Paula Sibilia: "Para la moral contemporánea, no es evidente que la escuela sea una institución legítima"
La antropóloga, que estudia el impacto cultural de las tecnologías, cree que la pérdida del consenso social sobre el rol de la educación también explica la violencia en las aulas
"La escuela está en crisis". La frase abunda, se reitera, insiste. Pero asume ribetes sombríos cuando la noticia de una adolescente muerta a golpes por sus compañeras o de una niña agredida salvajemente en un ámbito escolar sacuden, como lo hicieron recientemente, la opinión pública. ¿De qué se trata la crisis de la escuela? ¿Realmente estamos frente a una institución en franca decadencia?
"Creo que la escuela, aun en la situación crítica en que se encuentra, sigue siendo un bastión de la época moderna, un fósil tal vez del proyecto de igualdad", sostiene, a contramano de los discursos catastrofistas, Paula Sibilia, investigadora argentina radicada en Brasil y autora de reconocidos trabajos que problematizan los cruces entre innovación tecnológica y modelos culturales.
Convencida de que sólo una mirada en contexto podría aportar alguna claridad a la problemática escolar, asegura que vivimos en una época donde "el peso del Estado y el respeto a la ley forman parte de creencias desvalorizadas". "El proyecto moderno de sociedad está en crisis -sostiene la investigadora- y de esa crisis forma parte la escuela." Docente de la Universidade Federal Fluminense, Sibilia pasó por Buenos Aires, invitada por la Fundación Sociedades Complejas, para participar en una jornada preparatoria del 3er. Congreso Internacional sobre violencia en las escuelas, que se realizará entre el 5 y el 7 de junio en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA. Y asegura: "Para la moral contemporánea no es evidente que la escuela sea una institución legítima".
-Niños hostigados, adolescentes muertos por compañeros de escuela? ¿Basta el rótulo de "violencia escolar" para pensar este tipo de sucesos?
-Casos así no se explican con una sola causa. Probablemente tengan que ver con que el proyecto moderno de sociedad está en crisis, y de esa crisis forma parte la escuela, que ha sido un pilar de ese proyecto. La escuela sarmientina, por ejemplo, se constituyó como una institución universal, laica, gratuita, que si no lograba estar a la altura de su ideal, suponía que esto era coyuntural y que en algún momento lo iba a estar. Todos los alumnos se definían, en potencial o de hecho, como ciudadanos o futuros ciudadanos en formación. Esas concepciones nos siguen iluminando; en buena medida seguimos siendo modernos. Pero lo somos de una forma agrietada; el proyecto moderno ha sido muy golpeado. Y en el momento en que el suelo firme estatal, legal y moral que lo sustentaba hace agua en varios aspectos y buena parte de las responsabilidades antes asumidas por el Estado pasan al mercado, ese proyecto deja de ser universal y pierde algunas de sus características básicas.
-¿Cómo crear legitimidad, si se afecta la promesa de igualdad?
- La escuela, aun en la forma en que está, es un bastión de la época moderna, un fósil tal vez, del proyecto de igualdad. Ese espacio que todavía ocupa es una resistencia al mercado apropiándose de todo. Me gustaría aclarar algo: en Francia, los sectores de derecha dicen que la culpa de la crisis actual la tuvo Mayo del 68, que ese movimiento abrió la puerta a todos los demonios que hoy nos afectan. Es verdad que esta sociedad pudo construirse como consecuencia de las acciones que rodearon al 68, que desbarajustaron el modelo de la sociedad y la escuela modernas. Pero esas críticas apuntaron a muchos aspectos del proyecto moderno que eran motivos de sufrimiento. El cuestionamiento a las estructuras repetitivas y los horarios rígidos fue eficaz y las tecnologías digitales vinieron a responder a eso. En su ataque al andamiaje moral de la escuela (entre otras instituciones), el 68 tuvo éxito, porque esa crítica está incorporada a la moral contemporánea. Pero no funcionó en el sentido de la alternativa libertaria a la que aspiraba. Lo que pasó fue que el capitalismo dejó de ser disciplinario, basado en la ética protestante y la moral burguesa, e incorporó el placer, la creatividad, la espontaneidad... se perfeccionó. En este contexto, no me parece interesante la propuesta conservadora que dice: "Mal que mal, antes en la escuela los chicos aprendían y no se mataban entre ellos".
-¿Qué podría explicar que el bullying llegue a tales extremos?
-Sabemos que siempre existió esto de tomar de punto a uno o dos alumnos. Pero ¿cuándo se transforma en un problema social que genera campañas, leyes, políticas públicas? Hay un desplazamiento que para mí tiene que ver con cambios en las subjetividades. Porque las sanciones eran eficaces en función de la culpa. Si un alumno hacía algo incorrecto para las reglas de la escuela, sabía que lo iban a amonestar y que ése era un castigo legítimo porque él había hecho algo mal. Del mismo modo que se aceptan las leyes de un Estado, convenidas por la mayoría. Pero en el momento en que el Estado pierde la fuerza tutelar sobre sus instituciones, la ley pierde también el peso de una universalidad que es incuestionable o cuestionable sólo por vías institucionales. Y también pierden peso las figuras de autoridad: los profesores, los padres. Para un estudiante actual, más que la culpa, lo que funciona como regulador es la vergüenza. Que es un sentimiento público: el temor a que me vean en una situación inadecuada, que lo suban a Internet. Por eso el bullying es tan terrible, porque lo que opera es la mirada del otro que dice quién soy. Si el otro dice que soy fea, gorda y tonta? yo soy así, porque la verdad está en los ojos del otro. El caso de la chica a la que matan por ser linda es una vuelta de tuerca de lo mismo: molesta la apariencia de alguien, pero en este caso no pasa por golpear al débil, sino por aniquilar al fuerte.
-¿Entonces, cuál sería la funcionalidad de lo escolar hoy?
-Para la moral contemporánea, no es evidente que la escuela sea una institución legítima. Probablemente no la inventaríamos ahora. Más allá de materias y contenidos, la escuela del siglo XVIII, XIX o XX enseñaba a ser un ciudadano compatible con la sociedad moderna: un ciudadano capaz de trabajar disciplinadamente, defender a su patria? Educaba para una interioridad. Un ejemplo que suelo citar es el de Virginia Woolf y Un cuarto propio, unas conferencias que escribió en los años 20. Para defender su condición de sujeto moderno -las mujeres todavía no eran pleno sujeto moderno- exigía un cuarto propio: o sea, soledad, silencio, intimidad y paredes. Porque la interioridad laica, esa construcción del mundo moderno, necesita de las paredes de un cuarto o de un aula para desarrollarse.
-Paredes que la conectividad estaría derribando...
-Mi último libro surgió de mi experiencia como profesora, dando clases hace años y viendo cómo la incorporación de Internet y celulares a las clases le saca sentido al estar encerrados. Se crean, por así decir, formas de escaparse, por medio de las redes, a través de las paredes. Si eso se lleva al extremo, llega un momento en que la pared deja de tener sentido. Hay que pensar si es posible incorporar las tecnologías a la escuela o a la universidad. Es que así como intimidad, paredes, soledad y silencio eran los recursos para ser un sujeto moderno, el menú de recursos básicos para ser un sujeto contemporáneo está en el acceso a las redes sociales, Internet, las computadoras. Y creo que tenemos un problema, porque mucha de la dispersión en la que estamos sumergidos conspira contra la reflexión.
-¿Qué define a lo que llamás "nueva subjetividad"?
-Evidentemente, hay continuidades. Pero para entender las diferencias entre estas dos épocas -la era moderna y la contemporánea- que yo separo artificialmente, hago énfasis en ciertas rupturas. Las redes sociales como Facebook serían un indicio muy fuerte de cómo se está desplazando el eje en torno del cual construimos lo que somos. Un desplazamiento que va de lo interior a lo exterior. No nos pensamos más como seres dotados de una esencia invisible; lo que sos es lo que se ve. Claro que atravesamos una transición y yo estoy esquematizando. Y vuelvo al bullying y su diferencia con respecto al "tomar de punto" a alguien en otras épocas: desde el momento en que la verdad está dictada por la mirada del otro, lo que cuenta es mi imagen personal y la performance, que sería el desempeño, lo que se ve. Si el otro dice que mi performance es ridícula y que mi imagen es horrible, no hay cómo desmentirlo. No hay un resto que diga: "Lo que se ve no es lo que soy". Además está el aspecto tecnológico? la aspiración más inmediata del sentido común es decir: "Internet cambió todo". Pero creo que es causa y consecuencia. ¿Por qué inventamos las redes sociales? Porque hacían falta, porque la subjetividad, los modos de ser y estar en el mundo que se construyen ahora, en este momento, son distintos de los del siglo XIX y XX, y necesitaban este tipo de herramientas.
-¿La performance estaría reemplazando al gesto político?
-A la palabra, sobre todo. Al menos en la versión más tradicional del discurso político. El caso de la campaña política de Dilma a la presidencia me parece que fue sintomático de ese desplazamiento. Al contrario de Lula, Dilma no era conocida como una líder carismática, de discurso espontáneo, sino una persona de los bastidores? Cuando se la propone como sucesora de Lula, abiertamente se puso en manos de un equipo de campaña. Hubo un momento, cuando era candidata, en que desapareció del ámbito público por unos días y volvió a aparecer después? transformada. Le hicieron cirugías plásticas, le cambiaron el peinado, la ropa, le sacaron los anteojos y pusieron lentes de contacto, ya venía haciendo dietas? Pienso que 20 años antes ella no hubiera hecho ninguna de estas cosas. Pero cuando se decidió que iba a ser la candidata, se sabía que en Brasil y en todo el mundo a los candidatos los eligen los telespectadores, por lo que ella iba a tener todos los días un tiempo en televisión y su aspecto iba a ser juzgado en todos sus detalles. Su discurso también estuvo totalmente controlado, como ocurre en todas las campañas. Digamos que aproximadamente desde los años 60 se empieza a considerar cada vez más normal que los políticos tengan un aparato publicitario como lo tendría cualquier producto por vender, con toda la parafernalia del marketing. Durante un tiempo hubo cierta resistencia: se entendía que la principal arma del político era la palabra y su capacidad personal de hablar. Basta pensar en los discursos improvisados de Getulio Vargas, Perón, Evita: había algo ahí que se consideraba una condición intrínseca de los políticos y que al ser depositada en la empresa publicitaria podría perder fuerza. Por eso hubo un tiempo de transición en que se consideraba que estas estrategias debían disimularse.
-¿Y la creencia en una normativa única e igual para todos los ciudadanos? ¿Cómo afronta la dirigencia política esa otra "herencia" de la modernidad?
-Los políticos son, como nosotros, sujetos de esta época, donde el peso del Estado y el respeto a la ley forman parte de creencias desvalorizadas. Tampoco se cree en la patria? Imaginate ahora que te manden al frente de batalla, como en la Primera y en la Segunda Guerra Mundial. Pensar hoy en los jóvenes franceses, los jóvenes alemanes, que acepten matarse entre ellos para defender a sus países. La construcción de valores superiores a la propia vida, como la patria, la familia o el deber moral era una tarea cotidiana de la escuela. Pero ahora no creemos más en ese tipo de valores.
-¿La cultura auspiciada por las redes y lo digital está logrando avanzar hacia una sociedad más respetuosa de lo diverso?
-Así como la creencia en el valor del Estado y la ley perdió la fuerza que tenía, hoy existe una creencia muy fuerte en el mercado, incluso entre quienes lo critican y resisten. En ese sentido tiene un poder homogeneizador, pero limitado por su propia conveniencia: crear nichos de consumo también le puede resultar eficaz. Ser diferente, original, atípico hoy es un valor: el discurso de la diversidad triunfa, pero apropiado por el mercado. Es una fuerza muy potente en la contemporaneidad, quizás equiparable al Estado en la era moderna, pero más difícil, porque es más ubicuo. No es que el Estado no exista más ni que el mercado no existiese antes, pero se han producido desplazamientos en el peso específico de cada uno y los efectos que producen en la subjetividad, modos de vida y sociabilidad. Lo que no quita que se produzcan situaciones en las que de repente la historia y la política irrumpen en un terreno que se creía adormecido. Por ejemplo, las manifestaciones que comenzaron en junio de 2013 en Brasil, totalmente imprevisibles en varios aspectos. Lo que las une es el malestar suscitado por las enormes sumas de dinero gastadas en la preparación del Mundial 2014 y los Juegos Olímpicos 2016, cuando los servicios básicos de la ciudadanía siguen siendo de pésima calidad. No se sabe hacia dónde va este movimiento ni cuál es su grado de consistencia; pero es innegable que algo pasó. Tampoco hay dudas de que las redes sociales como Facebook y Twitter han tenido gran influencia. Creo que algo cambió en el panorama interno brasileño y los políticos, tanto gobernantes como opositores, están desconcertados.
UN FUTURO POSIBLE
-¿Cómo adaptar la escuela a los tiempos actuales sin perder lo mejor de su tradición?
-La escolaridad moderna es homogeneizadora; necesariamente está acompañada del cercenamiento de ciertas diferencias, singularidades y libertad. Algo difícil de aceptar para la sensibilidad contemporánea. Por otro lado, la dispersión conspira contra la posibilidad de pensamiento crítico. Pero creo que si estamos en crisis debemos tener imaginación para crear otras cosas. Y hay elementos en toda esta situación que crearon condiciones para que en las aulas pase algo que antes no ocurría. A veces, algunos profesores con ciertos alumnos crean condiciones de diálogo más propicias al aprendizaje, a pensar y crear algo nuevo, que las de la clase tradicional. De repente, sucede. Y cuando sucede, lo hace de un modo más radical que en la habitual transmisión de conocimientos. Creo que tiene que ver con suspender la dispersión de las redes en favor de ese instante en el que pasa algo. En todo caso, habría que hacer el ejercicio de pensar una escuela -u otra cosa- con base en la posibilidad de dialogar tratando de pensar. Ahora que la escuela ya no está en un corsé, quizá las condiciones sean mejores para lograr algo así.
MANO A MANO
En busca del secreto de los nativos digitales
Es porteña, pero los años vividos en Brasil se le filtran en la entonación suavemente cantarina. Tras estudiar Ciencias de la Comunicación y Antropología en la UBA, a principios de los 90 Paula Sibilia se instaló en Río de Janeiro. Sigue viviendo allí, donde es coordinadora y profesora del posgrado en Comunicación y del Departamento de Estudios Culturales y Medios de la Universidade Federal Fluminense (UFF), además de investigadora becaria de las agencias brasileñas CNPq y Faperj. Desde temprano trabajó con la confluencia entre innovaciones tecnológicas y prácticas sociales; de allí sus libros El hombre postorgánico: cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales y La intimidad como espectáculo. La idea de su último libro, ¿Redes o paredes? La escuela en tiempos de dispersión, nació de su propia experiencia como docente universitaria, en aulas habitadas por veinteañeros de concentración intermitente, más pendientes de las luminosas promesas de Internet que del rigor demodé de las clases teóricas. "Hoy es muy complicado ser docente", comenta Sibilia, y confiesa que encaró su investigación como un decidido modo de "no caer en el discurso fácil de que los pibes no piensan".
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