Perón y el sentido de la tragedia
El 1º de julio de 1974 se anunciaba oficialmente la muerte de Perón. El estertor de la agonía había dejado atrás, por un momento, los gritos, las aclamaciones, los insultos y fanatismos a uno y otro lado de una grieta a la que la Argentina parecía condenada desde su mismo nacimiento. El coro ditirámbico de la interminable tragedia nacional guardó un silencio premeditado, después del cual todo volvió a comenzar.
Veinte días antes, el presidente había vuelto de su visita a Paraguay, donde viajó contra la indicación de sus médicos y regresó con su ya mala salud colapsada. Después de su traslado a la localidad de Pilcomayo, había seguido hasta Asunción una hora y media sobre la cubierta de una cañonera, en compañía de José López Rega y de Emilio Massera, el marino con vocación presidencial a quien Perón había nombrado comandante de la Armada Argentina por pedido de Licio Gelli, el jefe de la logia italiana Propaganda Due, de la cual Massera era el miembro argentino más antiguo.
Poco tiempo antes, también acompañado por Massera, había presenciado durante varias horas los ejercicios de la Aviación Naval, a la intemperie, en un portaviones que partió de Puerto Belgrano.
La tercera presidencia de Perón fue una etapa breve y rara, durante la cual quienes lo odiaban lo odiaron menos y los que decían que querían morir por él mataron a los de él y a muchos otros
La tercera presidencia de Perón fue una etapa breve y rara, durante la cual quienes lo odiaban lo odiaron menos y los que decían que querían morir por él mataron a los de él y a muchos otros.
Se podría decir que esa etapa había comenzado con el delegado personal de Perón durante su exilio en Madrid, Jorge Daniel Paladino, un hombre de buenos modales y dotes diplomáticas que suavizaba las tensiones entre su jefe y el general Alejandro Agustín Lanusse. No se llevaba bien con la Juventud Peronista ni con los incipientes montoneros, que no dejaban de sembrar cizaña en su contra, hasta que ellos, en un trabajo conjunto con José López Rega, el secretario privado de Perón, consiguieron su desplazamiento.
Lanusse había sido un general tan antiperonista que, cuando estuvo preso por un intento de golpe contra Perón, perdió varios de sus dientes en la cárcel porque decía que no se iba a dejar tocar la boca por un odontólogo peronista. Las paradojas de la historia hicieron que terminara poniendo la banda presidencial a Héctor Cámpora, un odontólogo peronista y amigo de Licio Gelli, amistad que consta en un informe de inteligencia de la Guardia Di Finanza de Italia, del 13 de marzo de 1974.
El sucesor natural de Paladino como delegado hubiera sido Antonio Cafiero, en quien Perón tenía puestas sus expectativas, porque era un peronista histórico, de buena relación con los gremios, de diálogo natural con la Iglesia y aceptable para los militares. Sin embargo, una vez más, la alianza de Montoneros y López Rega actuó en favor de otros propósitos y la designación recayó en Héctor Cámpora.
El propio Miguel Bonasso –miembro de Montoneros– revela en su libro El presidente que no fue, que cuando Cámpora regresó de Madrid a la Argentina investido de su nueva calidad de delegado de Perón, lo acompañaba José López Rega, quien al ver en el aeropuerto a Rodolfo Galimberti –figura emblemática de Montoneros–, le gritó: "¡Ganamos, Rodolfo!".
Una vez que Cámpora ganó las elecciones de marzo de 1973, el núcleo de poder del país estaba prácticamente en manos de los montoneros. Ellos tenían la gobernación de cinco provincias: Buenos Aires, Mendoza, Córdoba, Salta y Santa Cruz; un grupo fuerte de diputados y los ministerios del Interior, Relaciones Exteriores y Educación, además de un aliado en Economía, que era José Gelbard, miembro del Partido Comunista. Aun con ese poder, no cesaban las tomas de universidades y fábricas.
Cuando Perón forzó la renuncia de Cámpora y decidió presentarse él mismo a una nueva elección presidencial, quedaba por definirse quién lo acompañaría en la fórmula. Él no era un líder de talante democrático pero, contra su estilo verticalista, dejó que la candidatura la decidiera el congreso de su partido. Algo raro.
Uno de los congresales para aquella selección del candidato a vicepresidente era Julio Bárbaro, quien observó con estupor que, desde una de las bancas, Norma Kennedy, estrecha aliada de López Rega, vociferaba el nombre de "Isabel", la mujer de Perón.
Bárbaro, quien integraba la agrupación Guardia de Hierro, opuesta a Montoneros, se dirigió a los representantes de la izquierda peronista, varios de ellos amigos suyos, para pedirles que votaran en contra de semejante insensatez. No lo logró. Los montoneros y sus simpatizantes, a pesar del odio que sentían por Isabel, simularon indiferencia y así favorecieron su designación.
María Estela "Isabel" Martínez de Perón en el gobierno representaba un enorme poder para López Rega si su cónyuge moría.
La fórmula ganó por amplio margen el 23 de septiembre de 1973. El 25 de septiembre, un comando montonero asesinó a José Ignacio Rucci, el secretario general de la Confederación General del Trabajo. Lo mataron con ráfagas de disparos de diferentes armas y calibres cuando salía de su modesto departamentito tipo "chorizo", en el barrio de Flores. Fue la manera de dejar a Perón sin interlocutor confiable con el sector obrero y de castigar su rebeldía frente a Gelli, el verdadero autor de la candidatura de Cámpora.
Hubo otro asesinato que, entre tantos que tiñeron de sangre aquellos años, quedó olvidado. Fue el del dirigente gremial Antonio Magaldi, del sindicato de los textiles de San Nicolás. Un hombre recto y querido en toda la ciudad, a quien Perón había tomado en cuenta para una próxima conducción de la Confederación General del Trabajo, como se lo comunicó en una carta. La noche del 3 de abril de 1974 le apuntaron desde un automóvil en el trayecto entre la quinta de Olivos y San Nicolás. Magaldi aceleró y dejó atrás a los sicarios, pero al día siguiente lo emboscaron en una calle de su ciudad. Quien disparó contra él fue Marcos Osatinsky, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Los familiares de Magaldi quedaron en la mayor pobreza e ignorados por todos.
En mayo de 1974 mataron al padre Carlos Mugica, quien ya estaba de vuelta de sus arengas revolucionarias a Montoneros, que habían sido sus antiguos amigos. Les había exigido dejar las armas y había producido en la organización un drenaje cercano al cuarenta por ciento en favor de la JP Lealtad, a la que los militantes se pasaban sin cesar. La revista Militancia, órgano propagandístico de las organizaciones terroristas, meses antes había colocado su figura en la sección "Cárcel del Pueblo", donde aparecían todos los que después eran asesinados.
De ese modo, Perón se quedó sin comunicación eficiente con los obreros y con la juventud. Lo que viene después es historia conocida; pero todo estaba preparado para que accediera al poder el almirante Emilio Eduardo Massera, el verdadero candidato de Propaganda Due y aliado de la reducida cúpula de Montoneros.
En 1872, Friedrich Nietzsche escribía El origen de la tragedia. Así lanzó su tesis principal, según la cual la realidad de la tragedia no está representada por las escenas que protagonizan los actores ni por la belleza y armonía apolíneas, sino por el coro de fondo, que asume la orgía de Dionisio, el dios mitológico del desborde y de la exacerbación. A veces la historia pasa por detrás del escenario.