Pobreza, ajuste y cambio
Datos de una encuesta reciente indican que el 44,7% de los argentinos son pobres, y que en los menores de 17 años llega el 60%. Si tenemos en cuenta que nuestro país posee recursos naturales y productivos excelentes, se ratifica la condición de ser un caso único, señalada ya hace décadas por Simón Kuznets cuando afirmara que “hay cuatro clases de países: desarrollados, en vías de desarrollo, Japón y Argentina”. Japón desarrollado pese a sus escasos recursos y la Argentina subdesarrollado pese a contar con ellos. Esto se repite ahora con la pobreza, ya que, si bien hay países con igual y aún mayores niveles de pobreza, todos ellos muestran un descenso mientras la nuestra va en sostenido crecimiento.
Lo anterior lleva a preguntarnos porqué esas particularidades de nuestro país. Y la respuesta debe buscarse en la política económica llevada adelante desde hace décadas por los gobiernos que tuvimos, y también en “el pueblo” que los eligió. Sobre la clase política se ha dicho mucho, en particular su desidia en cuanto a crear las condiciones para un proceso productivo creador de empleo genuino y de la base impositiva para atender a los gastos del Estado; lo que se sustituyó con una emisión descontrolada que creó déficits fiscales que llevaron a una inflación desenfrenada. De ahí la imperiosa necesidad de “ajustes” (que no son otra cosa que dejar de gastar más de lo que se recauda) para crear las condiciones que atraigan inversiones productivas creadoras de empleo genuino y de los recursos para que el Estado cumpla con sus obligaciones sociales y culturales.
Menos se ha hablado del comportamiento del “pueblo” que elige a esos gobernantes. Pueblo que se compone de diferentes sectores sociales, que siguiendo a Germani podríamos desagregar en estratos según niveles de ingreso y educación. Así se puede identificar a estratos bajos en ingresos y educación, que en general votaban por el peronismo; sectores medios que lo hacían por la socialdemocracia (radicales y socialistas), y estratos altos que elegían preferentemente fuerzas minoritarias que no llegaron al poder, como la UCD de Alsogaray. A esto debe agregarse que las mayorías dentro de los estratos bajos y medios rechazaban cualquier política que significara un “ajuste”; rechazo que llevó a afirmar que “si los políticos declaraban que harían las transformaciones necesarias para el desarrollo, no los votarían”.
Y estas características de nuestro “pueblo”, están por detrás de nuestros niveles actuales de pobreza, fruto de gobiernos peronistas que se ocupaban de la distribución de algo que no se producía; y de gobiernos radicales que limitaban sus funciones a los aspectos institucionales (con la democracia se come, se cura y se educa), olvidándose de crear las condiciones para el desarrollo económico.
Pero la realidad terminó por imponerse, y tanto las condiciones de pobreza extrema como la falta de seguridad para la vida y los bienes de las personas, llevaron a que una mayoría del “pueblo” (casi 56 %), proveniente de diferentes estratos sociales, decidieran apostar por un cambio de fondo, votando por un candidato que se animó a hablar de “ajuste”.
Pero este contundente triunfo electoral sólo es un primer paso para el cambio. Ahora falta la fuerza para superar los obstáculos que se interpondrán en su camino. Fuerza que necesita de un “pueblo” que mantenga su apoyo a las promesas de campaña; que los gobernantes no las traicionen; que las otras fuerzas políticas no pongan “palos en la rueda”, y que los formadores de opinión (intelectuales y analistas) se sumen a la tarea de apoyo al cambio (con el señalamiento de los desvíos que puedan existir), superando los prejuicios que llevaron a buena parte de ellos a pedir el voto por el continuismo ante un supuesto peligro para la democracia.
Sociólogo