Pavor a los clásicos
Por Rodolfo Rabanal
Entre las opciones que Italo Calvino ofrece para reconocer -y definir- a un clásico hay una, junto a otras de parecida idoneidad, que se me ocurre sumamente didáctica. Juzga que su lectura (ya se trate de Homero o de Borges; o bien de Cervantes o de Shakespeare) suele ejercer en nosotros una fascinación estética e intelectual tan completa como para hacernos sentir que la actualidad ha sido relegada a un mero rumor de fondo, concediéndonos un instante de distancia que, más tarde, nos permitirá volver a ese "ruido" bajo los efectos de una luz distinta, seguramente más sabia. Las ponderaciones de Calvino figuran en ese delicioso e instructivo libro que se llama, precisamente, Por qué leer a los clásicos , donde el autor recomienda las obras que él más aprecia y que son, no casualmente, aquellas que prestarían la más sólida de las bases al mejor canon sobre la literatura de Occidente. Hace unos días supimos -y por eso me acordé de Calvino- que apenas si se contempla el estudio de los clásicos en los nuevos programas de enseñanza pública de la Argentina y que su lectura depende del criterio de maestros y profesores. Desde luego, esto no es ninguna novedad. Novedad sería lo contrario. Pero sí resulta sorprendente que el Ministerio de Educación omita elegir textos y autores, argumentando -según la ministra Susana Decibe-, que una decisión de ese tipo sería como "estar haciendo el papel de policía de lo que se enseña en los programas".
Una funcionaria del mismo ministerio, la señora Sara Melgar, ampliando la opinión de su titular, añadió: "Desde el Ministerio no decimos que los chicos deben leer el Poema del Mio Cid , sino que deben aprender literatura española. Iría en contra de una democracia educativa especificar lo que las escuelas y los profesores deben enseñar, y el material que deben utilizar en sus clases".
Francamente, yo preferiría creer que esas declaraciones son el producto de una confusión enorme y transitoria no sólo sobre la lectura de los clásicos, sino acerca de la educación, de la policía y de la democracia. De no ser así, sería legítimo preguntarse de qué sirve sostener un Ministerio de Educación que no es capaz -entre otras incapacidades- de concebir sin retorcidos argumentos demagógicos ("democracias educativas" y "actitudes policiales") la saludable introducción del estudio de los clásicos en el gusto de los estudiantes, para que nadie les tema a Proust y a Flaubert.
Probablemente sea demasiado autoritario imponer a los alumnos las coplas de Jorge Manrique o esa novela fundamental que es el Quijote , y seguramente resulte muy poco democrático exigirles que conozcan, por lo menos someramente, el poema homérico y un par de autores latinos. Sin duda, resultaría mucho más igualitario y políticamente "correcto" (aunque altamente pernicioso por su absoluta ineficacia) permitir que los chicos decidieran, por ejemplo, no leer nada. Después de todo, ¿no vieron ya en cine la catastrófica, maquillada y gritona versión de El jorobado de Notre Dame fabricada por Disney? Por último, habría que sugerir a los expertos de los nuevos planes de educación que no teman enriquecer los programas de letras con un libro como el de Italo Calvino. Serviría a los maestros. Pero no creo que lo hagan: Calvino era italiano, y cuando la señora Decibe se ve obligada a mencionar a los clásicos se refiere exclusivamente a la literatura gauchesca, la que, no obstante, tampoco parece frecuentar.