Parte de la felicidad
Están los libros. Los que cuentan cuentos, los que nos obligan a leer en el colegio, los que sostienen creencias, los que entretienen, los que confunden, esos que parecen hechos para uno, que pensamos que podríamos haber escrito, los que crean situaciones que no se pueden ver en este mundo porque no son de acá, quién sabe de dónde vienen, y están los que explican, los que ayudan a entender. Los libros que son la perla que faltaba para que el collar se luzca, así, tal cual lo llevaba Coco Chanel en los años 20 del siglo pasado.
Hace unas semanas leí un libro de estos, de los que completan. Se llama Parte de la felicidad, fue publicado por una editorial nueva, Vinilo, que propuso en su primera colección cuatro títulos de no ficción para leer de corrido, de una sentada, y fue escrito por una amiga que tiene algo de perlas y de Coco porque, ya lo dije una vez, también parece un cuadro, una obra pintada por un artista.
Ella es Dolores Gil y yo, su tocaya en tantas cosas además del nombre, la conocí en diciembre de 2015, cuando abrí la puerta de la redacción de una revista de moda y ella vestía, dice mi recuerdo, una camisa color hueso y un corpiño de encaje bien negro que hacía juego con los pantalones que llevaba y que se traslucía con esa audacia que tiene siempre, pero de la que nunca hace alarde.
Desde ese día ella me sorprende. Me sorprende que hayamos estudiado la misma carrera, pero que sepa tanto y yo tan poco. Me sorprende su firmeza para pedir lo que quiere. Tiene un andar tímido, pero solo eso. Me sorprendió una tarde, mientras viajábamos en colectivo, cuando me dijo que iba a visitar a un cura en Rosario para pedirle algo que quería y no lograba, aunque no confiaba. Me sorprende mucho lo que hace porque no se le nota. Una tarde de sol y del año pasado me sorprendió cuando me mandó un audio y me dijo que iba a escribir un libro. Me sorprendió porque mintió. Porque la contactaron para pedirle algo que tuviera ya escrito y dijo que sí, que lo mandaba cuanto antes, pero no era cierto y cortó y se puso a escribir y así empezó Parte de la felicidad.
El libro es como ella. Justo y hermoso y brutal. Es su historia y la de la muerte de su hermana menor hace casi 30 años en un accidente casero y por culpa del fuego. Es incómodo. Es un libro que no se puede cerrar porque está tan lleno de verdad que quien lee no puede parar de hacerlo por la valentía ahí apelotonada durante décadas en un rincón que la autora armó a propósito para aguantar los años por venir, pero que ahora despejó porque le llegó el tiempo. Leerlo es formar parte de una imposibilidad: ¿cómo se sigue tras la muerte de una niña? La respuesta no existe, Dolores da la suya, que va desde todo lo que quiso hasta lo que consiguió y la sangre que perdió al vivir.
Dicen muchos de los que escriben que tener un escritor en la familia es un incordio, algo que mejor no, porque incluso aunque trabaje con ficción la vida propia se mete, a la fuerza, sin avisar, en la forma de ver el mundo, en una anécdota pequeña. Y revela, lo que conocen pocos, lo que no conoce nadie. Cuando terminé de leer Parte de la felicidad pensé mucho en esto, en la molestia que podría significar el libro, en quién iba a llorar al leerlo, en si alguien iba a sentirse culpable de nuevo. Me sentí alterada por esa intimidad que ahora conocía y que ya no iba a poder ignorar. Después entendí que lo que pasa es lo contrario. Que lo que hizo mi amiga era lo que tenía que hacer. Y además comprendí que no mintió, que esa tarde cuando le preguntaron si tenía un texto no dijo que sí en vano. Era cierto. Esta es la historia que llevaba escrita desde hace años, quién sabe cuántas veces la editó, alteró el orden, cambió las partes. La tenía en la cabeza, le faltaba publicarla.