Performance y política, un maridaje prolífico
George Steiner sostiene que la “alta tragedia […], una práctica ritual y mimética […] de carácter absolutamente único […] por su talla, […] por su forma y por su técnica” es ateniense, y su invención se la debemos a Esquilo. Aristóteles la definió como “una imitación [mímesis] de una acción seria, completa […] mediante un lenguaje sazonado […]; en forma dramática, no narrativa; y que a través de la compasión y el temor logra la purificación de dichas emociones”. A renglón seguido, esclarece: “Puesto que hacen la imitación actuando, […] algo o alguien se manifiesta en el actuar [en la performance] a lo largo de la tragedia”.
Como “arte político por excelencia”, sus temas aludían al bienestar de la polis, y el proverbial espíritu agonal (el conflicto o la contienda) se manifestaba tanto sobre el escenario como en la asamblea. Para un ateniense del siglo V danzar en un coro trágico exigía la misma disciplina y dedicación que una danza guerrera o un desfile militar. De allí que guerra, política y entretenimiento constituían modos vitales e interconectados de performance. El aulos (instrumento de viento asociado al culto a Dionisio) dictaba el ritmo del coro trágico, pero podía también dirigir la cadencia de los movimientos de los remeros en las embarcaciones. La performance, por ende, informaba todas las áreas de la vida pública, pues el drama griego estaba inextricablemente unido a la experiencia política. Más aún, la tragedia no surgió de la armonía existente en la ciudad; por el contrario, se desarrolló ante la necesidad de reconciliar facciones. La perdurabilidad de la polis dependía del esfuerzo colectivo practicado en la asamblea y fomentado, también, en la tragedia. En ambas, el agón operaba como catalizador del desenlace del drama, por un lado, y de las instituciones, por otro.
En su valioso artículo, “Tragic Honors and Democracy: Neglected Evidence for the Politics of the Athenian Dionysia”, Peter Wilson examina la ceremonia de rendición de honores a los ciudadanos defensores de la democracia ateniense en el siglo V a. C. La misma tenía lugar en el teatro Dionysia previamente a la representación de una tragedia. Los honores tributados a los benefactores de Atenas tenían un claro objetivo: destacar el ejemplo de hombres de acción que, en defensa de la democracia, habían dado muerte a potenciales tiranos. Promulgado por decreto del demos, su propósito era instituir la práctica de premiar los méritos de los “asesinos políticos [political assassins]” y “asesinos de tiranos [tyrant slayers]” que habían contribuido a derrocar un régimen oligárquico y a restaurar la democracia. Wilson propone estudiar las performances del Dionysia y la ideología cívica conjuntamente, destacando la dinámica entre “sociedad democrática, política y drama”. Su tesis es que la rendición de honores y la performance trágica que la continuaba confirmaban un suceso único. Coronando a sus benefactores, Atenas exhibía públicamente la ideología colectiva de una democracia que alentaba al resto de los ciudadanos a actuar emulando a los premiados. Por otra parte, y en asombrosa confrontación con dicho despliegue cívico, las tragedias que lo sucedían podían representar, por ejemplo, los peligros inherentes a la búsqueda de honores, el colapso de la autoridad política o la violación de los límites comunales.
La matriz política de la performance es clara. Como reacción a los intentos oligárquicos en 411 y 404 a. C., el decreto de 409 a. C. reconoció los méritos de Trasíbulo de Calidón, el asesino del oligarca Frínico, general ateniense y líder de la sedición antidemocrática de 411 a. C. La rendición pública de honores en los momentos previos a una performance trágica suponía conmemorar una acción restauradora de la democracia, tras su primera caída. La performance hacía pública la autocomprensión de Atenas como democrática. La función del drama griego, asociado a las instituciones libres, era eminentemente política. La tragedia educaba, pues instalaba on stage las cuestiones críticas del debate público vernáculo.
Más allá de la dramática elocuencia de los ejemplos atenienses, lo decisivo era que los ciudadanos tomaban conciencia de su poder colectivo y se alzaban en defensa de sus instituciones democráticas, contra todo intento usurpador por parte de las oligarquías políticas. Para nosotros, los “asesinatos políticos” de antaño son barbarie y criminalidad, pues hemos sido testigos de los horrores que enmascara ese rótulo. Aunque la democracia directa es impracticable bajo condiciones actuales, necesitamos instituciones que vehiculicen la acción de los ciudadanos.
Si miramos con atención, las viejas performances atenienses siguen activas en medios de participación inauditos para los viejos griegos, defensores de las instituciones libres. No me refiero solamente a las protestas masivas en las calles, desactivadas bajo el pretexto de la pandemia. Aunque las redes sociales no sean canales estrictamente políticos de participación, constituyen, de hecho, valiosos foros de asociación y comunicación. Su impacto político podría manifestarse en la desobediencia civil (la performance política par excellence) o la rebeldía fiscal, por ejemplo. La clave es activar la conciencia de poder colectivo.
La proverbial “conciencia de clase” que Marx le exigía al proletario no es más que la sinergia que se enciende cuando los ciudadanos generan poder, con independencia de las estructuras partidarias. Los reclamos de los grupos de interés (“los impuestos son confiscatorios”) y las demandas de los grupos de opinión calificada (“exigimos líderes políticos que denuncien con firmeza la ‘guerra de agresión’, los ‘crímenes de guerra’ y los ‘crímenes contra la humanidad’”) tienen un peso directamente proporcional al número de asociados en defensa de una causa. El individualismo (cada uno se las arregla como puede y tira para su lado) es nuestro peor enemigo y la class action que Tocqueville elogió como el “arte de la asociación” de los americanos en el XIX, es una lección que aún debemos aprender.
Doctora en Ciencias Políticas, licenciada en Filosofía