Plazas públicas, dramas privados. El delicado equilibrio entre mostrarse y resguardarse en las redes sociales
La semana pasada, un popular streamer decidió convocar a sus seguidores para regalar consolas PlayStation y otros productos. Los citó el viernes en la célebre Union Square, una de las plazas más conocidas de Nueva York, y allí se agolparon más de mil fanáticos enfervorizados que colapsaron el lugar. Cenat quedó detenido por incitar a los disturbios y a manifestaciones públicas. Este miércoles, ya liberado, emitió en vivo vía Twitch su primer descargo. “Me he dado cuenta la cantidad no sólo de poder sino de influencia que tengo sobre las personas”, explicó. Su caso representa una verdadera paradoja no sólo por la sorpresa sobre ser realmente un influencer, es su profesión si cabe el término, sino por el contraste entre la esfera privada y el ámbito público.
Pocos meses después de comprar la red social Twitter y definir sus intenciones, el magnate emprendedor Elon Musk, durante una discusión con el escritor Stephen King, publicó: “El objetivo es crear una plaza pública confiable donde un amplio rango de puntos de vista sean tolerados”. Gestionada de manera privada, personal y hasta caprichosa, las reglas de funcionamiento de la plataforma llamada X son cada vez más difusas entre la vocación de ordenar la discusión y de lograr un negocio alrededor de ella. Entre el ágora y los beneficios exclusivos de los usuarios que pagan membresía.
Las redes sociales, como espacio de comunicación personal, han mostrado sus capacidades para que los usuarios, de manera voluntaria, expresen además dramas privados vulnerando límites sobre la propia intimidad: no sólo se ponen a disposición datos personales (ubicación, preferencias, hábitos) sino también confesiones o aspectos domésticos que antes quedaban reservados al ámbito privado. De manera cada vez más notable crece la cantidad de influencers que tienen la necesidad de suspender sus cuentas, abandonar la red, aislarse temporalmente o al menos dejar bien claros sus niveles de estrés o preocupación. O directamente casos de desajustes emocionales, trastornos de ansiedad o problemas de salud, físicos o mentales. Espacios que se ofrecieron como una comunidad, como ámbitos de descubrimiento y de diversión, entran en contradicción con hábitos de pérdida de tiempo o sentimientos de tristeza o desconexión. La selfie para mostrar lo bien que estamos se alterna con modos de exponer nuestras debilidades.
Con más de una década de hábito y desarrollo de las redes sociales, el equilibrio entre privacidad y exhibición pública se ha vuelto un asunto tan delicado como el balance entre trabajo y ocio, especialmente entre las generaciones nuevas (millenials, centennials) que conviven de manera nativa en ámbitos físicos y digitales. ¿Es más peligrosa la vulnerabilidad de nuestros datos personales o la exteriorización viralizada de nuestra vulnerabilidad?
Curiosamente, la campaña electoral para los comicios de hoy también expuso las dificultades del nuevo paisaje público: la televisión abierta se declaró en retirada de la discusión política (con muy pocas excepciones), y el desplazamiento de la publicidad a las redes sociales trajo no sólo la segmentación sino también los filtros y sesgos de los algoritmos de recomendación. Como se había predicho: cada vez vemos más, y más veces, aquello que se basa en nuestros intereses; quedamos aislados ahí. El mensaje “macro”, además, en una elección de alcance nacional, se llevó puesta la intención de conectar con problemas más cercanos, más personales.
En ese contexto, publicitariamente, destacó la irónica pieza de La Campagnola que retoma el recuerdo de memorables mensajes de campaña. Polémicas cambiarias resumidas en una crujiente tarta de atún y el debate sobre el rol de la democracia convertido en mermelada.