Parar la pelota
Si uno quiere analizar al gobierno, a poco menos de tres meses de haber asumido, el fútbol, como en muchas ocasiones, nos habilita múltiples metáforas para entender lo acontecido en estos casi tres meses y proyectar posibles rumbos deseables para lograr lo que, a fin de cuentas, todos queremos: que la Argentina se recupere y salga adelante.
En principio, nadie puede dejar de reconocer que el gobierno de Javier Milei está jugando un partido picante, difícil. Recibir un país con una inflación que superó el 900% con Alberto Fernández y Cristina Kirchner, casi 50% de pobres para diciembre del 2023, 15 tipos de cambios y brecha cambiaria que llegó a superar el 100%, en resumen, una economía completamente descalabrada y una emergencia social al límite; este escenario implicó para el nuevo gobierno un partido duro de entrada y a contrareloj.
En este contexto, la táctica elegida por la cabeza del equipo fue la de atacar. Un plan ofensivo del que tal vez no tenemos precedente, completamente inflexible ante la necesidad imperiosa de anotar el gol que necesita. Pero, a medida que los días pasan y los minutos del reloj se descuentan, la presión como en todo partido aumenta cada vez más; esto, en la cancha de la realidad, del día a día, se traduce en desesperación, sensación de impotencia y, muchas veces, descontrol, desorientación e impericias.
El apremio y la urgencia, que a todos nos corre porque la gente no da más y el dolor se extiende sin freno, nubla la capacidad del gobierno de tomar decisiones razonables. Injuriando, descalificando y agraviando. Es ahí cuando quienes estamos alrededor, cuando los que conformamos aquella oposición que desde un primer momento le dijo al presidente Javier Milei que estamos para ayudarlo, ahora le decimos “hay que parar la pelota”.
Hay que frenar. Hay que poner paños fríos, calmar las aguas y barajar y dar de nuevo con una nueva táctica. Porque una cosa es confrontar al adversario - que en este caso es la decadencia, la frustración, la crisis; no los gobernadores, los partidos políticos, o los legisladores nacionales - otra muy diferente es tensar la estrategia hasta llevarla al desagravio permanente, la injuria y la invalidación del otro.
Hoy en la política argentina el presidente es el técnico que asumió con el respaldo y legitimidad del 56% de los argentinos. Todos somos parte de este juego y todos los que ejercemos la oposición responsable queremos encauzar el rumbo del país hacia el equilibrio fiscal; una inflación a la baja; el fin de las corporaciones y los curros.
Es momento de que quien preside el país asuma el rol de conductor con la templanza y seriedad que esto requiere. Porque del otro lado, para quienes hacen el aguante al equipo, la cuerda es cada vez más corta.
El presidente tiene que mirar más a la tribuna, pero mirarla en serio y darse cuenta que lo votaron con la confianza de su último aliento desde los jubilados a los trabajadores que depositaron en él su esperanza por un país mejor, que dé oportunidades en lugar de aplastarlas y donde se promueva y cuide la convivencia social en lugar de buscar destruirla.
La puja de vanidades, el juego permanente de redoblar la apuesta, los insultos a quien piensa diferente y el hecho de actuar como si twitter marcara la realidad no hace más que alejar a quien tiene que conducir al equipo.
A pocas horas del 1° de marzo, con las expectativas puestas en el mensaje presidencial, el presidente cuenta con el momento perfecto como técnico para dar vuelta la página y convocar a trabajar en conjunto en busca de los mejores resultados.
Hay que encontrar imperiosamente esquemas de racionalidad para discutir y dar soluciones a una crisis que es compleja, porque ni siquiera el técnico que encabeza esta selección tiene en sus manos la única verdad revelada. Hay que parar la pelota, estamos a tiempo.
Vicepresidente UCR