Peligrosas fallas de la democracia
En 1991, el economista Albert Hirschman publicó un libro llamado Retóricas de la intransigencia. En él, resaltó el hecho de que en esos años de liderazgo indiscutido del capitalismo liberal se profundizaban otras brechas. En las democracias más avanzadas, decía el autor, se podía observar una "sistemática falta de comunicación entre grupos de ciudadanos, como liberales y conservadores, progresistas y reaccionarios". La razón de fondo de estas brechas es la imposición de tipos particulares de argumentación (las "retóricas de la intransigencia") sin prestar atención a los deseos, el carácter o las convicciones de los demás.
Creo que esas reflexiones de Hirschman sirven para echar luz a un fenómeno conspicuo en el debate intelectual actual: la grieta entre la reflexión intelectual de académicos y analistas contra lo que parece ser una demanda popular por resultados, sin importar los detalles o los valores personales de los dirigentes elegidos para ese fin.
Un ejemplo de esto es la reciente elección brasileña. En una visita académica a Brasil la semana anterior a los comicios, conversando con colegas, intelectuales y analistas de aquel país, el denominador común era la preocupación por los rasgos fascistas del candidato ganador. En nuestro pequeño mundillo académico, la inquietud giraba en torno al autoritarismo de Bolsonaro . En el fondo (al menos en mi caso), mis interrogantes eran, en palabras de Hirschman, representantes de aquellas retóricas de la intransigencia: ¿cómo pueden votar a alguien así?
De vuelta en la Argentina, grande fue mi sorpresa cuando amigos míos también se alegraron con el triunfo de Bolsonaro. Ellos no son ni racistas ni xenófobos, pero veían con buenos ojos a alguien que por fin en América Latina luche contra la corrupción, contra la inseguridad. Yo escuchaba incrédulo. ¿Cómo pueden votar (o podrían votar) a alguien así?
Tal vez mi actitud responda a una jactancia intelectual. Jactancia que desconoce que un segmento importante de los votantes no busca discusiones conceptuales sobre el fascismo o el liberalismo, sino resultados precisos. En especial en seguridad y corrupción, flagelos que vienen azotando la región desde hace tiempo. Los votantes brasileños no son tontos: posiblemente sean conscientes de que Bolsonaro posee puntos de vista discutibles en varios planos. Pero están dispuestos a aceptar su discurso misógino y racista porque buscan que alguien, por fin, los escuche.
Con Trump ocurrió algo parecido. Artículos y libros advertían sobre los rasgos autoritarios del candidato. Desde su triunfo proliferó la producción académica sobre la erosión de las democracias. Para sus votantes, estas son disquisiciones estériles de académicos. Triunfó un mensaje bastante más simple: hacer a Estados Unidos grande otra vez. Varios nos centramos en su misoginia y autoritarismo. Pero prometía volver a una seguridad económica que muchos habían perdido. Lo votaron por eso, no por lo primero.
Esta diferencia de criterio no es particularmente grave. Pero tal vez ha llegado el momento de que los académicos reflexionemos sobre las señales que sugieren que la democracia liberal no genera consensos comunes. Tal vez, antes de lamentar la lenta muerte de la democracia liberal, los académicos deberíamos preguntarnos cuáles son sus limitaciones, que han llevado a que algunos de sus supuestos operativos hoy no sean relevantes o valiosos para buena parte de la población.
Profesor de Ciencia Política en la Universidad de San Martín y la Universidad Di Tella