Perfil: Diane Arbus. Enfrentar los propios fantasmas
Es una de las fotógrafas más relevantes del siglo XX y escandalizó a la alta sociedad neoyorquina con sus retratos de personajes excéntricos y marginales. En los próximos días llegan desde el Met al Malba las imágenes que marcaron el inicio de su carrera
“No puedo hacerlo más. No voy a hacerlo más.” Con esa determinación, una noche de 1956 en su estudio del Upper East Side de Manhattan, Diane Arbus habría decidido poner fin a una década de sociedad con su marido. Un impulso que, sin saberlo, definiría su destino como una de las fotógrafas más destacadas del siglo XX.
Eso asegura Arthur Lubow, autor de una biografía de Arbus publicada el año pasado, que añadió polémica con revelaciones de incesto –Arbus habría mantenido una relación íntima con el poeta Howard Nemerov, su hermano mayor, hasta el final de su vida– a la ya controvertida historia de una mujer que cambió para siempre la forma de ver el alma humana.
Dos décadas antes, Patricia Bosworth, autora de otra biografía de la artista, había afirmado que fue Allan Arbus quien tomó la decisión al presenciar cómo su esposa rompía en llanto durante una cena con amigos. En respuesta a una pregunta sobre su trabajo, ella se habría angustiado al describir cómo peinaba y ajustaba los vestidos de las modelos retratadas para revistas como Glamour y Vogue.
Ambas versiones coinciden en que algo no andaba bien con Diane. “Parecía que estaba por o acababa de tener un colapso nervioso”, confirmaría años más tarde su gran maestra y amiga Lisette Model, quien la animó a enfrentar –y retratar– sus propios fantasmas.
En el principio, la muestra que inaugurará el Malba el 13 de este mes, presentará un centenar de imágenes de aquella etapa decisiva en su carrera. Siete años –desde 1956 hasta 1962– que reflejan una profunda transformación en su mirada. Las hojas secas, los diarios arrastrados por el viento y los globos que protagonizaban las imágenes con las que llegó al taller de Model, a los 33 años, pronto dieron paso a los freaks que horrorizaron a la clase alta neoyorquina.
“Éso es lo que amo: la diferencia, la singularidad de todas las cosas”, había escrito Diane en un ensayo sobre Platón en el colegio secundario, mientras intentaba liberarse del poderoso clan Nemerov. Una madre narcisista, un padre abocado al crecimiento del emporio familiar y un ejército de niñeras la habían mantenido “a salvo” de las experiencias que ella tanto anhelaba.
Hasta que se casó con Allan Arbus, a los 18 años, y recibió de él como regalo su primera cámara, observaba el mundo con curiosidad desde su departamento sobre el Central Park, a pocas cuadras del Museo Metropolitano de Nueva York. El mismo que ahora trae sus fotos hasta Buenos Aires, en su primera colaboración con una institución argentina.
“Desde el comienzo, Arbus consideró la calle un lugar lleno de secretos que esperaban ser desentrañados”, señala Jeff L. Rosenheim en el texto curatorial. Según él, se distinguió de sus colegas documentalistas, como Garry Winogrand y Lee Friedlander, al buscar “la conmoción de un encuentro personal directo” con sus retratados.
Gigantes, enanos, travestis: cualquiera que se alejara del parámetro de lo “normal” en la moralizante década de 1950 comenzó a atraer la atención de Diane. La liberación de 1960 la encontró separada y con dos hijas, Doom y Amy, que hoy cuidan celosamente su legado. “Detrás de una carpa de circo o de un escenario –observa Rosenheim–, o dentro de un dormitorio, el papel de outsider curiosa de Arbus con el tiempo fue perdiendo fuerza en favor de una insider, aunque sólo lo fuera momentáneamente, privilegiada.”
Retrata tu aldea
“Cuanto más específica, más universal serás”, solía repetirle Model. Diane fue una de sus mejores alumnas. En su búsqueda de lo auténtico, similar a la que August Sander había realizado un siglo antes, Arbus atravesó límites que otros fotógrafos no se habían atrevido a cruzar. La intimidad con los retratados que se percibe en muchas de sus fotos es el resultado de la construcción de vínculos que demandaba horas o días de conversación. Y a veces, incluso, relaciones sexuales.
Esa pasión por los excéntricos y marginales inspiró la película Retrato de una obsesión (2006), protagonizada por Nicole Kidman, y tanta admiración como rechazo. “Su obra muestra gente patética, digna de lástima, y también repulsiva, pero no suscita ningún sentimiento compasivo”, criticó Susan Sontag.
“Comprar el regalo de cumpleaños a Amy. Ir a la morgue”, eran las tareas que anotaba en su agenda, junto con los temas que le interesaban: “Crimen, desesperación, pecado, locura, muerte, fama, riqueza, inocencia”. En esas mismas páginas escribió “última cena” el 26 de julio de 1971, a los 48 años, antes de tomar una gran cantidad de pastillas y meterse en la bañera vestida con un short y una remera. Luego se cortó las venas.
Meses más tarde, diez de sus obras eran exhibidas en la Bienal de Venecia y se inauguraba una retrospectiva de su trabajo en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, donde el público había escupido en 1965 sobre sus fotos. Hace una década, el Met compró gran parte de las que ahora llegan al Malba.
Estas últimas incluyen el retrato de Jack Drácula, un hombre que parece contener en su cuerpo tatuado todas las historias de la humanidad. Es uno de los personajes que Harper’s Bazaar publicó en 1961, con textos firmados por Arbus. Ella los describe como “metáforas” que desafían nuestro coraje “para que volvamos a preguntarnos qué es verdadero e inevitable y posible, y qué significa convertirnos en quien quiera que seamos”.