Poblar y purificar: el otro Ramón Carrillo
El sanitarista que acompañó a Perón en sus primeros ocho años en el poder fue señalado por el actual Gobierno como un ejemplo para la construcción de un Estado moderno. Pero las crónicas oficiales ocultan las inclinaciones pseudocientíficas del médico que levantaba hospitales para "depurar la raza"
Dicen que Ramón Carrillo tenía sólo 27 años de edad y ya era un neurocirujano consagrado, que lo dejó todo para ser Ministro de Salud, construir 234 hospitales, hacer desaparecer el paludismo y lograr que la esperanza de vida creciera durante su gestión de 61,7 a 66,5 años. Son hechos que lo convirtieron en una figura histórica respetada igualmente por peronistas y antiperonistas, que lamentan por igual su muerte temprana y en la soledad del exilio.
Pero detrás de las crónicas laudatorias sobre el funcionario que se distingue por ser el único ministro que acompañó a Juan Domingo Perón en sus dos primeros gobiernos, se esconde otra historia, que muestra al sanitarista como un admirador de Hitler y señala que los hospitales que construía se fundaban sobre los cimientos de la eugenesia, una creencia que es definida por Francis Galton como "la ciencia del cultivo de la raza y el estudio de los agentes de control social, que pueden empobrecer o mejorar las cualidades raciales".
Admirado y exaltado por el presidente Néstor Kirchner, el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, y el actual titular de la cartera de Salud, Ginés González García, Carrillo tuvo su año oficial de homenaje en 2006, al cumplirse cien años de su nacimiento. Los festejos continuaron hasta hace muy poco, cuando una empresa brasileña de energía auspició la edición de un libro que relata una biografía heroica de este santiagueño fallecido en Belém (en el estado brasileño de Pará) tras su exilio de la Argentina por la Revolución Libertadora, y con el estreno del documental Ramón Carrillo, el médico del pueblo , realizado por Enrique Pavón Pereyra, hijo del biógrafo de Perón.
El año pasado, Kirchner encabezó los agasajos iniciados el 7 de marzo con un acto en el Salón Blanco de la Casa Rosada y con la distribución de una lujosa publicación de la Jefatura de Gabinete titulada Ramón Carrillo, ejemplo para un Estado moderno.
"En esta operación política, muchos hechos fueron ocultados, y la acción del primer Ministro de Salud fue puesta como el horizonte a seguir para la planificación sanitaria actual. En esta entronización, no existió una reflexión crítica", dice la historiadora Karina Ramacciotti, que se especializó en el análisis de las políticas sanitarias entre 1946 y 1955.
En los albores del Siglo XX, gobernar era poblar y purificar. Educado entre la elites conservadoras de Santiago del Estero, Carrillo transitaba esa senda de creencias cuando, apenas graduado en Buenos Aires, escribió en 1929 Un punto de vista: el de Keyserling ante la vida , artículo publicado en la revista del Círculo Médico Argentino en el que, retomando los conceptos del filósofo alemán, sostenía que los americanos se encontraban en un estadio anterior al "descenso del espíritu". A las clases dirigentes les correspondía rescatar "la verdadera cultura argentina", basada en "la tradición y los valores gauchescos" que representaban las "fuerzas germinales" y que convertirían al país "en el más rico en el provenir", concluía.
Al año siguiente, Carrillo viajó a Europa para especializarse en neurocirugía, y en Berlín, por casualidad, presenció un acto de Adolf Hitler y quedó tan impresionado que asistió a otro encuentro y se fotografió con el líder nazi, de acuerdo con lo que le confesó a Ramacciotti Cristina Carrillo, sobrina del médico, cuando la historiadora la entrevistó para sus investigaciones en 2003.
A su regreso a la Argentina, Carrillo comenzó a mezclarse con cuestiones castrenses, hasta que en 1939 fue nombrado jefe del servicio de neurología y neurocirugía del Hospital Militar Central, donde conoció a Perón en 1943 (luego de su salida de la prisión de Martín García). Fue por entonces cuando desarrolló algunos de los conceptos que guiaron su política en el terreno civil: la idea de crear un "soldado ideal", eliminando a los conscriptos que "presenten determinadas rarezas" que podrían generar indisciplina o impidan la formación de un "sentimiento argentinista".
Las investigaciones de Ramacciotti muestran también que la imagen de Carrillo como el técnico aséptico e inmaculado que "se ensucia en la política" es también dudosa, al menos cuando se observan las huellas que dejó el debate que mantuvo con el reconocido médico Ricardo Morea en la revista Círculo Médico luego de que compitieran en un concurso para designar al titular de la cátedra de neurocirugía de la facultad de Ciencias Médicas. Morea lo acusó de plagio. En su tesis doctoral, Carrillo copió textos enteros del clásico libro de anatomía de Testut sin mencionar al autor. Quien unos años después se convertiría en una de las caras más visibles del gobierno peronista se defendió argumentando que no citaba a Testut porque se lo sabía de memoria.
"Hábitos incorrectos"
Su llegada al gobierno tampoco fue de las mejores. A fines de 1947, meses después de haber asumido como Secretario de Salud (luego la Secretaría se convertiría en Ministerio), se desató en Buenos Aires un brote de peste bubónica, una enfermedad que a esas alturas se consideraba erradicada y que podría haber volteado a cualquier funcionario. Pero Carrillo contaba con enormes recursos económicos y el total apoyo de Perón. De hecho, según Ramacciotti, la política social del primer peronismo se basaba en la salud, y hacia ese sector se dirigía el grueso del gasto del Estado nacional.
Con la peste, Carrillo mostró un carisma marcial: en uniforme de fajina se puso al frente de 60 camiones del Ejército que tenían la misión de erradicar las ratas, imágenes retratadas por la aceitada maquinaria de la Subsecretaría de Información y Prensa. Para el funcionario, la peste se desató por los "incorrectos hábitos de higiene" de los hogares más humildes, y con su campaña ocultó la falta de control estatal sobre los empresarios portuarios que hizo proliferar a los roedores, tal como denunció en su momento el diario La Prensa .
Una actitud similar adoptó cuando otro brote asoló al país. En 1949, la viruela volvió a la Argentina, a pesar de la vacuna antivariólica. La propaganda oficial acusó de la propagación del mal a quienes no se vacunaban, además de no aceptar que se trataba de viruela e insistir en que era alastrim, una enfermedad benigna, un hecho que se contradecía con algunas medidas adoptadas por el Estado, como la ampliación de los horarios de atención en los vacunatorios y la instalación de cordones sanitarios.
Ramacciotti posee copia de un afiche que muestra a un soldado y a un obrero robustos, blancos y esbeltos, admirados por la silueta de un chico. Allí se lee "Hombres sanos para el futuro. Cuidando la salud del niño". Pintada en un estilo autoritario, similar a las ilustraciones de la propaganda nazi o de la Rusia estalinista, este afiche fue central durante la gestión de Carrillo. Las piezas fueron criticadas por el médico socialista Florencio Escardó, que aseguraba que "estos carteles más incitan a la neurosis que a la creación de conciencia". Sus palabras se leyeron en la revista Roche y la Dirección de Higiene Social le pidió al laboratorio que se retractara de lo escrito.
Como explica el historiador Gustavo Vallejo, que junto con la doctora en ciencias jurídicas Marisa Miranda compiló los trabajos que dan forma al libro Darwinismo social y eugenesia en el mundo latino , esa pseudociencia era bien vista no sólo por Carrillo sino también por un gran parte de las personalidades de la época.
Su aplicación continuó varios años después de terminada la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, en documentos oficiales en los que Carrillo y otros funcionarios hablaban de "raza fuerte y un pueblo sano" o se convocaba a "la raza blanca" para revertir "el suicidio argentino" que se produciría por el aumento de la natalidad entre los "seres de menor valor social".
De acuerdo con Vallejo, hasta hoy persiste la utilización de enunciados de las ciencias naturales para implementar políticas sociales de las que resulten grupos de incluidos y de excluidos. A veces de manera subterránea, otras de forma más visible, estas ideas llegan a la actualidad. Ya sea con la iglesia argentina, que censuró a Darwin en el Congreso Pedagógico Nacional que se realizó a mediados de los años 80, o en Estados Unidos, más recientemente, con el apoyo oficial de George W. Bush a la teoría del diseño inteligente, que ensalza al antiguo creacionismo con visos científicos y reniega de la evolución.
En el caso de las políticas llevadas adelante por Carrillo, destacado en la historia oficial por sus políticas de inclusión, las principales excluidas fueron las mujeres. Por ejemplo, la Caja de Maternidad, creada por Ley en 1934, que otorgaba 45 días de vacaciones sin pago para las embarazadas (sólo se le otorgaba un subsidio) no fue alterada durante los ocho años en que Carrillo fue funcionario. De la misma manera, los planes maternales se basaban en la entrega de ajuares o de charlas sobre cómo alimentar a los bebes, pero no a las madres.
Los únicos privilegiados eran los niños, cuyo "biotipo", un eufemismo que oculta su connotación racista, podía ser modificado en un ambiente adecuado para purificarlo, dada su corta edad. Al decir de Vallejo, estas ideas tomadas de la biotipología italiana desarrollada durante el fascismo, preocupada por conocer las raíces genéticas del comunismo o de la anarquía, justificaron más tarde uno de los hechos más crueles de la historia argentina: la apropiación de menores y la negación de su derecho a la identidad durante la última dictadura militar.