Pizarrones contra celulares, una batalla absurda
La irrupción de las nuevas tecnologías desafía a la escuela y compite con ella para atrapar la atención de los adolescentes
Se despiertan y -a veces antes incluso de desayunar- ya están ahí, hurgando en sus dispositivos qué fue del mundo mientras ellos dormían. Tienen un universo en la palma de la mano, un Aleph de plástico y de coltán capaz de llevarlos adonde quieran. O a ningún lado. En el caso de la escuela de T. (pelo azul, 12 años y alumno de uno de esos colegios que vistos de lejos prometen libertad y vanguardia) es "a ningún lado"; él y sus compañeros deben dejar los celulares en una canasta que queda en la dirección. Y T. protesta porque dice que en la escuela de su primo "llevan todos y no pasa nada", o que en el colegio de otro amigo "durante los recreos sí los pueden usar" y en el suyo no. Los chicos de las escuelas de Misiones y de Santa Fe (además de muchos otros colegios que se han sumado a la ola prohibicionista) también saben de qué se trata esto de desconectarse del celu para enchufarse al pizarrón, a la tiza.
Hoy, la condición para insertar a chicos del siglo XXI en un dispositivo del siglo XVIII parecería ser esta: despojarlos antes de cualquier punto de enlace con su realidad, con su vida de todos los días. Amputarles teléfonos, tablets, computadoras. Recortarles las antenas, las conexiones, las alas. Devolverlos, de algún modo, al lugar y al tiempo adonde nunca estuvieron: una escuela sarmientina y silenciosa de chicos con espaldas rectas como tablas. Una sola "fuente de saber" (la maestra, el profesor) y un montón de niños-cuenco, recogiendo el líquido del conocimiento sin distracciones. Sin hablar. Puertos USB con pelos de colores, y el aburrimiento pintado en la cara.
¿Cómo fue que llegamos a esto? ¿Cómo fue que alguna vez se nos ocurrió que la mejor manera de captar la atención de los chicos sería obligarlos a apagar lo que no dejan de mirar nunca? En algunos colegios las autoridades han negociado momentos y espacio para el uso de las nuevas tecnologías, cosa de mantener al nuevo monstruo dentro de una geografía segura: el patio, la pausa. Lejos del salón de clases. ¿Por qué?
Por miedo. Por temor. Siempre lo nuevo sorprende, y aterra. Varios sacerdotes se negaron en 1600 a mirar a través de los prodigiosos lentes de Galileo, diciendo que era "obra del demonio" ese mundo -para nada bíblico- que se veía ahí. Mucho más acá, en 1963, una abuela se negó a mirar el alunizaje; dijo, simplemente, que eso que se veía en pantalla "no podía ser". Así las cosas, y en un nuevo round de esta pelea eterna entre lo que viene y lo que ya fue, el ministro de Educación francés, Jean Michel Blanquier, anunció que desde 2018 los celulares quedan prohibidos en las escuelas.
Algo hay de absurdo en esa medida, de antojo de rey caprichoso y mal dormido. Para Roxana Morduchowicz, doctora en Comunicación y consultora de la Unesco -además de autora de un libro ya clásico, Los adolescentes y las pantallas-, detrás de la prohibición no hay sino miedo. Miedo adulto. "En la historia de la humanidad, cada vez que apareció una innovación fuerte los adultos tuvieron miedo. Platón cuenta en el Fedro que, cuando apareció la escritura, los adultos de la comunidad decían que se iba a perder la memoria. Con cada nueva tecnología resurgen estos temores. Pero uno no puede permitir que eso termine frenando los avances culturales", alerta. "Sobre todo porque hoy el celular es la pantalla principal en la vida de los adolescentes. La tendencia en el mundo es que todo lo que se haga, se haga a través del celular. Los adolescentes escuchan música, conversan y estudian con el celular. En nuestro país, el 50% de los chicos no lo apaga nunca y además, por su carácter portátil, es el único que los acompaña las 24 horas".
Tal vez por eso los chicos se ríen cuando escuchan a su alrededor quejas del tipo: "¡Otra vez con el celular!" Porque, en realidad, no es precisamente con un aparato con el que están: están conversando, intercambiando fotos, chateando y mandándose audios con decenas de personas. De otros. Según Germán Beneditto, psicólogo y especialista en tecnoadicciones, "los chicos establecen un vínculo estrecho con el celular porque las capacidades de los actuales dispositivos les permiten sentirse parte de sus círculos de pertenencia sociales, tan importantes a esta edad. El celular es, en una palabra, un instrumento de vinculación y socialización".
¿Y la escuela? Más allá de un recurso tan obvio y precario como la lisa y llana prohibición, ¿cómo hace para lidiar con semejante competencia por la atención de los chicos? Sobre todo porque nunca fue tan evidente como ahora que a ese dispositivo centenario llamado escuela le crujen las rodillas. Pero, y sobre todo, las certezas. Juan Vasen es médico psiquiatra especializado en niños y marca algo central: "La canadiense Catherine L'Ecuyer plantea que la crisis de la educación es una crisis de atención, una disputa por la atención de los chicos. Porque la atención se presta, o no. Y para que ese préstamo sea posible tiene que haber ciertas condiciones que despierten interés. Así, mientras la tecnología 'pisa fuerte', tanto padres como maestros sienten que el piso se mueve debajo de sus pies. Que no pueden afirmar un discurso y prácticas atractivas y a la vez normativas. Por estas razones es que es muy poco inteligente declarar la guerra contra la tecnología del infoentretenimiento", destaca.
Enrique Quagliano es docente de informática con décadas de experiencia y, también, un convencido de que "la tecnología en el aula (teléfonos, computadoras) no produce por sí misma y automáticamente mejoras en la calidad educativa. Esos artilugios necesitan del docente que guíe y enseñe a usarlos críticamente, a fin de alcanzar un aprendizaje significativo en su uso. ¿Cuándo surge el conflicto? A mi entender, cuando ni chico ni adultos comprenden la amplitud del impacto de estos dispositivos en lo cotidiano. Los chicos, con su uso limitado a la comunicación; los adultos, al no verlo como un recurso, sino como un intruso en el aula", precisa.
Y, sin embargo, la maravilla está ahí. Al alcance de la mano, siempre y cuando haya cerca docentes curiosos, no asustados. Profesores capaces de usar todas las potencialidades de esos dispositivos para enseñar criterios y mostrar las trampas ("la mayoría de los chicos no son capaces de distinguir un texto informativo de uno publicitario", alerta Morduchowicz).
"La medida que se tomó en Francia refleja la incapacidad de muchos docentes y de la escuela en general de incorporar el teléfono celular a las prácticas educativas", destaca a su turno Alejandro Tortolini, de la ONG Educación Abierta. "Los celulares son parte de la vida de las personas y hay gran cantidad de ejemplos maravillosos de usos educativos. He conocido docentes que se resistían al uso de dispositivos con el único argumento de que 'distraían a la clase'. A menudo la escuela se olvida de que puede y debe ayudar a formar criterios para que los jóvenes usen armónicamente las nuevas tecnologías".
Hasta entonces, lamentablemente, la absurda batalla entre pizarrones y teclados seguirá adelante. Mientras, la guerra real por el conocimiento se libra en otro lado.