Perón polemizaba con Braden; Milei, con Lali Espósito
Está en el adn de cualquier político elegir un adversario al que se lo pueda responsabilizar de todos los males de la Tierra y a, partir de eso, protagonizar una obsesiva campaña en contra que funcione como relato a su favor.
Así lo hizo Juan Domingo Perón versus el embajador norteamericano Spruille Braden; la Revolución del 55 contra el líder justicialista; Fidel Castro al poner en su mira obsesiva al “imperialismo norteamericano”; Cristina Kirchner contra Mauricio Macri y viceversa. Hay cientos de ejemplos más aquí y en el mundo, en cualquier momento de la historia y hoy mismo.
Pues bien, en peculiar variante, el presidente Javier Milei ha elegido como contendiente predilecta y recurrente nada menos que a una exitosísima cantante pop: Lali Espósito.
¿Puede haber tamaña disonancia? En contraste con los ejemplos políticos mencionados, el match Milei-Espósito no deja de sonar absurdo y hasta ridículamente etéreo. Digámoslo con todas las letras: da vergüenza ajena.
En el terreno de lo racional es imposible encontrarle una explicación lógica. Sin embargo, hay dos detalles que conviene tener presentes para entender la génesis de una pelea entre dos galaxias tan distintas y distantes.
El primero tiene que ver con un brevísimo tuit de tan solo cuatro palabras que la artista publicó en la red social X al conocerse el primer batacazo inesperado del líder libertario en las PASO de agosto (luego perdería contra Sergio Massa en la primera vuelta, pero se consagraría como presidente en el balotaje).
“Qué triste. Qué peligroso”, posteó entonces en sus redes la joven artista. Fue suficiente para desatar la furia de los libertarios, que se manejan con gran fluidez en las catacumbas virtuales.
El segundo detalle –tal vez el más importante– es que Milei no ha renunciado, ni quiere hacerlo, a su condición de personaje esencialmente mediático, que encuentra su principal razón de ser en el chapoteo por barros livianos, pero ásperos.
En vez de investirse de la seriedad, el aplomo y tolerancia que requiere desempeñar la primera magistratura del país elige involucionar al panelista colérico de Intratables que lo lanzara al estrellato televisivo. Es evidente que le queda cómodo ese envase.
A los políticos tradicionales Milei los desprecia hasta para confrontar. Y arremete con la audacia que le es característica eligiendo, en cambio, enredarse en una disputa emocional y conventillera con una megaestrella musical. Procura ganarse así el favor del público.
Atención: no es todo naif ni la jugada inconsciente de un adulto infantilizado que no ha madurado. Con esas belicosidades hacia una figura tan popular, el Presidente sabe que tiene la repercusión asegurada y que esa polémica ocupará el centro del escenario mediático, asordinando los temas graves todavía muy lejos de resolverse que realmente importan en el campo económico y social. Si no hay pan, al menos que haya circo.
En agosto, cuando Lali Espósito se expresó escueta y contundente, el actual presidente fue más hábil y hasta un poco borgeano en su respuesta: “Perdón, no sé quién es. Yo escucho a los Rolling Stones”. Y a otra cosa. Debió dejarlo ahí. Pero no. No está en su naturaleza.
También en su momento colaboró en esa ofensiva Victoria Villarruel. “Vos te llenás la billetera con el Estado”, le zampó la hoy vicepresidenta de la República. Se refería a honorarios abultados cobrados por la cantante por presentaciones auspiciadas durante el gobierno anterior.
Lali Espósito es una artista probadamente exitosa que llena salas y estadios vendiendo entradas por sí misma. No depende del Estado para subsistir y los ingresos que haya podido tener de ese lado son minoritarios respecto del dinero que percibe por la reproducción millonaria de sus hits.
El fuego de esta insólita polémica se reavivó por dos hechos en los últimos días: Milei volvió a sentir que la cantautora de “¿Quiénes son?” le mojaba la oreja desde el escenario del Cosquín Rock y ante las cámaras de LN+, y desde la Casa Rosada, el Presidente no tuvo mejor idea que apodarla “Lali Depósito”.
Milei quiere dar una batalla por el uso de los recursos públicos y critica fuertemente que parte de esos fondos, en tiempos de escasez como los actuales, sean derivados hacia actividades más superfluas, como puede ser esponsorear la presentación de artistas, mientras los gobiernos provinciales y municipales que incurren en esas prácticas se quejan al mismo tiempo de no contar con dinero suficiente para pagar a sus docentes o subsidiar el transporte público.
Plantearlo de manera abstracta o técnica generaría indiferencia o concentraría todos los dardos opositores en Milei que, sin que le tiemble la mano, está recortando todos esos fondos. Al distraer la atención hacia su pelea con Lali Espósito saca el foco del tema concreto, le baja el precio y lo lleva hacia el plano farandulero. No deja de ser una estrategia.
Más allá de sus posturas políticas -tiene derecho a pensar como quiera- Lali Espósito se convierte así en una víctima propicia para que el Presidente la use como carne de cañón en su cruzada contra los gastos del Estado.
La maniobra no es gratis porque la voz presidencial en la Argentina es muy potente y se torna desproporcionada y desigual cuando arremete contra una persona puntual, máxime cuando se trata de una figura conocida. Desata tempestades virtuales que se transforman en un bullying gigantesco e innecesario que hasta puede resultar peligroso y derivar en agresiones.