Pinceladas de realismo feroz
Es sabido que a Lorrie Moore (Nueva York, 1957) no le agrada que la encasillen como cuentista, porque hace tres décadas que viene publicando novelas y relatos en idéntica proporción. Sin embargo, considerando que sus cuentos son superiores a sus novelas, no se entiende por qué podría resultarle antipático -en lugar de una forma de cortesía-, que la crítica la defina haciendo foco en su mejor versión. Con Gracias por la compañía vuelve al ruedo, después de dieciséis años, la escritora de relatos que sus lectores estaban esperando desde Pájaros de América.
El realismo feroz de Moore lleva el estigma de su tiempo. Así como Pájaros de América lograba radiografiar los años noventa, los relatos de Gracias por la compañía -ocho en total- son hijos del nuevo milenio, esa primera década, precisamente, que despunta con el atentado terrorista del 11/9, padece los bombardeos de Irak, las pujas entre Bush y Kerry y culmina -para quitarle carga política al asunto- con la muerte de Michael Jackson a la que alude Moore en su última narración. Sobre ese telón de fondo deambulan sin metas los personajes. Gente que ronda los cincuenta y transita las ruinas de una vida deshecha o a punto de derrumbarse. Ex maridos con el anular tan hinchado que no logran sacarse el anillo mientras buscan nueva pareja, amigas que pulen rencores hasta después de muertas, matrimonios con los papeles del divorcio en curso que vacacionan en familia para no desaprovechar los pasajes de avión, hippies envejecidos que mendigan café en barrios residenciales, y la lista de mártires continúa, porque todos ellos entienden que "la única felicidad de la vida es elegir la mejor infelicidad."
Indiferentes hacia las propias virtudes y expertos en la detección de miserias físicas y morales, los personajes de la escritora de Autoayuda tienen la autoestima tan baja que ni siquiera pueden darse el lujo de hacerse pasar por resentidos, porque, como explica con melancolía la fracasada cantante de "Alas": "el resentimiento llegaba cuando uno había hecho algo bueno sostenidamente y no recibía recompensa." Son varias las observaciones de Moore que decantan en amargos aforismos; no obstante, en la mayoría de los casos predomina el humor de un libreto de stand-up: "Era uno de esos nuevos padres modernos tan viejos que parecía haber secuestrado a su propio hijo."
Salvo en "Alas", posiblemente el mejor cuento de la compilación y también el más largo, los personajes no se construyen con esmero. Funcionan más bien como arquetipos o autómatas que bailan al compás acelerado de parlamentos efímeros. Su denominador común es la desconfianza -saben, por ejemplo, que en los slogans de campaña conviene interpretar lo contrario de lo que se proclama- y lo que entienden por empatía se circunscribe a la lectura de genocidios sobre las tibias arenas del Caribe. Contradicciones como ésta son una veta que la autora explota en este libro, y lo hace con una sintaxis llana, diálogos punzantes y descripciones concisas y actuales, como cuando compara el color pastel de los vestidos de las damas de honor de una boda con las distintas dosis del clonazepam.
Gracias por la compañía es menos cruel y doloroso que Pájaros de América, por la simple razón de no incluir en sus relatos niños en riesgo de perder la vida; sin embargo, el compromiso con la acidez permanece intacto. Tanto es así que los niños, que en este volumen ya no son esos seres frágiles por los que había que velar día y noche, se convierten en pequeños monstruos capaces de lanzar declaraciones de una frialdad pavorosa en las situaciones menos esperadas: "Si los delfines tuvieran buen sabor, ni siquiera sabríamos que tienen un idioma."
Pese a su estilo sobrio y la economía de su lenguaje, Lorrie Moore no es "Raymond Carver con pollera", como alguna vez se afirmó. Las historias de Moore no transcurren dentro de la cabina de un auto ni en excursiones de pesca y sus protagonistas -mujeres, la mayoría- no provienen de la clase trabajadora ni son proclives al alcohol. Lo que sí comparten los personajes de ambos es un idéntico imán para la desgracia, la imposibilidad de sostener vínculos y una frustración congénita frente a la existencia. Este combo devastador que impulsó a un Robert Altman a filmar Shortcuts es el mismo que, si hoy aún viviera, lo incitaría a apropiarse sin culpa de estos relatos de Moore.
GRACIAS POR LA COMPAÑÍA
Lorrie Moore
Seix Barral Trad.: Daniel Gascón
197 páginas
$ 169