Piedra libre al fracaso educativo
Litros de tinta y kilos de papel describen el fracaso educativo de la Argentina. Sigue vigente La tragedia educativa de Guillermo Jaim Etcheverry. Abundan los diagnósticos cuali y cuantitativos. El 40% de la población económicamente activa no completó la educación secundaria obligatoria, y solo el 15% la culmina en tiempo y forma.
En las pruebas Aprender 2023 el 49% de los alumnos no superan el nivel básico en matemática, mientras que en lengua ese porcentaje alcanza el 39%. Las pruebas PISA nos ubican por debajo de nuestros vecinos latinoamericanos. Los ministros de Educación permanecen en promedio no más de dos años en sus cargos, las políticas educativas son erráticas. No se cumple la ley de financiamiento que obliga a destinar un 6% del PBI a esta área, tampoco la jornada extendida, la escolaridad temprana con el nivel inicial, ni los 180 días de escolaridad obligatorios. Solo un 20% de los adolescentes accede a la universidad con una deserción del 40% en el primer año. Los planes de estudio están escritos sobre papiros amarillentos, los neoalumnos no encuentran neodocentes, el nivel secundario sigue planificado para el ingreso a la universidad y no hay opciones de propuestas orientadas al empleo.
La improvisación y los parches no alcanzan para salir del eclipse educativo, los intentos por “hacerla fácil” para el estudiante pueden mejorar las estadísticas, pero no el fruto de la educación. Resultados no es lo mismo que fruto, este último requiere de madurez y es producto de buena semilla, tierra fértil y pasión del campesino para cuidar al sarmiento.
Salgamos del “valle de los lamentos” y pensemos en grande. El éxito se alcanza pensando diferente; sin entender el entorno no se puede construir un modelo educativo nuevo. Algunas raíces del problema de la repitencia y el abandono escolar. Por un lado, el efecto cuna: según la última medición del ODSA-UCA un 17% de la población infantojuvenil vive bajo la línea de indigencia; los trastornos nutricionales afectan gravemente la maduración cerebral y su desempeño escolar. A eso se suma el efecto pobreza: un 65% de los niños se encuentran bajo la línea de pobreza. La necesidad laboral supera a la motivación de estudiar.
Luego, la desfamiliarización: la destrucción de la familia como núcleo del tejido social, así como otras redes de contención del niño vulnerable, es un camino seguro para ingresar en el mundo de la droga, que no solo destruye el cerebro, sino que les quita la vida. También, el “fusilamiento público” de la figura paterna: los padres tienen miedo de ejercer autoridad; cuando un padre se convierte en el mejor amigo de su hijo, este queda huérfano.
A eso se suma el hipertecnicismo: pantallas que facilitan todo, pero anulan el pensamiento crítico y reflexivo. Solo inducen al hiperconsumismo, el egoísmo y, últimamente, impulsan las adicciones y el juego por dinero. Todo, en el contexto de escuelas que no motivan: falta el fuego de la pasión motivadora que atraiga al alumno, que lo conmueva, lo impulse a la búsqueda de la verdad verdadera.
La sociedad no sale a la búsqueda y el rescate del alumno que abandonó la escuela; el desarrollo de un país requiere de educación, salud, capitales, cultura de trabajo y libertad. Todos ellos al servicio del ser humano. La Argentina parece no haber entendido que tenía todo lo necesario para crecer en materia educativa, y que fue perdiendo. En un interesante artículo, Andrés Oppenheimer ofrece como ejemplo a Singapur que hoy ocupa el primer lugar en el ranking de capital humano. Hasta 1963 era una colonia británica de tal pobreza que Gran Bretaña la abandona y Malasia se hace cargo de ella. Muy pronto los malayos se fueron y Singapur, en 1965, con una superficie no mayor al triple de la ciudad de Buenos Aires, declaró su independencia. Desde ese momento consiguió cuadruplicar su PBI per cápita. ¿Cuál fue el secreto? Sin recursos naturales ni capitales decidió invertir en la educación de su población. Hoy sus billetes no tienen la imagen de ningún presidente ni de ningún animal o planta de su territorio, tienen la imagen de una universidad con un profesor y sus estudiantes con la palabra “educación”. En palabras del Papa: “Solo cambiando la educación se puede cambiar al mundo”.
Rector de la Universidad Católica