían que “lo primero que se le pide al que obra es que sepa”. Y aun corriendo el riesgo de no ser demasiado imaginativo, me parece que sería bueno un gran acuerdo nacional, como ahora se pregona, sobre pobreza y empresa, para que esta tienda, al menos, a absorber aquella. El Estado se ahorraría muchos planes y podría pagar las deudas, además de mejorar el mercado interno.
Las empresas deberían razonablemente dar trabajo a los pobres. Así podría cumplirse la doctrina del Papa en su última encíclica, en virtud de la cual a los pobres no solo se les debe dar dinero, sino trabajo. Y los que pueden dar trabajo son los empresarios, arriesgando heroicamente sus riquezas para ayudar al Estado, esto es, para el bien común, que será el bien de todos. Una alianza forzada entre trabajo y empresa o entre pobreza y empresa. ¡Ah! Los que visitan seguido al Papa deberían ser los primeros en trabajar para que la empresa, con justicia distributiva, esto es, para el bienestar general como objetivo constitucional, pueda, con imaginación y no menos coraje, vencer la pobreza. Si el plan se cumple, es probable que inversores extranjeros se decidan a venir. Es necesario un plan intergubernamental. Habría que vencer un incierto aunque temido peligro para algunos políticos: que los pobres voten a los ricos… ¿una especie de protectorado?