Para que Vaca Muerta no sea sólo una quimera populista
La riqueza potencial de Vaca Muerta (VM) puede quedarse en quimera o transformarse en realidad. Y, si se hiciera realidad, puede ser factor de desarrollo sostenido o de decadencia.
Los recursos de shale gas detectados en el país por la Agencia de Información de Energía de Estados Unidos (EIA) alcanzan unos 800 TCF, unidad de volumen inglesa, de los cuales a VM le corresponde un 60%, mientras que el resto se reparte entre otros yacimientos en las cuencas Austral, Golfo San Jorge y Chaco Paranaense.
Para tener una idea de lo que significan 800TCF, baste recordar que las reservas totales de gas en la Argentina no llegan a 12 TCF; es decir, que nuestro recurso de shale gas representa 65 veces las reservas que a la fecha nos quedan. Hay que aclarar que reserva es la parte del recurso técnica y económicamente aprovechable, y ese dato para nuestro shale aún es precario.
Según el trabajo de la EIA, los recursos de shale detectados en nuestro territorio son, por su magnitud, de escala global, ya que ubica en cuarto lugar a los de petróleo, después de Rusia, Estados Unidos y China, y en el segundo a los de gas, precedido sólo por China.
Un conocimiento cabal de las reservas en VM requerirá de tiempo y de costosos estudios, ensayos y perforaciones. Entonces, para que VM deje de ser una quimera y se transforme en una realidad será necesario tiempo, inversiones y políticas de largo plazo, factores ausentes durante la experiencia kirchnerista.
La dirigencia política que gobernará después de 2015 debe tener en cuenta estos conceptos y debe dejar de fantasear con VM, a la que muchos ven como la nueva panacea, que permitirá seguir gastando en forma irresponsable como en los últimos 70 años.
Si hacemos bien las cosas, VM es una fenomenal oportunidad que nos puede cambiar la vida a los argentinos, siempre y cuando nos convenzamos de que la parte de la renta petrolera que se apropiará el Estado, nacional y provincial, no debería ser para gastar sino para invertir en actividades que reemplacen a los ingresos petroleros cuando este recurso se agote o deje de utilizarse.
En mi opinión, esa inversión a futuro debería dirigirse al conocimiento, el recurso más valorado por las naciones líderes, y al desarrollo de energías renovables, que resultarán menos competitivas ante una abundancia de gas y petróleo. Países como Noruega, Arabia Saudita y Brasil han constituido fondos soberanos de inversión con parte de la renta petrolera estatal, y de ese modo se están preparando para un futuro sin petróleo. Otros, como Venezuela y Nigeria, gastan esa renta generando, paradójicamente, pobreza y estancamiento.
En nuestro país, se está manejando una gran variedad de cifras para definir la riqueza potencial que encierra VM, algunas ligeras y otras con mayor fundamento. Pero no dejan de ser estimaciones preliminares, dado que aún no se cuenta con el bagaje de información necesaria sobre el terreno. Para tener una idea de la magnitud sólo de VM, hagamos un ejercicio: supongamos que se recupera la mitad del shale gas detectado por la EIA, y asignémosle un precio de 7,5 dólares al millón de BTU, unidad de medida térmica de uso habitual; bajo esas condiciones se obtendrían unos dos billones de dólares, que representan algo más de cuatro veces nuestro PBI nacional actual.
Ahora bien, ante la singular expectativa que genera una cifra de tal magnitud, las fuerzas políticas con posibilidad de suceder al kirchnerismo ya deberían estar pensando en los recursos, organización y marcos jurídico e institucional requeridos para hacer viable este megaproyecto.
El factor tiempo para VM es también crítico, dado que no estamos solos. Hoy, el único país con producción a escala internacional de shale es Estados Unidos, que cuenta con tecnología, experiencia productiva de más de 20 años y toda la logística de servicios requerida por el fracking, y aquel que pique en punta contará con ventajas importantes para acceder a esa capacidad técnica y financiera de la industria del shale estadounidense, actualmente afectada a su producción doméstica. Lo saben China, Australia, México y Canadá, entre otros que ya están en gateras para competir en el mercado petrolero internacional con sus recursos de shale. Hoy, esos países quieren seducir a las empresas que históricamente rechazaban y éstas, a su vez, están priorizando países con bajo riesgo geopolítico.
Para ir ganando tiempo y atractivo internacional, sería conveniente que nos fuéramos planteando como país algunos interrogantes: ¿de qué manera obtendremos los 15.000 millones de dólares anuales que requerirá ese desarrollo durante diez años por lo menos?; ¿cuál será el marco jurídico de aplicación más adecuado?; ¿cómo deberá organizarse el Estado -nación y provincias- para optimizar el proceso?; ¿cómo se tratará el tema ambiental?; ¿cómo se adecuará la infraestructura a ese desarrollo?; ¿cómo optimizar los beneficios secundarios para las economías regionales y del país ante la proliferación de servicios e industrias afines fruto de semejante inversión?
No es tarea sencilla la que deberá afrontar el próximo gobierno: el legado kirchnerista, luego de 12 años de anomia, anarquía institucional, pérdida de la confianza internacional, deudas impagas, intervencionismos, proteccionismos y confiscaciones, ha producido un proceso de descapitalización inédito en la Argentina.
Por eso será muy difícil, para el partido o coalición que gane la presidencia, poder resolver en soledad la crítica situación en la que recibirá al sector energético, y más poner en valor esa gran riqueza que es VM, hasta hace poco impensada. Será necesario que los dirigentes en carrera acuerden consensos preelectorales a ser respetados por el ganador y los perdedores durante más de 20 años. Es decir, pasar de la improvisación y el cortoplacismo actuales a políticas de Estado perdurables.