Parábola de la propiedad horizontal
El último administrador del edificio de propiedad horizontal en el que vivimos fue un despilfarrador serial, dejó deudas impagas y vacío el fondo de administración, en mal funcionamiento los servicios centrales, y no llevó a cabo trabajos de reparación muy necesarios. Por otra parte, está sospechado de defraudación en connivencia con los proveedores de insumos y servicios. Además, su estilo de administración generó un clima enrarecido en las relaciones vecinales.
La nueva administración que elegimos tiene la muy dura tarea de sanear las finanzas, extirpar el fraude y efectuar los trabajos de reparación más urgentes. Esta labor no es fácil ni barata; será necesario convencer a los vecinos de que un aporte significativo debe hacerse y esto puede provocar la animosidad de una buena parte del consorcio. Estará en la capacidad del administrador distribuir la carga de forma tal de no perder el crédito con el que inició su gestión; ha de saber, también, que tendrá un sector de la vecindad que contó con regalías que no está dispuesto a perder y que no le hará la vida fácil. Si es capaz de resolver los problemas heredados, será un logro muy grande para el consorcio y tendrá su puesto asegurado por un tiempo considerable.
Pero, en verdad, el lugar que habitamos lleva muchas décadas de deterioro, fruto de administraciones anteriores más interesadas en depredar los recursos del consorcio que en permitirnos vivir mejor, aunque algo de responsabilidad tenemos los vecinos, tanto a la hora de elegir administradores como de cuidar lo que nos es común. Así, la estructura actual cruje y produce grietas, tiene una plomería principal que ya no resiste y produce pérdidas incesantes, ascensores desvencijados que constituyen un peligro y cableado eléctrico obsoleto que ya no transporta la energía necesaria. En definitiva, nuestro edificio está funcionando en el límite, no satisface las expectativas de sus habitantes y no responde ya a los tiempos que corren; entonces, es el momento de decidir si ha llegado la hora de pensar una reforma sustancial que permita, a la generación presente y a la futura, vivir mejor
Una reforma sustancial implica un plan, un proyecto de cómo debería ser la casa deseada y al mismo tiempo posible. Sin él, lo único posible es realizar remiendos.
Ahora bien, el plano de reforma puede ser dejado al arbitrio del administrador o puede surgir de consultas a los miembros del consorcio. La última vía es más lenta y trabajosa, pero asegura que las preferencias de dichos miembros serán tenidas en cuenta y la nueva casa brindará mayor satisfacción a todos sus miembros, maximizando la armonía en la convivencia vecinal. Además, esta vía puede prevenir que futuros administradores impidan la continuidad de los trabajos necesarios y todo quede a mitad de camino.
La parábola puede ser abandonada en este punto. El país debe ser puesto a funcionar con relativa normalidad y éste es un primer desafío significativo para el nuevo gobierno. Pero el país, aun si se pone de pie, tiene problemas estructurales serios, una economía incapaz de mantener en forma relativamente estable las divisas necesarias para el funcionamiento de la industria, un mercado de trabajo con altísima informalidad y precariedad, una sociedad muy desigual, servicios de salud, educación y transporte muy deteriorados y un Estado más cercano a un seguro de desempleo con bolsones significativos de corrupción e ineptitud que a un órgano rector con capacidad de control.
Es hora, después de más de medio siglo, de abandonar el círculo vicioso, causa de nuestra declinación; es hora de que elaboremos, discutamos, acordemos y llevemos a la práctica una Argentina que sea internacionalmente reconocida como una de las sociedades que ofrecen mayor bienestar a sus habitantes. El plano que oriente el esfuerzo puede ser elaborado por el Poder Ejecutivo, y es muy bueno que éste reserve una porción de energía para su elaboración, lo que explicitará sus ideas sobre el país deseado. Pero sería preciso que el Congreso de la Nación fuera el ámbito donde se lo debatiera y desde donde se abriera la consulta a la sociedad.
Sociólogo
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