Pensar la crisis. La pandemia y el mundo que viene en la mirada de los que saben
¿Por qué no vimos el riesgo?, ¿cómo cambiará la vida tras el virus?, ¿podremos evitar una nueva crisis?; el autor buscó respuesta a estos interrogantes en una serie de entrevistas a referentes globales publicadas en este diario que, ahora, fueron reunidas en un libro de inminente aparición
La imposición de una cuarentena era un secreto a voces en la Argentina. Nos golpeaba una pandemia que no vimos venir. O no quisimos ver. Ahora sabemos que estaba todo dado para que ocurriera y que varios referentes globales habían dado la voz de alerta. Pero no prestamos atención hasta que, en marzo, resultó demasiado tarde. No estábamos atentos, ni preparados. Nos sorprendió porque dejamos que nos sorprendiera.
Debimos aprender sobre la marcha. Cambiar rutinas, abandonar costumbres sociales, postergar proyectos y confinarnos durante semanas que se tornaron meses. Ahora esperamos que aparezca una solución que no sabemos cuándo llegará.
-Me gustaría encarar una serie de entrevistas a grandes figuras globales -les propuse a mis editores, aquel jueves, reunidos los tres en una sala de la Redacción de La Nación.
Les describí la idea: dado que el mundo ingresa en una tormenta donde lo único tangible es la incertidumbre, ¿qué me gustaría hacer? Aprender y comprender. De esa premisa derivó otra: ¿aprender de quién? Y de allí, a lo terrenal: ¿a quién me gustaría entrevistar?
Mis editores aceptaron.
La serie de entrevistas empezó a tomar forma, apoyada en varias presunciones que se verificaron con el paso del tiempo: que la cuarentena duraría mucho más que dos semanas; que el interés por las noticias "urgentes" del coronavirus menguaría con el transcurso del tiempo; que los lectores querrían leer algo que los enriqueciera al mismo tiempo que los entretuviese y hasta los distrajera. En suma, la presunción de que muchos podrían compartir ese interés por aprender y reflexionar, a partir de un material de lectura que les ofreciese ir más allá de lo coyuntural o, para ponerlo en términos dramáticos, que los sacara del conteo diario de contagiados, muertos y recuperados.
También previmos que la misma alteración de nuestra agenda diaria durante la cuarentena se repetiría en otros países y que, por tanto, sería probable que muchas figuras contasen con tiempo ocioso que en tiempos normales estaría ocupado con compromisos de todo tipo (conferencias, viajes y mucho más).
Con esas presunciones, redacté el primer listado con dos docenas de nombres a los que rastreé. Mientras gestionaba esa primera tanda, amplié el listado. Al cabo de seis semanas, ya superaba los 120. Hoy supera los 250, mientras seguimos en el baile, aunque a esta altura todos cambiamos. Es otro mundo y nosotros no somos los mismos.
Aprendimos a valorar obviedades que obviábamos. Desde la paciencia y capacidad pedagógica de quienes cada día educan a nuestros hijos en las escuelas hasta las vicisitudes sociales, emocionales y psicológicas que afrontan quienes se ven forzados a permanecer en casas, hospitales, asilos, cárceles y tanto más por tiempo indefinido.
Comprendimos la relevancia social de quienes eran soslayados a menudo y que de pronto, por una amenaza invisible, se revelaron esenciales: desde recogedores de residuos hasta reponedores de mercaderías, desde distribuidores de alimentos hasta, por supuesto, el personal sanitario.
También comenzamos a plantearnos algunas preguntas: ¿por qué no vimos el riesgo que corríamos? ¿Por qué desatendimos las alarmas previas, del ébola a la gripe A o el SARS? ¿Por qué lo urgente tapó lo importante? Y ahora, ¿qué más no estamos viendo? ¿Otra pandemia? ¿El estallido de la desigualdad social? ¿El cambio climático? ¿La pérdida de la biodiversidad?
Con el paso de los meses, también, la serie de entrevistas comenzó a evolucionar hacia una posibilidad: un libro que permitiera volcar lo mucho de cada reportaje que quedó fuera de la nacion por falta de espacio. De otro modo, muchísimo material valioso se perdería.
Cada entrevista fue un intento de comprender qué nos pasa, por qué y qué puede ocurrir. Apelé a quienes más saben en todo el mundo en disciplinas muy variadas, para aprender de ellos: historiadores, científicos, sociólogos, economistas, escritores, analistas, politólogos, geógrafos, filósofos y artistas. Mujeres y hombres de distintas edades y provenientes de las Américas, de Europa, de África, de Medio Oriente y de Asia a los que contacté con una premisa: que nos ayudasen a reflexionar, que nos mostrasen lo que ellos ven y nosotros, quizá, no.
Muchos de ellos se formaron o enseñan en universidades de élite mundial. De Harvard al MIT, de Oxford a Cambridge, y de la London School of Economics a la École des Hautes Études en Sciences Sociales. Pero también están quienes pasaron por la cárcel, la tortura o el exilio, quienes dedicaron su vida a la función pública y quienes sufrieron hambre o lidian a diario con el barro y la miseria.
Todos ellos, eso sí, son reconocidos por sus pares y la sociedad. Cosecharon galardones como el Nobel de la Paz o el premio Príncipe y Princesa de Asturias, entre otros. O el Oscar de la Academia de Hollywood, además de condecoraciones y doctorados honoris causa. Integran la élite, pero en el mejor sentido. Y, si permiten los lectores una infidencia, todos mostraron una cualidad: don de gentes. Notable.
La premisa fue escucharlos. Dejar que fluyeran. Las preguntas buscaron conocer qué lecciones aprendieron, en términos teóricos y en carne propia. Porque todos los entrevistados estuvieron o aún están confinados en sus casas. Y varios de ellos se contagiaron Covid-19 o perdieron a seres queridos.
A la luz de esas vivencias -y en ciertos casos, de ese dolor- resultó valioso verificar si veían algo positivo en esta pandemia que atravesamos. ¿Hay algo para rescatar? ¿Algo esperanzador? Lo notable es que todos enumeraron un amplísimo abanico de rasgos positivos, de aprendizajes y de nuevas oportunidades, incluso aquellos que se encontraban en pleno duelo. Resulta alentador.
Concretar las entrevistas, editarlas, publicarlas y, luego, releerlas y acondicionarlas para un libro ofreció, también, una oportunidad para la introspección, para la pausa. De allí el título para el libro. Una pausa para comprender y aprender, otra vez. Porque cada texto ofrece subtextos, segundas y terceras lecturas, claves para ahondar, a su vez, en quienes ellos -figuras globales- identifican como maestros y referentes.
Vivimos hoy en un mundo nuevo. Ésa es una de las tantas coincidencias que surge del diálogo con estas figuras. Porque la pandemia pasará, pero sus secuelas nos acompañarán durante años, acaso décadas, si no se tornan permanentes, en múltiples planos: el social, el económico y financiero, el político, el comercial, el laboral, el educativo, el científico, el tecnológico, el deportivo y el psicológico, entre tantos otros.
El impacto de todos estos desafíos se acentúa por otro rasgo singular de estos tiempos: la incertidumbre. Al decir del francés Michel Wieviorka, estamos en "una fase de la modernidad donde el riesgo y el sentido de ausencia de seguridad serán temas centrales". Una etapa en la que no tenemos claro a qué nos enfrentamos más allá del Covid-19 en sí, ni sabemos cuánto tiempo lidiaremos con esta tormenta, ni podemos descartar que haya, por ejemplo, una segunda ola de contagios.
Esa misma incertidumbre agrava nuestros temores. Porque el miedo es la respuesta instintiva a lo desconocido. Y porque ya sabemos que a la crisis sanitaria le sigue la parálisis económica. Lo estamos padeciendo. Pero podrían sumarse, según el analista internacional Fareed Zakaria, el default en cadena de múltiples países, la "explosión" de las naciones en desarrollo y la debacle de los países petroleros, entre otras perspectivas difíciles.
Esa eventual "explosión" acaso también pueda darse en algunas de las principales potencias. Eventos tan disímiles como el Brexit en el Reino Unido o "Black Lives Matter" en Estados Unidos son, también, expresiones de un profundo malestar ciudadano. Millones en el globo rechazan un statu quo que los discrimina, que los excluye.
En vez de "incertidumbre", acaso sea mejor entonces abrirse a la idea de "modernidad líquida" tal y como la concebía Zygmunt Bauman. Porque la modernidad sólida de nuestros abuelos -con trabajos y residencia para toda la vida, por ejemplo- ya no existe. Ahora "todo cambia de un momento a otro", planteó el sociólogo polaco-británico. Ahora vivimos "una situación líquida. Como un líquido en un vaso, en el que el más ligero empujón cambia la forma del agua. Y esto está por todas partes".
Esta crisis planetaria también podría resultar un enorme experimento de "destrucción creativa" que excitaría al economista austríaco Joseph Schumpeter. ¿Cuánto de lo que funcionaba y servía en 2019 todavía existirá y será relevante en 2021? ¿Qué tendremos que dejar atrás y qué resultará útil para movernos en la "nueva normalidad"? Más aun, ¿todo lo que vivimos desde que apareció el primer caso en Wuhan resultó malo? No parece, y así surge con claridad de varias de las entrevistas y así podemos comprobarlo en nuestras vidas, aunque por momentos conlleve un verdadero esfuerzo encontrar algo de valía cuando hemos perdido a un familiar o a un amigo, el empleo, nuestro emprendimiento y tantas cosas más.
"Las cosas no necesariamente pasan para mejor, pero podemos hacer lo mejor posible de las cosas que nos pasan", plantea Tal Ben-Shahar, uno de los mayores estudiosos globales de la felicidad. Cuesta ver lo bueno en estos tiempos aciagos, pero es posible. Por lo pronto, el confinamiento llevó a millones a pasar más tiempo con sus familias y seres queridos -de hecho, ése es el punto en que más coinciden los entrevistados-, a aprender nuevas habilidades, a reducir el ritmo vertiginoso de vida, a priorizar consumos y descartar el resto, en momentos en que parecemos afrontar una "distopía", palabra recurrente en varios entrevistados.
Esta "nueva normalidad" incluye, en ese sentido, avances de los Estados sobre los ciudadanos, que ceden víctimas del miedo a un "enemigo invisible" llamado coronavirus. Un miedo que, al decir del cubano Leonardo Padura, "es un motor tremendo para mover a individuos y a sociedades" que terminan entregando, "sin chistar", espacios de libertad. Un tiempo que puede resultar "de héroes y de villanos", de acuerdo a la escritora Isabel Allende.
La sucesión de entrevistas permite avizorar varios ejes recurrentes entre figuras tan diversas. Entre ellas, la percepción de la pandemia como "un punto de inflexión como lo fue la Peste Negra", según Daron Acemoglu, o la necesidad de una salida coordinada y multilateral para morigerar los efectos de una crisis sanitaria, económica y social que podría extenderse durante años, apuntan Michelle Bachelet, Jared Diamond, Moisés Naim, Ha-Joon Chang o Martin Wolf, entre otros.
Las coincidencias no se agotan allí. Son varias las voces que revitalizan el debate sobre cómo funciona y cómo debería funcionar la globalización. De Jeffrey Sachs -que nos recordó que "la pandemia reveló cuán frágil es nuestra civilización global"- a Thomas Piketty y Muhammad Yunus. O quienes avizoran en el horizonte una confrontación creciente -¿y acaso una guerra?- entre Estados Unidos y China, como Fernando Henrique Cardoso, Michel Wieviorka y Peter Frankopan, entre otros.
Frankopan ofreció un aporte distinto. No solo por el contenido de sus respuestas, sino también por las preguntas que planteó y que no solemos hacernos, en una notable coincidencia con Yuval Noah Harari. Un ejercicio que puede comenzar con un simple: ¿Qué no estoy viendo?
Esta transición hacia un mundo nuevo supone, además, un replanteo profundo de las redes sociales y medios de comunicación. Cuestiona los liderazgos tradicionales. Donald Trump y Jair Bolsonaro son apenas dos ejemplos de quienes no estuvieron a la altura de las circunstancias, como tampoco lo estuvieron instituciones multilaterales como el G-7 y el G-20, el Consejo de Seguridad de la ONU, la Unión Europea o la Organización Mundial de la Salud. Organizaciones del siglo XX que conservan ciertas prácticas y culturas procedimentales del siglo XIX para afrontar desafíos del siglo XXI.
¿Explicará eso por qué, ante la ausencia de liderazgos formales, otras voces tan disímiles como las de Bill Gates o Greta Thunberg llenaron ese vacío? Podrá discutirse la legitimidad formal de esos líderes sui generis, pero estuvieron donde había que estar mientras otros brillaron por su ausencia, influyeron en la agenda internacional más que muchos países y fueron la voz de cientos de millones de personas.
El cimbronazo planetario también llevó a la paulatina aparición de ciertas propuestas coincidentes. Entre ellas, la convocatoria a desarrollar un sistema global y más eficiente de detección temprana de epidemias y otros riesgos sanitarios. También, a encarar de una buena vez las amenazas a nuestra supervivencia -del cambio climático a la inequidad- sabiendo que podría no resultar suficiente. "Sin importar cuán rico seas, puedes estar en peligro porque el mundo es una aldea global", remarcó la ex presidenta de Liberia y ganadora del Nobel de la Paz, Ellen Johnson Sirleaf.
Debemos hacernos a la idea de vivir en peligro, pero obligándonos a recordar una frase del expresidente brasileño Fernando Henrique Cardoso: "No se llega lejos sin un horizonte de esperanza".
¿Implica eso negarnos a ver la realidad, con toda su crudeza? No. ¿Supone ser ingenuos? Tampoco, aunque hay veces en que debemos "inventar el futuro", en palabras de Cardoso. Pero, ¿estamos dispuestos a asumir nuestro liderazgo, sea político, empresario, social, sindical o, el más desafiante de todos, personal? ¿Estamos dispuestos, como nos convocó el banquero de los pobres Muhammad Yunus, a encarnar nuestro propio sentido de misión?
En ese plano, más íntimo, esta pandemia significa un ejercicio cotidiano de paciencia, templanza y perseverancia que prueba nuestras relaciones más cercanas. Un test de resiliencia. Porque esta crisis no puede equipararse a una carrera de 100 metros llanos. Es, como mínimo, un maratón. Un desafío de flexibilidad y de resistencia.
Se trata de un ejercicio, también, de perspectiva. Según el español Fernando Savater, un filósofo que de duelo y dolor sabe: "Las cosas que cuentan en la vida son los pequeños placeres". Y de caridad. Por algo el Papa Francisco señala que hay cuatro palabras claves en la pareja y la familia: "por favor", "perdón" y "gracias". Ahora más que siempre.
Estos tiempos que nos toca atravesar nos llevan a replantearnos nuestras prioridades. "La pandemia es una gran oportunidad para abrir nuestras vidas a las realidades de otros", invita la filósofa estadounidense Martha Nussbaum, que de dolor y de duelo también sabe. "Es un tiempo para pensar -destacó- y debemos aprovecharlo".
Pensar. Una pausa para reflexionar.
¿Lo haremos?
PAUSA
HUGO ALCONADA MON
EDITORIAL PLANETA