¡Plum! ¡Plum! ¡Plum! Hablé con Cristina y caí fulminado
La orden de Cristina a su tropa es que tiren a matar; la de Alberto a su tropita, que no queden huellas, limpiar la escena del crimen. Mi sugerencia a los que asistimos atónitos a esta balacera: cuerpo a tierra. Cris no es pusilánime como su amigo Putin: va a sitiar Kiev hasta que caiga. ¿Cómo lo sé? De su propia boca. Antes, permítanme un pequeño encuadre. El código que tenemos con la vice, para que la relación discurra razonablemente bien, es que no nos molestamos por cuestiones menores; ni ella me discute un título del diario ni yo le comento mi sorpresa por no haberla visto en la lista de las mayores fortunas del mundo que acaba de publicar Forbes.
El domingo, después de muchos meses, volví a escribirle. Le pregunté por qué le había regalado a Alberto el libro de Juan Carlos Torre que habla del derrumbe del gobierno de Alfonsín después de firmar un acuerdo con el Fondo Monetario y en medio de una inflación desatada. Contestó al toque desde El Calafate, colina en la que ha instalado su puesto de campaña. “Me decidí por el libro después de descartar la otra opción, que era ponerle un helicóptero en la terraza de la Casa Rosada”.
¿Debo inferir, señora, que usted está yendo por todo? “Debés inferir que Alberto se va a quedar sin nada”.
"A Alberto no le parece tan dramático retener la presidencia a cambio de entregar el gabinete, la lapicera y su alma"
¡Plum! Caí fulminado. Todavía me cuesta asimilar la impresión que me causaron esas palabras. Si esta mujer habla en serio, los acontecimientos podrían precipitarse (y calculo que precipitarse deriva de precipicio). ¿Están poniendo al profesor frente a un abismo? Bueno, está frente a Cristina, lo cual no sé si no es peor. Esta semana, en el pelotón de fusilamiento se alinearon Máximo, Kicillof, Parrilli, Feletti y Massa, entre otros diestros tiradores. A Máximo, el papel de verdugo lo hace inmensamente feliz; lo releva del desafío de exponer ideas, argumentos, matices: solo rompe el silencio para ejecutar a las víctimas que le marca la patrona (Pfizer, Macri, el FMI, Alberto…). A Kichi le bastan un par de insinuaciones, como que ella le apague un cigarrillo en la mano, para entender qué tiene que decir. Parrilli se pone a disposición de Mariano, secretario de la vice, todas las mañanas, bien temprano: “Marianito, aquí estoy con el casco puesto para lo que se necesite”. Feletti dijo que hay inflación por falta de un plan económico, el más lúcido análisis que haya hecho un integrante del equipo económico. Ante Massa, me inclino; primer acto, declara: “Los argentinos nos quieren trabajando juntos, no peleándonos”; segundo acto, su partido anuncia que debatirá si abandona el Frente de Todos; tercer acto, condena a los que “quieren desgastar la figura del Presidente”; cuarto acto, en 72 horas aparece en dos fotos sonriendo al lado de Cristina Kirchner. Jugador de toda la cancha, también llamó a “no especular con el 2023″; si hay algo que Sergio odia son las especulaciones electorales.
Lejos de amilanarse ante la invasión del ejército ruso, Alberto alistó las fuerzas de defensa. La reacción más significativa, de alto volumen estratégico, fue pedirle a Gabi Cerruti, su vocera, que vaya todos los días a contestar preguntas a la sala de periodistas de la Casa de Gobierno, cosa que empezará a hacer la semana que viene. “Por cada relato de ellos, relato y medio nuestro”, le ordenó. “Y no dejes de mostrarte como hasta ahora, irascible, intolerante. El modo Cristina te va muy bien”. Pero Alberto es Alberto, y a un paso al frente le siguen dos para atrás: está dispuesto a hacer cambios en el Gabinete, como viene reclamándole el kirchnerismo. Anteayer analizó el tema en una reunión con Santiaguito Cafierito, con el embajador en Washington, Jorge Argüello, y con el “Chivo” Rossi. El rumor es que habrá un enroque: Arguello iría a la Cancillería y Cafierito a Washington, para familiarizarse con el inglés. Rossi suena como reemplazante de Juan Manzur, el jefe de Gabinete que no fue invitado a debatir los cambios en el gabinete. ¿Rodarán también, para calmar a las fieras, las cabezas de Guzmán, Matías Kulfas, Claudio Moroni y Juan Zabaleta? La receta del profesor ha sido siempre resistir todo lo que puede, y después ceder, pero no completamente, no en las fronteras de la indignidad. Quizás ahora ya no tenga ese margen. Uno de sus colaboradores le dijo que aun si pusiera a Kicillof por Guzmán, a Máximo por Manzur, a Hebe por Cafierito y a Florencia en lugar de Cerruti, Cristina no se sentiría satisfecha. “Va por vos, Beto”. Beto lloró amargamente.
Siguió llorando en Olivos al contárselo a Fabiola, vieron una serie, se despertó, as usual, a las 11 de la mañana, y, con el ánimo templado y las ideas más claras, empezó a imaginarse que tampoco es tan dramático un escenario en el que retiene la presidencia a cambio de entregar el gabinete, la lapicera y su alma.
Se vio como Parrilli, poniéndose a disposición de Mariano con las primeras luces del día.
Volví a escribirle a Cristina. Señora, si Alberto, su gran invención, fuera víctima de una súbita indisposición de ánimo, ¿estaría usted dispuesta a hacer ese trabajo?
“Leeme los labios”.