Peregrinaje virtual a Luján: cuando se camina con el alma
Claramente, en cuestiones de fe lo personal en la relación con la divinidad es la clave. Y es desde ahí que quisiera compartir con los lectores estas breves pinceladas. Ya estamos casi en el primer fin de semana de octubre y los recuerdos aparecen tan nítidos. Hace 45 años, el 25 de octubre de 1975, nació una locura, un sueño, una quijotada. La situación que vivíamos los argentinos en aquel momento era tan complicada... y los jóvenes teníamos ganas de "hacer algo".
Muchas puertas estaban cerradas y "la libertad con fijador", como decía la famosa "Marcha de la bronca". El corazón nos estallaba mientras el único grito válido que no se podía callar y que ninguna oreja podía censurar era el grito de la oración.
Hasta ese momento, para muchos de nosotros ir a Luján era cosa de viejos y hacer una procesión aún más. Sin embargo, el padre Rafael Tello se comportó como lo hace un profeta: porque siempre los hubo y los habrá; sólo hay que saber descubrirlos. En una síntesis fabulosa unió lo viejo y lo nuevo, lo de la tradición más fuerte latinoamericana de las peregrinaciones y el palpitar de los jóvenes, la necesidad de gritar con el canal más perfecto que es la oración.
Porque la oración es el grito a veces desgarrado del corazón, dos puntas de un camino del pueblo pobre como son el santuario de San Cayetano en Liniers y la Basílica de Nuestra Señora de Luján. Todo esto y muchas otras cosas en un solo movimiento: los jóvenes caminan a Luján y piden por la Patria. Por esa Patria que en aquellos días sufría y sabía que sufriría mucho más.
Un poco a las escondidas, para que no se frustrara antes de tiempo, se fue preparando. Casi 20.000 personas salimos el mediodía del sábado desde San Cayetano con la imagen cabecera en la "titina", un camioncito recauchutado... sin baños químicos, sin "choris" en el camino, sin ayuda médica, sin corte total de avenidas ni calles. Observados por los vecinos y sospechados por las fuerzas de seguridad, caminamos ese largo trayecto de puro guapos y con el corazón ardiendo. Confieso que mucho no entendía lo que estaba pasando, pero cargué mi botiquín improvisado, mi guardapolvo de maestro, al que le metí una cruz roja en el brazo, y anduve reventando ampollas y haciendo masajes en las paradas y caminando con el resto, meta rosario y canto. La Virgen hizo el resto.
Lo que sabía del pueblo de Dios lo viví en carne propia: la necesidad de ir caminando en la vida con otros fue una realidad, poner la vida al servicio se escapó de las páginas del Evangelio y se me metió en la piel. Aprendí a querer a la Virgen de Luján como hijo a lo largo de esos interminables kilómetros que mediaron en la oscuridad de la noche entre Rodríguez y Luján. Sentí la soledad poblada de silencios con los que caminaban a mi lado susurrando una oración o llorando simplemente.
La peregrinación está tan metida en el corazón de nuestro pueblo —es su historia y es su presente— que, aunque nadie la organice, sigue caminando sola. Porque el que la conduce es Dios y el pueblo sabe que Dios no defrauda
La vieja ruta 7 se encontraba con el puente de la ruta 6. La imagen se abrió delante de mis ojos como la respuesta a tantas preguntas que en la noche del tiempo que vivíamos; y en esa noche se adentraron en mi corazón. Esa fue la primera; después vinieron muchas más: como peregrino, como servidor, trasmitiéndola por la radio, confesando a los peregrinos, rezando la misa y, hace algunos pocos años, regalando en ese puente que me abrió a esta vida, el regalo del bautismo que nos hace hijos de Dios; que nos da un Padre, una familia y una madre que nos espera con los brazos abiertos en Luján.
La peregrinación es parte de mi vida, está clavada en el origen de mi vocación, es parte del mi año litúrgico, como la Pascua y la Navidad. Ahí, siento que nos reconocemos como pueblo con herencia y responsabilidad. Ahí se pone al descubierto nuestro corazón deseoso de ser tocado con ternura por la Virgen mamá. Ahí seguimos gritando por una vida más justa y digna para todos. Ahí cada año se renueva nuestra esperanza y le decimos no a la resignación pasiva. Ahí somos hijos agradecidos que le decimos a mamá "gracias por un año más, no nos abandones porque no queremos bajar los brazos". Ahí pasamos a las nuevas generaciones la memoria buena de un pueblo que sigue apostando a la vida, a la verdad, a la solidaridad, a compartir.
La peregrinación está tan metida en el corazón de nuestro pueblo —es su historia y es su presente— que, aunque nadie la organice, sigue caminando sola. Porque el que la conduce es Dios y el pueblo sabe que Dios no defrauda.
Este año el camino es virtual porque la salud de la humanidad está amenazada por la pandemia y una madre sabe cuidar a sus hijos. Este año serán las redes sociales y los medios de comunicación los posibilitadores del encuentro del pueblo con su Madre. Mientras vivimos el hoy con sus complejidades, no perdemos nuestro vínculo con nuestra fe, esa esperanza que empuja siempre hacia adelante, este sábado la Virgen de Luján llama.
Madre, abrazanos. Queremos seguir caminando.
Obispo de San Justo