Pensar en el día después de la votación en el Congreso
Lo que más debería importarnos es cómo salvar vidas inocentes, con o sin ley
Con lo del aborto la lucha es desigual. Discípulos de Nostradamus vaticinan que si el Congreso aprobara la despenalización, los proaborto tirarían la casa por la ventana en el festejo. Imaginan una marcha histórica de feministas en topless, un concurso de grafitis en las paredes de la Catedral y un tsunami de tuits proclamando #NosotrasParimosNosotrasDecidimos. Eso para empezar. Demasiada imaginación, porque nadie sabe todavía si va a ser ese u otro el hashtag que elijan.
Si no hay consenso para aprobarla, en cambio, el festejo provida probablemente sea mucho más modesto. Algún brindis casero y poco más, con más gusto a "esta vez zafamos" que a victoria definitiva. Porque todo el mundo sabe que, aunque ahora el Congreso no cambie la ley, los abortos clandestinos van a seguir. Además, en cualquier momento puede llegar a las redes sociales el caso desgarrador de una adolescente que se desangra en una casilla de chapa. Y así, o de otro modo inesperado, es muy probable que algún día se alineen los planetas para que la despenalización tenga el apoyo suficiente y la ola sea ya incontenible. No ahora, pero el año que viene, o el que sigue, o en 2023. La espada de Damocles va a estar siempre sobre la nuca.
Así las cosas, quizá sea momento de pensar en un plan B. Desapasionadamente, dejando las emociones de lado -no son lo mismo que las convicciones- para pensar la jugada con claridad. Al final, lo que importa es salvar vidas, con o sin ley.
Empecemos por lo que hay. La ley actual considera no punibles los abortos que se hacen bajo ciertas circunstancias: si hubo violación, si la mujer padece alguna discapacidad intelectual ("idiota o demente", dice el Código Penal, con sensibilidad de otros tiempos) o si el embarazo es causa de un riesgo físico o psicológico para la madre que está gestando. Los dos primeros casos no son tan frecuentes, pero en el tercer supuesto la manga ancha de los intérpretes varía, así que los no nacidos le prenden una vela a cada santo para que su mamá no se estrese demasiado, alegue riesgo psicológico, y sus días acaben antes de ver este mundo en un hospital público y con todas las de la ley. Conclusión: la legislación vigente ya avisa que los derechos de ciertos inocentes indefensos no son absolutos. Si la cosa viene complicada, a llorarle al Pacto de San José de Costa Rica.
A esos casos de abortos no punibles, que quizá no sean tantos, hay que sumarles los demás. En la Argentina se practican unos cuantos miles por año. No hay estadísticas creíbles porque son clandestinos: apenas logramos medir lo que se hace por derecha, así que es mucho pretender que tengamos números confiables de lo que sucede bajo el poncho. Igual, nadie duda de que son varios miles. Sí se sabe con precisión que es insignificante el número de abortos denunciados ante la Justicia. Y todavía menor la cantidad de los que desembocan en procesamiento. Casi no hay condenas y es prácticamente imposible encontrar casos de cumplimiento efectivo de la pena. La conclusión es obvia: la ley no tiene efecto disuasorio. Una mujer que pensaba abortar, y cuyo caso no caiga en los supuestos que contempla la ley actual, difícilmente deje de hacerlo por miedo a ir presa. Si la ley estaba pensada para proteger la vida de inocentes no nacidos, no está siendo muy eficiente.
Hay quien dice que sin penalización del aborto la cantidad de muertes de embriones sería mayor. Puede ser, aunque no hay modo de probarlo. En los países que despenalizaron, no se sabe cuántos abortos se hacían antes de que cambiara la ley: eran clandestinos, y se cuentan poniéndoles imaginación a los datos de mujeres que llegaban a los hospitales con abortos mal hechos. Todo a ojo de buen cubero. Pero aun en el caso de que fuera cierto, que la ley sirviera para disuadir algo, aunque sea un poco, el triunfo sería mínimo. Estamos tratando de sacar el agua que entra en el Titanic con una lata de leche condensada. El Titanic se hunde igual.
Los abortos se producen porque hay embarazos no deseados. No uno, miles. Y no estamos sabiendo qué hacer con eso. Buena parte del colectivo provida sabe cómo anticiparse de manera efectiva a un embarazo no deseado cuando un hijo adolescente se expone a ese riesgo, pero sucumbe a la hipocresía -y a la ineficacia- cuando se trata de proponer políticas públicas que contribuyan a solucionar el mismo problema a escala nacional. Nadie le dice a su hija adolescente que no se preocupe si queda embarazada porque el Estado va a darle apoyo psicológico y una buena ley de adopción va a permitirle seguir con su vida sin mayores problemas. Poco afectos a los riesgos cuando se trata de la propia prole, la mayoría de los padres (también los provida más fervorosos, después de ensayar otros argumentos) despliegan toda su elocuencia para recomendar una solución práctica que evita embarazos y enfermedades en el mismo combo: el preservativo.
Después de todo, quizá la norma que penaliza el aborto sea una ficción en la que nos gusta creer, como creemos que la mayoría de los adolescentes esperan a estar maduros para tener sexo y lo hacen solo con quien amarán el resto de sus vidas. Quizá el plan B -educar masivamente para que todo el mundo acceda a métodos anticonceptivos eficaces y cada uno los use según sus convicciones y preferencias- termine siendo el modo más efectivo de salvar vidas.
Quizá los grupos provida del futuro piensen en el apoyo psicológico a las embarazadas y en mejores leyes de adopción como unos buenos botes salvavidas para el Titanic, pero concentren antes sus fuerzas en afinar el sistema de navegación para no chocar con el iceberg de un embarazo que no se quería. Quizá, después de todo, Macri nos esté haciendo un favor y haya que abandonar la trinchera para pensar juntos en soluciones que funcionen para todos. Porque lo que importa de verdad es lo que pase el día después de las votaciones en el Congreso: si logramos o no que mueran menos inocentes, con o sin ley.
Doctor en Comunicación Social