¿Pobreza o empresa? La mirada del papa Francisco
No es raro escuchar afirmaciones críticas sobre el papa Francisco en algunos ámbitos de gente de empresa. A veces se repiten como lugares comunes instalados. "Ya se sabe que es un Papa peronista", afirman defensores y detractores. "Habla de los pobres, pero no de la empresa", dicen otros. Otras versiones postulan que "desconfía de lo que ha hecho rico a los países, es populista". Estas frases no están exentas, en algunos casos, de admiración por su cercanía y su capacidad de comunicación en otros temas. Pero se lo considera ajeno al mundo de la empresa, a su valor y necesidad.
Pienso en la utilidad de visibilizar algunas opiniones de primera mano del Papa, rechazando de plano a otros supuestos voceros, por calificados que sean. Más de una vez Francisco pidió que no se lo juzgara por lo que los medios dicen que dijo, sino por lo que verdaderamente había dicho.
Frente al poco aprecio que registré por parte de algunos empresarios, ¿qué es lo que piensa Francisco de la empresa?
Vamos a su documento programático, su primera carta, Evangelii Gaudium (EG), de diciembre de 2013. Allí afirma, clara y directamente, que "la vocación de un empresario es una noble tarea [que] le permite servir verdaderamente al bien común, con su esfuerzo por multiplicar y volver más accesibles para todos los bienes de este mundo". (EG 203). En una exposición de su visión de la economía, con la mirada puesta en la pobreza, no duda en afirmar que el empresario tiene en sus manos una tarea fundamental: la producción de bienes para las personas. Su noble tarea es verdadero servicio al bien común, y se valora el esfuerzo -particularmente en países como el nuestro- por crear riqueza y hacerla accesible.
Afirma Francisco que "ni el Papa ni la Iglesia tienen el monopolio en la interpretación de la realidad social o en la propuesta de soluciones para los problemas contemporáneos"
Recuerdo en las últimas semanas, en un seminario de empresarios, un importante directivo afirmó: "no hay que tener miedo a pensar que mi negocio tiene una utilidad social". Aplaudí esa afirmación, porque supone entender el sentido de todo trabajo, también de la empresa, cuando muchos piensan que el único motor de la empresa es el beneficio. La lógica ganancia es el premio al aporte social de una empresa que "trabaja con otros, para otros", como recuerda un documento vaticano sobre el tema. Sin empresa no hay creación o multiplicación de bienes, lo que hace posible que sean accesibles a más personas, a precios más asequibles. Encriptada en estas afirmaciones está la convicción de que el beneficio no es ni puede ser, como bien se reconoce en muchos ámbitos hoy, el único motivo de la actividad empresarial, y esa es la convicción también del Papa.
Como sacerdote intelectualmente bien formado, Francisco conoce la larga tradición del pensamiento social cristiano, un marco de referencia formado por pocos principios fundamentales, que se van aplicando de modo variado a lo largo de los tiempos. La llamada Doctrina Social de la Iglesia no es un conjunto dogmático de obligaciones sociales, sino una disciplina, un método de estudio que ha de adecuarse a cada época para aplicar los principios de modo concreto, a medida que las circunstancias cambian. La enseñanza que articula propone líneas generales, ya que reconoce que es tarea de otros actores encontrar soluciones concretas. Así, afirma Francisco, que "ni el Papa ni la Iglesia tienen el monopolio en la interpretación de la realidad social o en la propuesta de soluciones para los problemas contemporáneos" (EG 184). Muy pocas personas conocen esta afirmación, de calibre pesado, del que el autor es consciente. Lo que no quita que se anime a criticar las condiciones de pobreza grande, y muchas veces invisibles. Desde esa convicción denuncia aquello que le parece relevante.
El papa Francisco es hijo de su historia, de su país: su recurrente desafío al mundo de hoy a prestar atención al problema de la marginalidad e indigencia nace de esta historia: conoce los rostros de la pobreza concreta, también en su país. No suelen tener tanto eco otras condenas constantes como la de la corrupción, cáncer que produce pobreza. "Las enseñanzas de la Iglesia sobre situaciones contingentes están sujetas a mayores o nuevos desarrollos y pueden ser objeto de discusión, pero no podemos evitar ser concretos –sin pretender entrar en detalles– para que los grandes principios sociales no se queden en meras generalidades que no interpelan a nadie. Hace falta sacar sus consecuencias prácticas para que puedan incidir eficazmente también en las complejas situaciones actuales" (EG 182).
Sus denuncias apuntan a conmover la conciencia cómoda que no presta atención a problemas concretos y reales a veces demasiado cercanos e invisibles. En nuestro país no deberíamos incomodarnos por una palabra que busca "purificar la razón y ayudar a formar la conciencia", como decía Benedicto XVI.
Dice Francisco: "Si alguien se siente ofendido por mis palabras, le digo que las expreso con afecto y con la mejor de las intenciones, lejos de cualquier interés personal o ideología política. Mi palabra no es la de un enemigo ni la de un opositor. Sólo me interesa procurar que aquellos que están esclavizados por una mentalidad individualista, indiferente y egoísta, puedan liberarse de esas cadenas indignas y alcancen un estilo de vida y de pensamiento más humano, más noble, más fecundo, que dignifique su paso por esta tierra" (EG 208).
Esto debería servir para desafiar nuestra creatividad y darle palabras a un sentimiento difuso, pero a menudo afectado de impotencia. Un desafío para nuestros dirigentes, en todos los ámbitos.
Sacerdote y Teólogo. Capellán del IAE Business School y profesor Universidad Austral