Pietro Bartolo, ángel del Mediterráneo
Lampedusa, Italia
Pietro Bartolo es el único medico residente en Lampedusa, la pequeña isla italiana de apenas ocho kilómetros de largo y dos de ancho que es, también, el punto mas cercano entre Europa y África. Con apenas seis mil habitantes en la isla, Bartolo se daba abasto para atender a todo aquel que lo necesitara en el Centro de Salud hasta 1991, cuando llegó la primera balsa llena de personas que huían de África. "Desde entonces mi vida cambió por completo". Durante todos estos años, Bartolo ha recibido personalmente y realizado el primer examen médico a cada uno de los 250.000 inmigrantes que llegaron al puerto. De ser un simple médico en una isla desértica ha pasado a ser una persona reconocida en toda Europa.
La sensación que se tiene al caminar por las calles vacías de Lampedusa es que allí nunca pasa nada, pero basta entrar en la oficina de il dottore para darse cuenta de que tanta calma no es más que aparente. Apenas nos saluda, suena uno de los tres teléfonos que tiene sobre el escritorio. "Discúlpenme," dice, antes de atender. "Anoche desembarcaron 70 personas". Los teléfonos no dejarán de sonar mientras estemos ahí. Nos enteraremos de que dos eritreos de los que llegaron la noche anterior están muy mal: uno tiene malaria y a otro lo llevaron en helicóptero al hospital de Palermo. Una mujer de Siria se quedó en el Centro de Salud con hipotermia.
Pietro Bartolo nació en Lampedusa hace 62 años, se graduó de médico en Catania, pero decidió volver a ejercer a la isla. Por ese entonces el fenómeno migratorio aún no había cobrado notoriedad. El primer desembarco de africanos fue una sorpresa para todos los habitantes de Lampedusa y también para Bartolo. "Desde aquella primera vez, me he ocupado de cada una de las personas que llegan porque quiero hacerlo. A mí me pagan por trabajar en este centro, no por atender a quienes vienen del mar. Pero alguien debe ocuparse de ellos. Llegan después de días a la deriva en el Mediterráneo, después de meses o años en campos de concentración. ¿Cómo podría no ocuparme?"
Durante estos años han cambiado muchas cosas. Al principio, los inmigrantes llegaban del África subsahariana, después de Siria, luego de Libia y ahora vienen sobre todo de Túnez. Algunos huyen de la guerra; otros, de persecuciones religiosas; otros, del hambre o, incluso, de la esclavitud. Bartolo no hace diferencia entre unos y otros. "Pienso que los inmigrantes económicos tienen los mismos derechos que aquellos que escapan de la violencia: son personas que buscan trabajar. ¿Por qué no darles la posibilidad de tener una vida más digna, una vida que no esté hecha solo de sufrimiento? La inmigración es un fenómeno intrínseco en el hombre. Nosotros, los italianos, también hemos ido a otros países buscando mejores condiciones. Ustedes en la Argentina lo saben bien".
Antes de ser il dottore, Pietro Bartolo fue pescador, como la mayoría de los pobladores de la isla. Tenía 16 años cuando una noche, mientras pescaba con su padre en un pequeño barco a unos 80 kilómetros de la costa, se resbaló y cayó por la borda. "Nadie se dio cuenta. El agua estaba helada. Llamé a gritos a mi padre, una vez, dos veces, pero el barco no se detuvo. Me quedé flotando solo en medio del mar. Tardaron tres horas en encontrarme. Estuve sin poder hablar durante días. Pensé: morirse es así. Cuando recuperé el habla, decidí hacerme médico". Ahora, cada vez que mira a un inmigrante a los ojos vuelve a pensar en aquel instante de su vida. "Los pescadores recibimos todo lo que viene del mar. Por eso hago este trabajo. Soy hijo del mismo mar que ellos han atravesado".
Este hijo del mar es el personaje principal del documental Fuego en el mar, de Gianfranco Rosi, que ganó el Oso de Oro en el Festival de Berlín de 2016, y autor de dos libros. En el primero, Lágrimas de sal, cuenta las historias de algunos de los inmigrantes a los que conoció. "Me venían dudas cada vez que empezaba a escribir porque me parecía que contar algunas de esas cosas era traicionar la confianza que ellos habían depositado en mí. Pero luego entendí que era un libro de denuncia y que no podía seguir callando". El segundo libro, Las estrellas de Lampedusa, publicado hace apenas un mes, cuenta la historia de Anila, una niña nigeriana que llegó a Italia en busca de su madre y que fue obligada a prostituirse.
"Los que llegan en las barcas no son cifras, son seres humanos. Yo me acuerdo de muchas de estas personas. Me acuerdo de Hassan, que cargó a cuestas a su hermano paralítico durante todo el viaje. Me acuerdo de Faduma, que tuvo que dejar atrás a sus siete hijos. Me gustaría que todos los que defienden la política de fronteras cerradas hubieran visto a esas personas como las he visto yo. Quizás entonces cambiarían de idea".
De todos los recuerdos, tal vez el más difícil de olvidar para Pietro Bartolo sea el naufragio ocurrido el 3 de octubre de 2013. Ese d??a murieron 368 personas que venían en una barca. Muchos de ellos eran niños. Les faltaban apenas unos kilómetros para llegar a la costa. "Hice la autopsia de cada uno de esos cuerpos. Los niños estaban vestidos con esmero. Algunos llevaban zapatitos brillantes, como si las madres los hubieran vestido así para empezar una nueva vida".
Mientras conversamos, el teléfono no deja de llamar. Bartolo atiende siempre. "Usted me pide una cosa con urgencia –le dice a alguno de los que lo llama–. En el otro teléfono me acaban de pedir otra cosa con urgencia. Dígame: ¿a quién le contesto primero urgentemente?"
–¿Todos los días son así?
–No. Hoy es un buen día. La mayoría son peores.
En febrero de 2017, el gobierno italiano firmó un acuerdo según el cual Italia trabajaría con las fuerzas militares y de control fronterizo de Libia para contener el flujo de inmigrantes ilegales. Se dijo que uno de los objetivos era preservar las vidas de quienes intentaban hacer la desesperada travesía a través del mar. Sin embargo, Pietro Bartolo se opuso a ese acuerdo desde el primer día. "En Libia hay decenas de miles de personas de otros países africanos en campos de concentración. Yo he recibido a hombres, mujeres y niños que llegan con evidencia de haber sido torturados, violentados. Hubo un tiempo en el que me sentía orgulloso de ser italiano porque jamás levantamos un muro o pusimos alambre de púa para proteger nuestras fronteras. Desde que se celebró el acuerdo con Libia no siento más ese orgullo. Ahora hemos alzado dos muros: ese acuerdo, y el muro de miedo y de odio hacia nuestros semejantes alimentado por algunos políticos".
De lunes a viernes, Bartolo trabaja en el Centro de Salud. Los sábados y domingos va de gira por distintas ciudades de Europa a dar charlas en escuelas secundarias y universidades. "Hay que educar a los jóvenes. Yo les cuento mis experiencias y les hago ver que los inmigrantes son personas normales como cualquiera de nosotros, no monstruos. Lo único que quieren es vivir una vida serena". En sus charlas y en cada entrevista Bartolo enfatiza que los inmigrantes son una oportunidad porque traen su fuerza de trabajo, su cultura y su ADN a un continente viejo, que ya no crece. "La invasión de inmigrantes es un invento para ganar elecciones –afirma una y otra vez–. El año en que vinieron más barcas a nuestra costa fue 2016 y entonces llegaron 180 mil personas. Me niego a aceptar que en un país de 60 millones de habitantes, 180 mil personas representen una invasión".
–¿Cómo se hace para seguir viviendo en paz después de haber visto todo lo que ha visto?
–Con frecuencia tengo pesadillas. Pero debo decirle que lo que me hace mal no es tanto aquello que vi como otra cosa. En Lampedusa, después del naufragio, todos los habitantes recibieron asistencia psicológica. Incluso los que nunca vieron a un inmigrante. A mí nadie nunca me ha preguntado si necesitaba algún apoyo. Tal vez piensen que soy un robot. Pero soy una persona normal, como todos los demás. No es que porque soy médico soy más fuerte. Yo soy el que hace las inspecciones cadavéricas. He visto niños, ¿sabe? Cuerpitos de niños. Pero a mí jamás nadie me ha preguntado si necesito ayuda. Eso me duele mucho.
Cuando nos estamos por despedir, el teléfono vuelve a sonar. Bartolo atiende y, esta vez, su voz se hace muy suave. Los ojos se le iluminan. "Era mi hija –dice, cuando cuelga–. Me acaba de comunicar que está embarazada".