Pequeñas epopeyas de la ética ciudadana
Aunque algunos prefieran minimizar la permanente irregularidad de nuestra vida urbana, sería bueno que el nuevo gobierno se atreviera a poner fin a estos atropellos cotidianos, hijos de la histórica anomia argentina
Algunos de los múltiples desafíos que esperan al nuevo gobierno tienen que ver con los "trapitos", los manteros y los barrabravas, esos personajes que perturban la vida cotidiana de los argentinos.
Quienes se embriagan con los grandes relatos y la construcción de epopeyas miran como anecdótico lo relacionado con estos protagonistas menudos de nuestra vida en comunidad. Parecen pensar que nada fundamental cambiará en la vida argentina si ellos perduran o desaparecen. Las batallas cruciales se librarán contra la inflación, por el crecimiento y el bienestar económico, por la estabilidad política, por la justicia en el ingreso, o bien, para quienes están en las antípodas, por la resistencia al neoliberalismo u otros evangelios. Sin embargo, estos procesos macrosociales se extenderán durante meses, años, quizá décadas. Decantarán lentamente no ya los balances sobre el nuevo gobierno, sino los meros escrutinios provisionales. Mientras tanto?
Mientras tanto hay que seguir viviendo. Según el análisis de Eduardo Fidanza, "el argentino medio se conforma con tener trabajo y servicios públicos, aunque sean mediocres, y con consumir bienes durables. Si se cumplen esos requisitos, apoya al gobierno de turno y lo reelige. La casa propia, la infraestructura y los servicios de calidad y la buena educación son para él metas inalcanzables u olvidadas". Si así fuera, crecería la importancia de sucesos relativos a esa vida cotidiana a la que aludo.
Los "trapitos" -pequeños extorsionadores que exigen propina para "cuidar" autos en los eventos masivos y aun en estacionamientos cualesquiera- y los manteros -vendedores callejeros sin permiso municipal que ofrecen mercadería proveída por grandes y turbias organizaciones-, junto a los barrabravas, son prototipos del mundo porteño, siempre expresivo a la hora de pergeñar figuras pintorescas. La literatura, el teatro y la televisión han proporcionado retratos de estos módicos monstruos (¿remember la gran película de Dino Risi?) tanto en la vena ácida de un Roberto Arlt, quien en sus Aguafuertes porteñas solía referirse a charlatanes y embaucadores callejeros, como en la de escritores costumbristas como Rodolfo Taboada, el autor de "De la fauna porteña". Pícaros porteños, un Isidoro Cañones, un Avivato, fueron personajes legendarios de la historieta argentina. Cómicos como Antonio Gasalla o Peter Capusotto han recreado pícaros en una vena muy argentina, la del grotesco.
Prototipo de la astucia ciudadana, el "trapito" es resbaladizo como anguila. La edición de ayer de la nacion consignaba que los "trapitos" habían desaparecido del partido de San Martín, donde hace poco uno de ellos golpeó a un hombre, pero en cambio acampaban por sus fueros en toda la Capital. Al fin y al cabo, ¿qué es un "trapito"? Sólo un señor que, provisto de una franela, acomoda los autos. Su delito, dañar la carrocería del auto cuyo dueño no le pagó el "tributo", lo consuma sin testigos. El mantero escucha un silbido, o la señal de su celular, porque siempre habrá alguien que le avise la presencia de la "autoridad", y velozmente recoge su mercadería para perderse en la multitud. Mantero y "trapito" han escapado de toda regulación, y no porque ella no se intentara. Los medios de comunicación que filman todo lo que pasa suelen llevarlos a la pantalla. Con gran vocación retórica -hasta los manteros y los "trapitos", hoy por hoy, son mediáticos- de inmediato construyen su discurso: son trabajadores humildes que salen a vender o a ganarse una propina porque necesitan llevar el pan a sus hogares. Lo que seguramente es cierto. Pero ¿quién está tras ellos?
¿Cambió el clima para manteros y "trapitos"? ¿Hay una nueva cultura en el aire, hay un cambio de paradigma? ¿Ya no rige aquella observación de Jorge Luis Borges según la cual "al argentino le importa menos pasar por inmoral que pasar por zonzo"?
Porque, digámoslo de una vez, manteros, "trapitos" y barras tienen que ver con la tendencia anómica argentina que nos lleva a vivir "al margen de la ley", según el diagnóstico que, en 1992, formuló Carlos Nino, y antes, en 1940, Ezequiel Martínez Estrada: "En la Argentina, primero se inventa la trampa y después se inventa la ley".
¿Entonces? Arriesgo esta reflexión: cuando una ciudad llega a la magnitud que tiene Buenos Aires se está cerca de un límite. A la espera del próximo censo, todos los indicadores señalan que el área metropolitana porteña ya alcanza los dieciséis millones de personas. Este tamaño la aproxima al colapso, o por lo menos es multiplicador de los fenómenos a los que alude este artículo. Los manteros ocupan kilómetros y kilómetros de calles y avenidas céntricas. Venden alimentos que amenazan la salud de la población y sus aglomeraciones favorecen la criminalidad.
El barrabrava, por su parte, es la criatura argentina de un fenómeno que en el mundo ha estallado como un fruto podrido: el fútbol, la religión de las multitudes. El fútbol, ese magma sobre el cual llevo escritas tantas páginas, se torna crucial en la Argentina de hoy porque es un espacio crecientemente ligado a la política. El nuevo presidente ha llegado adonde ha llegado porque construyó su figura pública durante doce años en los que presidió el principal club de fútbol argentino. La violencia en el fútbol argentino, que se ha cobrado ya cerca de trescientas vidas, estará desde ahora, más aún de lo que está, en el centro de nuestra vida social. Diré solamente que en la ciudad de Buenos Aires hay 19 estadios, sólo contando los clubes de las dos principales divisiones. Sin embargo, la ciudad no podría ser sede de ningún evento internacional organizado por la FIFA porque no se cumple el requisito exigido desde hace ya muchos años: todo el público debe estar sentado. Es la cultura del tablón, un núcleo duro de prejuicios que deben ser intervenidos si se quiere sanear esta zona de la vida argentina.
Siendo banales o secundarios, estos problemas relativos a la ética urbana son también problemas nuevos, aunque, como se ha visto por las citas de este artículo, sean muy antiguos. Los años de gobierno kirchnerista pasaron sobre ellos sin tocarlos. En realidad, profundizándolos. Ya se ha dicho todo sobre el tema. Pero nunca estará de más recalcar hasta qué punto el gobierno de Cristina Fernández hundió al país en la violencia futbolística, no sólo porque mantuvo la impunidad del universo barrabrava, sino también porque exaltó a los "héroes de los paravalanchas" en su voraz afán por usar el fútbol como capital político.
Quizá estos temas sean banales y secundarios en relación con otros, como la pobreza y el crimen. Pero aun así valdría la pena que los alcanzara alguna reforma. Que, para dar frutos, exigirá considerables esfuerzo, talento dirigencial, percepción y apoyo de los ciudadanos.
Pensándolo bien, quizá no sean asuntos tan banales ni tan secundarios.