Pese al boicot de Cristina Kirchner, la alternancia fue histórica
El jueves pasado fue un día histórico. Hay quienes se lo atribuyen a que se terminó el kirchnerismo, es decir el gobierno más largo que haya habido, cuyo sueño de perpetuación, encima, quedó sepultado en el mismo acto. También se ensalzó como histórico el hecho de que un ingeniero ni radical ni peronista asumió la presidencia (ambas cosas, por primera vez desde la década del treinta) o el dato de que la presidenta saliente se hubiera ajustado a la duración del mandato de cuatro años (nunca nadie había gobernado los precisos cuatro años que marca la Constitución), no una sino dos veces.
Sin embargo, lo que convirtió al 10 de diciembre de 2015 en un día de la mayor trascendencia histórica, más allá de la simpatía o antipatía que susciten los protagonistas del recambio, es, precisamente eso: el recambio. Expresado con el término que usan las ciencias políticas, la alternancia, que es un recambio puntual, ordenado, sin traumatismos, no sólo de personas sino, en esencia, del signo político.
Tal vez debido al escándalo que armó Cristina Kirchner con la ceremonia del traspaso, antes, y a la expectativa excluyente con las formas y el fondo del nuevo gobierno, después, no llegó a apreciarse hasta qué punto es rara esta alternancia, la primera del siglo XXI. En 190 años de historia presidencial argentina hay menos días como el jueves pasado que la cantidad de dedos que se usan con una mano para poder contarlos.
La ausencia de la presidenta saliente en el acto de la Casa Rosada -junto con el fallido intento de boicot a la asamblea legislativa comandado por ella- impidió que existiera la imagen de la alternancia, pero no el suceso. Sería muy decepcionante que el auge de la fotopolítica lograra imponer la idea de que la falta de una imagen conlleva la inexistencia del suceso, sobre todo en una cuestión tan profunda como esta. En las ciencias políticas suele decirse que la alternancia es uno de los requisitos de la democracia, apotegma que se verifica en muchas democracias consagradas.
¿Por qué en la Argentina casi no hubo alternancias? En primer lugar por la inestabilidad institucional. Cuando la rutina es que los presidentes no terminan sus mandatos no hay alternancia posible. Por cierto, las alternancias traumáticas que hubo con el partido militar no cuentan en el tablero de la democracia.
En segundo lugar, por la larga vigencia del orden conservador. Con los presidentes (por orden de duración) Roca, Justo, Figueroa Alcorta, Ortíz, Roque Sáenz Peña, Juárez Celman, J.E. Uriburu, Luis Sáenz Peña, Pellegrini, De la Plaza, Quintana y Castillo los conservadores estuvieron en total más de 47 años gobernando el país, casi el doble de lo que llevan hasta ahora los gobiernos peronistas. El fraude fue un desarrollo del orden conservador destinado ni más ni menos que a impedir la alternancia.
El 12 de octubre de 1916, Victorino de la Plaza le dio la mano a Hipólito Yrigoyen en la Casa Rosada y le dijo dos palabras: Mucho gusto. Nunca se habían visto antes. Fue la primera alternancia
En la primera etapa el fraude se deslizó con impunidad, sin tener que preocuparse por el sufragio popular. Hasta que Roque Sáenz Peña, un conservador más audaz que el promedio, impuso por ley el sufragio universal, secreto y obligatorio, revolucionario para la época. Consecuencia directa, el 1° de abril de 1912, dos semanas antes del hundimiento del Titanic, la ley Sáenz Peña se estrenó en Santa Fe con un triunfo radical. Sáenz Peña se murió de diabetes en 1914, de modo que no llegó a enterarse de la dimensión del cambio que él habilitó. El 12 de octubre de 1916 quien le entregó el mando por primera vez a un líder de masas fue el presidente Victorino de la Plaza, cuyo mayor conservadurismo no le impidió rechazar las presiones para que abortara el sufragio universal y liquidara la reforma promulgada por su compañero de fórmula.
Ese 12 de octubre (desde 1862 hasta 1930 las trasmisiones presidenciales se hicieron el Día del Descubrimiento de América) De la Plaza se subió al estrado, en la Casa Rosada, le dio la mano a Hipólito Yrigoyen y le dijo dos palabras: "Mucho gusto". Nunca se habían visto antes. Fue la primera vez (hace un poquito más de cien años) que hubo una alternancia en estado puro. Aparte de la continuidad del Partido Autonomista Nacional (PAN), de Avellaneda en adelante, es difícil hablar de alternancias en el siglo XIX, por más contrastes que puedan enumerarse entre Mitre y Sarmiento o entre Sarmiento y Avellaneda.
En definitiva, los radicales excluyeron políticamente a los conservadores que los habían marginado hasta 1916. En 1930 el juego de exclusiones se volvió a invertir por alteración de reglas. No fue como cabe esperar que sea en una democracia, por la voluntad del electorado y con inclusión de las minorías en el sistema político. El primer golpe de estado reacondicionó tanto a los conservadores como al fraude.
Roberto Ortíz, quien el 20 de febrero de 1937 sucedió a Agustín P. Justo, venía del radicalismo antipersonalista que formaba parte de la Concordancia. Más aún, acababa de ser el ministro de Hacienda de Justo. Tampoco entonces hubo alternancia, por más que Ortíz luego resultó otra cosa y quiso terminar con el fraude, intención frustrada también por una diabetes que lo llevó a la muerte.
Al promediar el siglo XX el único que consiguió terminar un mandato regular fue Perón, que en 1952 se sucedió a sí mismo. Tres años más tarde fue derrocado (el siguiente mandato regular cumplido recién sería el de Menem, quien en 1995 también se sucedió a sí mismo).
Podría decirse que alternancia sólo volvió a haber el 8 de julio de 1989, cuando Menem sucedió a Alfonsín. Pero en esa ocasión faltó el requisito de la puntualidad y sobró contexto traumático. Alfonsín renunció, lo cual es en sí mismo una anormalidad, ya que en un sistema presidencialista bien aceitado los presidentes no renuncian.
Hubo que esperar hasta el final del menemismo para encontrar la única alternancia pura de la era moderna anterior a la del jueves pasado. El 10 de diciembre de 1999, cuando Menem le puso la banda presidencial a De la Rúa, se cumplió con la puntualidad institucional y no hubo ninguna situación traumática que contaminara el trámite sucesorio, que sin duda fue protagonizado por fuerzas políticas bien diferentes. No ha sido el caso del traspaso de Eduardo Duhalde a su delfín Néstor Kirchner en 2003.
Así las cosas no parece tener mucho sentido para describir lo del jueves usar giros del tipo "siempre que hay traspaso entre partidos distintos…" ni otros reportes que, para naturalizar lo que pasa, sugieren la existencia de una rutina. Rutina es justo lo que falta.
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