Paz y memoria bendita
La conciencia de nuestra sociedad, pese al sinnúmero de avatares con que tuvo que enfrentarse en su Historia, posee vívidos los valores que permiten a un pueblo erigirse y hacer su propia senda
En la tradición judía se suele agregar la expresión "la paz sea con él" (alav ha-shalom) al nombre de la persona fallecida, durante los primeros meses posteriores a su deceso. La existencia terrenal es contemplada en las fuentes hebraicas como una lucha por superar múltiples desafíos de la cual sólo se alcanza el sosiego en el sepulcro. Pasado el primer año después de la muerte, se agrega al nombre del fallecido: "que su memoria sea bendita" (zijrono li-beraja), pues en el libro de los Proverbios (10:7) se nos afirma que la memoria del justo será una fuente de bendición.
Es de esta forma que la comunidad judía mencionará de ahora en más a quién fue en vida Alberto Nisman , fiscal de la Nación que sirvió en su función hasta su último aliento.
En el cuerpo de Alberto Nisman, que ya yace en el cementerio israelita de La Tablada se hallan las huellas de la ignominia que corroyó a la sociedad argentina a través de un proceso de pérdida de valores morales que historiadores y filósofos explicarán fehacientemente en algún futuro acerca de su formación y desarrollo.
Su cadáver es la imagen especular que refleja el grado de pérdida de honradez y dignidad que afectó y afecta al núcleo que dirige a nuestra sociedad en especial y a ésta en general. En la visión bíblica, la falta de justicia, de afecto y consideración para con el prójimo, caracterizan a la muerte, aún cuando biológicamente se esté con vida. Allí donde la existencia es reducida a una lucha por el poder, en la que lo espiritual no tiene expresión ni cabida, donde lo que importa es lo que se posee en bienes materiales y no en integridad, sólo existen cuerpos sin alma, meros espectros que conforman una realidad cruel de infinita tristeza.
En la visión bíblica, la falta de justicia, de afecto y consideración para con el prójimo, caracterizan a la muerte, aún cuando biológicamente se esté con vida
Muchos son los que en nuestro medio claman día tras día, cada cual en su fe, para que la paz sea con nosotros. No la paz que le deseamos por siempre a aquellos que ya no están, la que se percibe en el silencio de los cementerios, sino la que es esencial para alcanzar la plenitud de la vida. Es sabido que en ciertos casos, como el de Nisman , la paz de su alma se halla íntimamente relacionada con la paz que se alcance en la sociedad a la que sirvió como fiscal.
El profeta Ezequiel le dice a su pueblo en Babilonia, que se veía a sí mismo cual inerme esqueleto, que Dios habrá de resucitarlo. El mensaje subyacente en esta profecía es que siempre habrá una esperanza de vida plena para un pueblo poseedor de una conciencia del bien, aún cuando su presente refleje muchas de las abyectas pasiones que saben generarse en el seno de lo humano. La conciencia de nuestra sociedad, pese al sinnúmero de avatares con que tuvo que enfrentarse en su Historia, posee vívidos los valores que permiten a un pueblo erigirse y hacer su propia senda. Son dichos valores que, ante el sepulcro donde yacen los restos de Nisman, deben conllevarnos al firme compromiso por labrar un punto de inflexión en la senda por la que se transitó y se transita desde hace largos años. Una inflexión que sólo puede forjarse obrando para que la verdad y la justicia sean virtudes palpables en nuestro seno y la transparencia alcance todos los ámbitos y aspectos de la realidad argentina.
Es sabido que en ciertos casos, como el de Nisman , la paz de su alma se halla íntimamente relacionada con la paz que se alcance en la sociedad a la que sirvió como fiscal.
El alma del fiscal sólo hallará la paz en la medida que la causa de la AMIA y todas aquellas que se desprenden de la misma sean resueltas con justicia. Mientras ésta no se haya alcanzado, su sangre derramada, seguirá clamando desde la tierra, al igual como clamó la de Abel -de acuerdo al relato del Génesis- después de haber sido asesinado por su hermano Caín. Debe ser nuestra convicción y acción por alcanzar el día en el que –como dice en el libro de los Salmos (85:12)- de esa tierra "ha de brotar la verdad y la justicia desde los cielos se reflejará". Sólo entonces las memorias del fiscal, junto a la de las víctimas de los atentados, se trocarán en fuente de bendición para toda la sociedad argentina, pues dejarán de ser un interrogante para transformarse en respuesta.
En la tradición judía, aquella con la que se despidió y enterró al fiscal Nisman, se suele grabar en las lápidas la frase: "que tu alma sea concatenada al lazo de la vida". Múltiples sentidos se le puede dar a esta expresión. A saber: "Que su memoria quede por siempre viva en el afecto de sus seres más cercanos", "que su hálito de vida vuelva al Creador de la vida y que Él la resguarde", etc. Tal vez, la explicación más significativa para todos nosotros sea el que las convicciones que signaron la vida de Nisman conformen los fundamentos de una nueva realidad de vida plena, en la que la discordia se supera mediante el diálogo y el odio sabe ser trocado en afecto.
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