Perra astronauta
Era tan sumisa, colaboradora y adaptable a las difíciles pruebas que le proponían, que los entrenadores no dudaron en seleccionarla.
Había sobrevivido al intenso frío de Moscú en su etapa callejera y se dejó adoptar de buen grado por esa gente que, al principio, le dio buena comida y cálido cobijo.
Como perrita vagabunda tuvo nombres previos, pero quedó instalada para la posteridad como Laika.
Ajena a las decisiones que se tomaban a su alrededor, no pudo imaginar que sería protagonista involuntaria de las celebraciones por el 40° aniversario de la Revolución Rusa. Corría el mes de noviembre de 1957 y la Unión Soviética quería tomar la delantera en la carrera espacial para superar a su rival, los Estados Unidos.
Aún no se sabía que efectos sobre los seres vivos podía tener viajar a la estratósfera. Laika lo averiguaría, pero solo con boleto de ida. Sería la única pasajera de la Sputnik 2, el cohete que la pondría en órbita.
Tenía menos de tres años, era menudita, de ojos vivaces y orejas erguidas. Aunque el régimen comunista intentó ocultarlo, con los años se supo que sobrevivió pocas horas en el espacio. A Laika le tocó morir en plena Guerra Fría, pero paradójicamente por exceso de calor.