Pasar del péndulo al puente
NI los aportes del revisionismo histórico –corriente que tiene 150 años de existencia–, ni el carácter de prócer y soldado de la independencia de Manuel Dorrego son hechos negados ni desvalorizados por la sociedad argentina.
La historia es siempre polémica y, cuando deja de serlo, es por la imposición dogmática o autoritaria de algún régimen que pretende hacer de una parcialidad una verdad revelada.
Coincido plenamente con Pacho O’Donnell respecto de la justa síntesis producida en la provincia de Córdoba cuando se decidió depositar los restos mortales de su primer gobernador, el general Bustos, con los del general Paz y los del Dean Funes, en un gesto que supera los enfrentamientos del pasado y reconoce como válidas las pasiones de quienes dieron sus vidas para construir nuestra nacionalidad.
También creo en la legitimidad de fundar centros de estudio que expresen las diferentes interpretaciones sobre el pasado, el presente y el futuro de nuestra patria.
Pero lo curioso del artículo publicado por O’Donnell en esta misma página el viernes 13 del mes pasado es la innecesaria profesión de fe que se evidencia en su apoyo a la gestión de la presidenta Cristina de Kirchner que es, igual que en el resto de la mesa directiva, el verdadero signo de identidad del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego, recientemente creado por decreto presidencial en el ámbito de la Secretaría General de la Presidencia.
O’Donnell se arroga la representación de la que califica como «historia nacional, popular y federal» oponiéndola a «otra historia» que presupone ser «antinacional, impopular y unitaria».
Esta definición, per se, es la reedición de la vieja polémica que la mayoría de los autores contemporáneos ha superado proponiendo versiones más ponderadas, con mayor profundización en la humanidad y complejidad de los personajes y evitando los prejuicios y los falsos clichés de dividir la realidad entre el blanco y el negro en vez de ubicar la mayoría de los acontecimientos entre matices y claroscuros que explican con más equilibrio el devenir de los acontecimientos.
Esta «renovada obsolescencia» en el juicio de la historia es lo contrario de lo que han venido haciendo nuestras mejores plumas, independientemente de su origen liberal, nacionalista o marxista, tales como Tulio Halperin Donghi, Juan José Hernández Arregui, José María Rosa, Abelardo Ramos, Félix Luna o José Luis Romero y Luis Alberto Romero, así como la inmensa nueva camada de historiadores y novelistas que han hecho de la realidad y la ficción históricas constantes best sellers editoriales.
Los argentinos estamos maduros para entender los giros adoptados por Pacho O’Donnell en su larga y prolífica vida profesional, intelectual y política, los mismos o parecidos que hemos protagonizado la mayoría de los hombres y mujeres de mi generación que hemos transitado, con pasión, nuestras convicciones, errores y aciertos.
Pero lo importante es el legado de cara a las nuevas generaciones frente a las cuales todos tenemos el deber de promover el diálogo y no la confrontación; de inducirlas a la autocrítica no flagelante, pero severa; a la unidad nacional y no al faccionalismo que tanto daño nos ha causado.
O’Donnell, en su veterana juventud, seguramente dará en el futuro un nuevo y vital salto hacia una visión menos sectaria y parcial.
El tema es cómo superar el péndulo y la perinola y sustituirlos por los más precisos compases y sextantes que ayudan a construir los sólidos puentes y edificios materiales y humanos que necesitamos en este siglo que aún está comenzando.
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El autor es secretario de Relaciones Internacionales de PRO