Para sacarse a un amor de encima
Si usted acaba de separarse, si lo querían pero lo dejaron de querer, si lo cambiaron por otro más alto más bueno más viejo, si su pareja llegó un día a la casa y le dijo perdón pero basta, me voy, si usted se ve ahí parado, con el cuerpo partido en cientos, pero aún de pie mientras ese amor hace las valijas y se toma la calma para doblar los pantalones, las camisas frente a su angustia que ya ni siquiera puede llamarse eso porque es nuevo, es tanto que es cosa que no existía, un alambre de púas existencial, sepa que lo que le pasa pasa. Eso. Pasa.
El dolor puede ser ahora un jardín repleto de las flores que le gustan pero secas, todas muertas. Esa es la escena. La vida cenicienta por una pasión que parecía la de un monstruo pero terminó disuelta por la espuma de los días. El dolor como la falta de agua. Esa aridez. Una presión insostenible que le cierra el pecho, le saca las ganas de despertar, de peinarse, de salir a andar en bicicleta y eso que usted ama salir a andar en bicicleta más aún en los días frescos de sol. Es un vacío completo y es lo único. Eso. Usted es el dolor. Pero pasa. Sí que pasa.
Y hay modos para ayudar a que pase. A que las tardes que siguen no sean solo sus pedazos contra las sábanas. Puede apelar a la templanza. Eso le dijo una vez un padre a una hija. Sea sobrio. Sea moderada. Analice el vínculo con la metodología de las cuentas a pagar. No cuestione. Repase los hechos del último tiempo, las señales, los besos. Recuerde. Sea sincero. Reviva episodios y reviva el dolor. Una y otra vez. De nuevo. Trátelo como un objeto e insista. Haga del amor una piedra. Consiga que los días la corroan. Esa vez que fueron a cenar, esa discusión en lo de su hermano, el desplante de fin de semana. Insista. La piedra se hará polvo. De nuevo. Al polvo se lo llevará el viento. Así pasa.
Puede poner música. A un volumen desquiciado. Puede escuchar esa canción que le gusta, que lo derrumba, que le cambia el ánimo para incluso dejar de escuchar lo que siente, apagar el cuerpo. Grite a la par de Alejandro Sanz “podría haber llorado un mar de lágrimas saladas / arrojarme a los abismos y partirme en dos el alma / desatar la tempestad y el huracán de mi garganta / y confesar desesperado que no puedo con mi rabia aunque en mi actitud no soy tan evidente / no puedo sufrir más”. Puede hacerlo a diario, en el momento que elija. Hasta cansarse. Hasta no soportar la voz rasposa de este español ni una tonada más. Cánsese. Toque el hartazgo con las manos. Así pasa.
También puede llorar. Puede llorar mientras riega las plantas, las plantas que debía cuidar él pero no cuidó, mientras barre, mientras lava las sábanas con su perfume, mientras limpia la biblioteca con la cara empapada del pasado y de las caricias que le dio (recuerde cómo se agarraban de la mano antes de dormir). Puede llorar de más. Puede llorar con bronca, con recelo, con brío, con razón, con la memoria, con la misma fuerza con la que hacían el amor. Eso es lindo, usar la energía. Así pasa.
Desbórdese. Dese libertades. Coma de más, fume de más, beba por las noches, quédese dormido, duerma poco, duerma en cama ajena, improvise vacaciones, vaya de compras y regrese con las manos llenas, replétese, endéudese, salga a bailar en pleno drama, anótese en un curso que nunca pensó hacer, múdese, instálese en la casa de un amigo, pídale a su madre que le cocine, duerma siesta en el sillón de la infancia. Desconózcase. Quédese sin nada. Vacíese hasta sentir que recién empieza. Así pasa.
Así la pasó hace años una mujer que en el pico de la angustia, obligada a seguir en la rutina porque si no de qué agarrarse, cómo permanecer, le preguntó a una amiga: “¿Algún día voy a dejar de sentir esta tristeza?”, y la amiga respondió con un adverbio: “Inevitablemente”. Eso, así, pasa.