Pedro Mairal: "La literatura está en la periferia de la experiencia"
En La uruguaya (Emecé), la nueva novela de Pedro Mairal, el protagonista viaja a Montevideo para buscar dólares, saltando las restricciones cambiarias. Lo impulsa, además, la promesa de un encuentro erótico. Pero la idealización choca con lo perentorio de una realidad de la que no puede escapar. Con un pulso dinámico, la novela investiga los distintos modos en que el deseo articula el amor, el dinero y la literatura.
Siempre tuve ganas de escribir una historia que sucediera en Montevideo. Es como si hubiera un espejo deformante que transforma las cosas del otro lado del Río de la Plata. Me interesa ese desplazamiento entre la familiaridad y el extrañamiento, que se produce incluso en el lenguaje. Las cosas no se dicen igual.
Es necesario que se produzca un desajuste entre lo real y lo imaginario para que haya literatura. Nabokov decía que la palabra "realidad" siempre tendría que ser escrita entre comillas, queriendo decir que lo real es algo a medio camino entre la experiencia colectiva y el modo de soñar de cada uno. Me interesaba que hubiera planos de cruce entre la fantasía del protagonista y lo que efectivamente le pasa cuando va al reencuentro de una chica que conoció el verano anterior. Hay amores que se alimentan de distancia y de ausencia. Como dice un poema de César Mermet: "de lo que me faltas crezco". Por otra parte, también se produce un desfasaje en la lectura, porque cada uno lee algo diferente. Todo es distinto para todos, finalmente, y la realidad parece ser una suma de esos imaginarios, experiencias y maneras de ver.
Soy la persona que mejor conozco. Por eso, desarrollo cosas de mi vida en las historias que cuento, y les agrego elementos de ficción. A veces a la realidad hay que tergiversarla, mejorarla o meterle un catalizador para hacer que en la historia suceda algo que tal vez en la vida no sucedió, o sucedió un poquito. A menudo se confunde la experiencia con una cosa de derecho penal, de qué es lo que sucedió exactamente, qué registró la cámara. Pero la literatura funciona con la periferia de la experiencia, con lo que podría haber pasado, lo que tenías ganas de que pasara o lo que tenés miedo de que pase. El deseo y el miedo son dos grandes generadores de historias.
Hay algo un poco voyerista en la lectura y un poco histérico en la escritura. Cuando uno lee, trata de inferir al autor, de adivinarlo y, junto con la información que tiene sobre él, completa una imagen. Pero cada uno lo hace de manera distinta. Como contracara, en la escritura hay algo un poco exhibicionista: mostrar un poco y ocultar un poco. Es legítimo de los dos lados, son energías que impulsan la lectura y la escritura. Poner con resaltador qué pasó y qué no pasó exactamente mataría el libro.
Mi compromiso con el lector es darle una experiencia paralela a su experiencia afuera de la página. Que sienta lo que lee casi como si lo estuviera viviendo. Estamos muy dominados por lo visual, por la pantalla. Entonces, en la medida en que hay lugar para los otros sentidos en la escritura, la lectura se vuelve más tridimensional. Y me interesa conmoverlo, hacer que sienta algo fuerte con respecto a su propia vida.
Encontrar una historia para escribir es encontrar un pulso. En Una noche con Sabrina Love, un chico se gana una noche con una actriz porno y tiene que viajar a encontrarse con ella. En La uruguaya, un tipo va a Uruguay a buscar plata y a encontrarse con una mujer. Cuando encuentro una historia así, me interesa entregarme a la pulsión de un movimiento que ya está dado, incluso por la distancia espacial. Esa fuerza interna del relato me permite manejar mejor la digresión. Yo soy bastante vago al leer, entonces necesito que las historias tengan ese empuje.
Creo que no hay límite en lo explícito que se puede ser al relatar una relación sexual, pero me interesa encontrar un equilibrio. En cuanto aparece una cosa demasiado lírica, trato de bajarla con una palabra bien concreta, y viceversa. Como el libro está muy metido en la imaginación del protagonista, me parecía que tenía que ser explícito, porque, al fin y al cabo, hay cosas que detonan el deseo que son muy concretas, físicas. El sexo es un aleph de posibilidades narrativas. Se juega el encuentro o el desencuentro de dos personas, una situación de comunicación, de unión. Puede ser, incluso, ocasión de un embarazo, de un contagio, de un fracaso. En general, suele ser más efectivo escribir sobre los polvos malos, los desencuentros amorosos, lo no consumado del todo, lo que sale mal.