Pierri: triste récord
DENTRO de algunos días, la Cámara de Diputados deberá renovar -como todos los años- sus autoridades. La palabra "renovar" no es, en este caso, la más adecuada, pues se sabe ya que el bloque justicialista tiene la intención de designar por décima vez consecutiva a Alberto Pierri como presidente del cuerpo.
Es lamentable, en verdad, que los diputados del oficialismo no comprendan hasta qué punto perjudican al país y al sistema democrático -y también al partido del que forman parte- al insistir con la reelección de un dirigente como Pierri, fuertemente cuestionado y altamente vulnerable a las críticas.
La Cámara de Diputados no debería desaprovechar la oportunidad que se le presenta de modificar su desgastada imagen mediante la designación de un presidente que traiga al cuerpo una ráfaga de aire nuevo y ayude, así, a liberar al Poder Legislativo del descrédito en que está envuelto.
El perfil de Pierri no es el de un hombre público consagrado íntegra y exclusivamente a su función. En él conviven el político y el empresario, el dirigente partidario con influencia decisiva en el partido de La Matanza y el propietario de varias firmas comerciales de diferentes rubros. Su elección como presidente de la Cámara baja por décima vez consecutiva es el acto menos adecuado para infundir en la opinión pública la idea de que el Congreso está siendo conducido con austeridad republicana y con absoluta transparencia.
Las condiciones personales de Pierri no estimulan a la ciudadanía a confiar en que existe actualmente en la presidencia de la Cámara una clara distinción entre los intereses públicos y los intereses privados. El mejor modo de modificar esa percepción de los ciudadanos sería, sin lugar a dudas, dejar de lado, por esta vez, la conflictiva personalidad del hombre fuerte del peronismo de La Matanza y adjudicar la presidencia a otro legislador.
Aunque Gardel y Le Pera sostenían que "veinte años no es nada", los diez años que Pierri lleva como titular de una de las ramas del Congreso son sin duda excesivos. La opinión pública no olvida que durante esos años se registraron incidentes poco edificantes. Baste recordar el caso del diputado "trucho", que sirvió para aprobar una ley, o las repudiables andanzas de los matones del Mercado Central apodados "batatas", presuntamente vinculados con el político que hoy preside la Cámara baja, sólo por citar dos ejemplos de una extensa lista de episodios desafortunados.
Por lo demás, no es saludable que un hombre público permanezca tanto tiempo en el mismo cargo. Pierri posee desde hace ya tiempo el récord histórico de permanencia en la función. La renovación periódica de los gobernantes es uno de los principios sobre los cuales reposa la democracia republicana. Y esto vale no sólo para los cargos ejecutivos sino, también, para quienes ejercen funciones de conducción en los órganos deliberativos.
Los diputados oficialistas harían bien en olvidar a Pierri -que ya llenó un larguísimo y oscuro capítulo en el historial parlamentario- y apuntar esta vez en otra dirección.