Pelea de fondo. Elon vs. Mark: ¿la libertad avanza?
Musk y Zuck son dos personajes, dos celebridades. Pero no son actores, modelos ni deportistas, ni muñecos mediáticos solamente; son empresarios que crearon, gestionan, ostentan o lideran de manera personal compañías que afectan, condicionan o modelan nuestra vida cotidiana y nuestra relación con el entorno social, personal, familiar e informativo. Cientos y hasta miles de millones de nosotros, globalmente, accedemos a estos productos convertidos en apps. Mark Zuckerberg, se sabe, creó Facebook (ahora renombrada Meta) hace dos décadas y ya tuvo una premiada película con su historia de los claustros de Harvard al éxito. Su obsesión, explícita, es reproducir digitalmente las relaciones sociales humanas: hoy es dueño también de WhatsApp e Instagram, y en los últimos dos años se obsesionó, destinando reputación, tiempo y mucho dinero, con el “metaverso” y los entornos digitales inmersivos como visión, acaso apresurada, del futuro de las comunicaciones. Elon Musk se volvió figura pública por sus autos eléctricos Tesla pero devino también un popular y provocador emprendedor con una mirada política más radical. Icono libertario, iracundo, caprichoso y audaz, gastó 44.000 millones de dólares de los que ganó en otros emprendimientos ambiciosos (como llegar a Marte) en tener para sí una popular red social caracterizada por su amplitud pero cuestionada por sus limitaciones a la libre expresión.
Dos semanas, atrás, en lo que parecía una broma, se cruzaron mensajes como cualquier usuario que se provoca en redes. Con estilo compadrito, se citaron a pelea. Física. No verbal. Mano a mano. ¡En una jaula! Zuck es, como viene mostrando en Instagram, experto en artes marciales combinadas y ju-jitsu; Musk, empezaría a entrenarse con luchadores de UFC. Hay un costado lúdico: como figuras creadoras de contenido en redes, ambos personajes parecen encarnar al luchador individual, más allá de ser, claro, los dueños de compañías con cotización bursátil billonaria. Mezcla de reality show con aquel formato de MTV Celebrity Death Match, el combate entre ellos despierta una ilusión de circo romano en la era del streaming, atendido y protagonizado por sus propios dueños. Musk propuso que se hiciera en el Coliseo.
Mark and elon fighting over who can make who's platform more shitty pic.twitter.com/96LtKEVPZl
— Supreme12 (@Shadow_Kratos5) July 7, 2023
El asunto recién comienza. Zuck, o mejor dicho su empresa Instagram, lanzó el jueves Threads, una versión propia, y por ahora primitiva, de Twitter; el costado textual de Instagram (muy visual y especialista en copiar features de competidores) inspirado en la red del pajarito creada hace dos décadas. La barrera de entrada para usuarios de cualquier red es muy baja, y su funcionamiento es absolutamente familiar; su ventaja o sus características propias aún están por verse. Tres días no sirven para veredictos en un territorio volátil y dinámico por definición. Sin bromas, Elon Musk y sus abogados auguran un juicio millonario: “Competir es muy bueno; engañar, no”.
La semana anterior, Musk tuvo una fuerte reacción negativa de sus usuarios; otra más desde que se hizo cargo de la compañía y decidió, además, gestionarla a través de su cuenta de Twitter como usuario/CEO. Decidió lanzar una política de límite a la cantidad de tweets diarios que podían ser leídos por los usuarios, en una especie de combate contra la sobre y la falsa información. Su decisión fue resistida, justamente, por los usuarios más intensos. El intrépido, exitoso y disruptivo en el mercado automotriz y hasta aero-espacial (¡rocket science!) parece atrapado en el desafío de volverla un negocio basado tanto en la publicidad (muchos anunciantes retiraron o redujeron sus inversiones desde que Musk se hizo cargo) como en cobrarle a usuarios (sin tener en claro cuál es la preferencia del servicio por el que estarían dispuestos a pagar). Es hasta divertido ver al hombre más rico del planeta convertido en una suerte de Citizen Kane definiendo y defendiendo políticas que chocan contra anunciantes o contra sus propios usuarios pero, eso sí, sin perder el sentido del humor. A dos décadas de sus comienzos, la revolución prometida por la web 2.0 se enfrenta a sus propios dilemas: la promesa de libertad y democratización, simple acceso a publicar y consumir, choca contra los dilemas de limitar a unos, imitar a otros, el uso de datos personales y, una vez más, de generar un negocio rentable o durable. El conflicto es de usabilidad entre redes ahora mimetizadas, entre empresas pero también entre dos personas de carne y hueso dispuestas quizá a llevar esa disputa a la arena de un show al que asistiremos con nuestro pulgar en alto para dar like.