¡Perdonalos, Rivotril!
“Dale un Rivotril a Gaillard, que está sacada” (De la diputada Karina Banfi)
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“Dale un Rivotril a Gaillard”, que está sacada. “Callate, ridícula”, gritaba una diputada en plena sesión del Congreso. La destinataria del fármaco era la legisladora kirchnerista Carolina Gaillard, quien a voz en cuello y sin tener concedida la palabra reclamaba en el recinto que la Ley Bases se debatiera artículo por artículo, contrariando un acuerdo previo de los jefes de bloque”. Más tarde, la propia Gaillard adjudicó los gritos a su par radical Karina Banfi por medio de la red X. “Me grita ‘tomá un Rivotril’, un acto machista y misógino, lamentable de una colega que se dice sorora”. Qué triste episodio desde todo punto de vista, pero especialmente para el Rivotril, fruta noble si las hay.
Amigo de los insomnes y bálsamo insustituible para los ansiosos patológicos, el Rivotril terminó siendo introducido injustamente en la escena parlamentaria. Si el desfribilador hubiera tenido acceso a las redes sociales se habría desternillado de la risa tras los cortinados del Congreso.
Qué ataque artero al clonazepam. Ni la fluoxetina debe haber padecido tanto cuando, para lograr el equilibrio interno, el filósofo Lou Marinoff sugirió reemplazarla por la lectura de textos de la Grecia clásica. Más Platón y menos Prozac, escribió provocando desazón entre los farmacéuticos y visitadores de laboratorios.
Un colega se quejaba hace poco porque cada vez que asiste a una consulta médica, sale del consultorio con la prescripción de un nuevo fármaco. “Haga uso de la ciencia”, le dijo un galeno al verle la cara de desahuciado.
Viendo la situación del Congreso, los legisladores también deberían hacer uso de la ciencia, amigarse con la despensa del boticario y encargarle contenedores de Pancután para cuando se queman en público; camiones de Hipoglós para las irritaciones ideológicas, toneladas de Buscapina para las indigestiones partidarias y de Factor AG para evitar efectos secundarios, kilos de Alernix para destaparse la nariz cuando votan a contramano de lo que piensan, cajones de antihepertensivos para atemperar la tragada de sapos; bolsones de antiglucémicos para bajar los niveles de almíbar en lobbies, carretillas de estatinas para disminuir el colesterol malo que produce el sedentarismo antisesiones y remolques de pastillas de carbón ante la urgente obligación de tener que rendir cuentas.
Y si les queda tiempo –porque dinero tienen– contratar a un equipo de psicoanalistas para que, desde el solitario diván o la terapia de grupo, los ayude a escapar del útero asfixiante del poder.