Peronismo kicillofiano
Alguien debería informarle a Axel Kicillof cómo salieron las elecciones del año pasado. En el acto de conmemoración del cincuentenario de la muerte de Perón, el gobernador llamó “modelo primarizador (sic) sin soberanía” a la política oficial y aseguró que “la oposición” a ese modelo surge de “la enorme mayoría de nuestro pueblo que no está dispuesta a entregar sus derechos y sus conquistas”.
Como se sabe, la enorme mayoría de nuestro pueblo, para decirlo como le gusta a Kicillof, votó por Milei. Eso sucedió hace apenas siete meses y medio. Casi todas las encuestas sostienen que el apoyo popular al Presidente, en líneas generales, no ha mermado. Seguramente Kicillof está enterado de este contratiempo para su relato, lo notable es que pese a la contundencia de los números y a lo fresco de las elecciones el gobernador prefiera tergiversar la realidad con el fin de impedir cualquier discusión interna acerca de cómo el fracaso del peronismo fue un insumo esencial del ascenso de Milei.
El apañado extremismo de Milei no surgió de un repollo. Está tan dicho que fatiga repetirlo: la sociedad se hartó de la incompetencia de quienes prometieron por décadas soberanía y prosperidad y entregaron inflación y pobreza, colocando todos los indicadores del país para atrás. Tan harta estaba la sociedad que se ofrendó a la iracundia del novato de la motosierra, al acusador frenético de la casta.
Pero una cosa es que los planteos anarcocapitalistas de Milei -sus dichos de “destruir el Estado desde adentro”- resulten inquietantes, y otra cosa es sugerir que Milei vino de Marte, apareció de repente, que nos tocó por mera mala suerte, y que no lo respalda la soberanía popular legitimada por la democracia con la que todos dicen comulgar. Verónicas que ayudan a esconder el recuerdo de que el peronismo perdió las elecciones nacionales por doce puntos con el superministro de Economía más repartidor de recursos públicos de la historia como candidato a presidente.
Un ecosistema de medias verdades ayudó el lunes a Kicillof a apartarse de la realidad, que por lo visto no es, como decía el homenajeado, la única verdad. Por empezar, en la quinta de San Vicente se erige un mausoleo doble, de importantes dimensiones (si bien más austero que el de Néstor Kirchner en Río Gallegos). La parte vacante corresponde a Eva Perón.
El deseo póstumo de que los restos de Perón y de Evita estuvieran juntos sólo se concretó durante el último tramo del gobierno de Isabel Perón, quien los reunió a pocos metros de su chalet, en una cripta, en la residencia presidencial de Olivos. En 1976 Videla ocupó la residencia y despachó los ataúdes a sendos cementerios. El de Evita permanece hasta hoy en Recoleta. El de Perón llegó a San Vicente, desde Chacarita, el 17 de octubre de 2006, zarandeado por facciones sindicales antagónicas de dudoso buen pulso. La disputa por llevar el cajón, que no cayó al suelo por milagro, dejó 40 heridos. El peronismo siempre fue pródigo en metáforas.
Este doble mausoleo de San Vicente representa respecto de la fastuosidad fúnebre original una resignación histórica que casualmente habla de la grandiosidad de los relatos y la modestia de los resultados. La ley 14.124 ordenaba en 1952 erigir un monumento al Descamisado de 137 metros de alto (dos veces el Obelisco), el Mausoleo de Evita, en un principio pensado para Plaza de Mayo, donde había que correr de nuevo la Pirámide y demoler unos cuantos edificios a fin de mejorar la perspectiva visual. Demasiados escombros: el proyecto fue trasladado al lado de la Facultad de Derecho. Pero al dejar de participar Evita de las discusiones la obra se paralizó. Se trató del único mausoleo del mundo cuya edificación quedó trunca debido al fallecimiento de la destinataria.
Allí mismo, donde ahora se abre y se cierra, cuando funciona, la Floralis Genérica de 23 metros de alto, un nuevo gobierno peronista, el de Isabel Perón, inició el 11 de noviembre de 1974 la construcción del Altar de la Patria, de 50 metros de alto, en el que José López Rega, el arquitecto egipçio de entonces, imaginó que él descansaría junto a San Martín, Rosas, Yrigoyen, Facundo Quiroga, Fray Mamerto Esquiú y, por supuesto, Perón y Evita. Las dictaduras de 1955 y de 1976 arrancaron igual: taparon en el mismo sitio los pozos que sendos gobiernos peronistas habían cavado para purgar su magnificencia.
Desde luego, no se pretende que el peronismo mencione ahora estas obras públicas frustradas por el hecho de congregarse en el mausoleo que finalmente logró hacer. El acto del lunes necesitaba ser en tierra provincial. No era recomendable llevarlo a cabo en la ciudad de Buenos Aires por dos razones. Una, es que el único monumento a Perón que hay (frente a la Aduana, cerca de la Casa Rosada) fue inaugurado por Mauricio Macri. La otra, que la provincia de Buenos Aires funciona como principal refugio del peronismo derrotado y Kicillof sueña con vengar ese tropiezo ni bien pueda.
La quinta de San Vicente no es solamente, como se dijo, el lugar donde Perón y Evita pasaban los fines de semana (esparcimiento que la cartelería reformula en clave de procreación: “aquí se gestó la Revolución Nacional Justicialista”). Kicillof omitió recordar que en esa quinta, custodiada por 24 militares, Isabel Perón estuvo presa desde fines de 1979 hasta julio de 1981. Tanta es la necesidad del peronismo de ocultar el gobierno de Isabel Perón que ni siquiera se la menciona cuando se realiza un acto en el predio donde ella completó sus cinco años de prisión. Hasta Moria Casán participó hace poco, acompañando a Fernando Galmarini, de una evocación del pasado carcelario de la quinta de San Vicente. Pero para Kicillof la tercera esposa no existió, pese al detalle de que al morir su marido, ella -por decisión previa de él- se hizo cargo del gobierno. Esa debe ser la parte que el gobernador prefirió olvidar.
¿Ninguna visión crítica del peronismo? He aquí los audaces umbrales autocríticos hasta los que se animó el disertante: “durante los 50 años que siguieron a la muerte de Perón, el peronismo transitó muchas etapas. Sabemos que no todas fueron plenamente leales a su doctrina”. Dicho lo cual se puso a hablar -bien, por supuesto- de Néstor y Cristina.
¿Cuáles fueron las etapas no plenamente leales a la doctrina de Perón? ¿Isabel Perón? ¿Carlos Menem? ¿Alberto Fernández? La solución es obvia: cada participante elige la respuesta que más le place. Además, el pasado, como su nombre lo indica, ya pasó.
“Algunos pensarán que estamos acá para recordar el pasado -dijo Kicillof-. Se equivocan. Estamos acá para construir el futuro”. Es cierto, mucha gente se equivoca, cree que en la evocación de un líder fallecido hace cincuenta años se puede llegar a hablar del pasado.
Al momento actual, eso sí, lo describe con elocuencia la decisión del peronismo de escoger como orador central del cincuentenario de la muerte de su líder a un economista de izquierda, militante desde el Nacional Buenos Aires en organizaciones estudiantiles, alguien criado políticamente en un laxo ambiente trotskista, marxista, freudiano, keynesiano. Lo más curioso, exento de pasado peronista.
Dicho y hecho, en su mayor parte el discurso estuvo dedicado a criticar a Milei. De Perón por lo menos exaltó la doctrina, aunque no mencionó un solo dato en el rubro resultados verificables. La exaltó en términos tan vagos como rudimentarios. Por ejemplo, seleccionó de las “Verdades Peronistas” la número 20: “en esta tierra lo mejor que tenemos es el pueblo”. Hizo bien, dicho sea de paso, en no recordar la 2, que podría haber sido enunciada por Milei (“todo círculo político es antipopular”); la 4 (dice que “hay una sola clase de hombres, los que trabajan”; agradecidos los subocupados, desocupados y sobre todo las mujeres) o la 12 (“en la nueva Argentina los únicos privilegiados son los niños”, precepto difícil de conjugar en un país en el que el 66 por ciento de los niños son pobres o están privados de los derechos básicos).
Para denigrar el pacto que ahora propone Milei, Kicillof cantó loas al Pacto Social de 1973 que Perón llevó a cabo “luego de deliberar, consensuar e incluir a todos los sectores”. Eso es cierto. Le faltó decir que a la postre el Pacto Social fue un fracaso. Y muerto Perón se derrumbó de manera estrepitosa, lo que le abrió las puertas, en junio de 1975, al Rodrigazo, el mayor ajuste de la historia hecho por un gobierno peronista, otra que Milei.
“El peronismo no se vende”, repitió el gobernador. Muchos de los dirigentes políticos y sindicalistas que lo escuchaban participaron del peronismo de los noventa, que privatizó más empresas públicas y achicó el Estado (además de destruir la industria nacional) en forma bastante más intensa de la que lo hace ahora Milei.
Por último, Kicillof contextualizó internacionalmente a Milei sin mencionar a la ultraderecha. “Hoy en día -dijo-, en el mundo entero, ante la fragilidad geopolítica, la inestabilidad financiera y las guerras desatadas, todas las fuerzas políticas en cada país buscan formas de defender y proteger a sus pueblos. Todas menos la de Milei. En todo el mundo, desde Estados Unidos a Europa, pasando por Rusia y China, es la hora de los nacionalistas, no de los vendepatria”.
Abajo Milei, vivan los nacionalistas Biden, Sánchez, Meloni, Putin, Xi Jinping, faltó decir. Y viva Perón, claro.