Pasión por la cancelación
La rutina diaria de un millenial comienza con un despertarse y echar mano del celular para anoticiarse de la indignación del día, para saber a quiénes tiene que detestar y a quienes tiene defender (la gente mas grande hace los mismo, pero con la televisión y la radio). Recibidas las instrucciones, se aplica a la tarea de cancelar a alguien. En un estudio -realizado en el Reino Unido por el consultor en comunicaciones Frank Luntz- se revela que cerca de la mitad de las personas que tienen entre 30 y 50 años dejaron de hablar con conocidos por cuestiones políticas.
Se habla de “la grieta” como un fenómeno netamente argentino, pero este mecanismo de intolerancia y crispación pertenece, más bien, al espíritu de esta época de sujetos intensos y narcisistas.
Rechazar es pertenecer. La cultura de la cancelación (la desaprobación digital, la anulación o el bloqueo de aquellas personas que consideramos repudiables) es una actividad que se realiza en solitario pero nos regala la sensación de la pertenencia. Ofrece una posición social a bajo costo. Nos hace creer que estamos unidos, pero se trata de una cohesión triste, el pobre orgullo de la identidad negativa, aquella del “yo soy ese que está en contra de algo.”
Además:
Un estudio realizado en 2017 por la Universidad de Princeton en 2017 señala que el lenguaje moral y emocional es el que da forma a los contenidos en las redes. Cualquier tuit que tenga la palabra “moral” en su texto es compartido un 17% más que si no llevara esa palabra. El manual del buen tuitero exige exhibir los propios valores morales con intensidad.