¿Para qué sirven los monstruos? El encanto del terror
Monstruos clásicos actualizados, fantasmas tradicionales y renovados, casas abandonadas y gritos de medianoche permiten a los chicos proyectar sus miedos y vivirlos a salvo, en relatos que hoy buscan incorporar nuevos temores y apelan al humor
Desde la Antigüedad hasta el presente, los adultos cuentan a sus hijos historias construidas con situaciones y escenas terroríficas. Mitos de dioses malvados y crueles, niños abandonados en el bosque, madrastras envidiosas y asesinas, y caperucitas rojas de diversas épocas siempre a punto de ser masticadas por el lobo feroz. Consolidados por las versiones de los hermanos Grimm y de Charles Perrault, versionados por otros autores y el cine de Disney, los chicos escuchan, leen y miran en las pantallas historias terribles, a las que también se han sumado nuevos monstruos y vampiros remixados. En el siglo XXI, los cuentos de terror gozan de excelente salud.
"Siempre fui entusiasta del terror. Desde niño adquirí ese gusto por el miedo, principalmente por el cine y la televisión, seguramente porque de una manera muy intuitiva sabía que no corría ningún peligro y que la adrenalina producida en la sala de tu casa no sólo es una droga buena sino también inofensiva", dice Toño Malpica, escritor de literatura infantil mexicano que publicó, entre otros títulos, Siete esqueletos decapitados (Océano). Su primer cuento del género, "Abaddon Tenebrae", trata de un juego de computadora maldito y fue publicado en una antología de varios autores titulada Siete habitaciones a oscuras (Alfaguara). "Cuando escribí ?Abaddon Tenebrae', lo hice como suelo escribir gran parte de mi obra: tratando de llegar a un texto que a mí mismo, como adulto, me guste leer, pero sin dejar de pensar en ese Toño niño que bien podría sentirse fascinado con dicha lectura. Porque hablando de terror, me gusta mucho esa palabra: fascinación. Eso que te atrapa, independientemente de que sea hermoso o terrible, y no puedes dejar de mirar aunque quieras dejar de hacerlo. Creo que en el terror hay que buscar fascinar."
La pregunta por la fascinación que provoca el género es tan antigua como las historias de brujas: "Sigmund Freud se hizo esta misma pregunta y se respondió que esa atracción se produce porque es al otro al que le pasan las cosas. Es decir, los lectores o espectadores de los relatos de terror quedamos afuera, a salvo", dice Joana Rowinski, psicóloga infantil.
Acompañado por papá o mamá, el niño que lee -o al que le leen- queda a salvo de hechizos, castigos y madrastras horribles. "En los cuentos de terror el niño proyecta en forma inconsciente sus temores, sus miedos, su angustia, su dolor, su enojo que, mediante la ficción, se hacen tolerables y permiten hacer frente a la realidad", resume Rowinski.
Pero además de situar los hechos en lugares o tiempos lejanos, los cuentos clásicos despliegan significados infinitos a través de sus conocidas y estudiadas funciones: el conflicto de apariencia irremediable, la prohibición como motor de una transgresión, el desafío, las pruebas del héroe, la amenaza de vida, el objeto mágico, la posibilidad de encontrar aliados, la boda y el final feliz, entre otras figuras, todas analizadas por Vladimir Propp en Morfología del cuento (Fundamentos), un clásico de la teoría literaria. A través de estas funciones, los cuentos clásicos permiten proyectar los miedos (también clásicos) del lector pequeño: "El miedo a la oscuridad, a la muerte, a ser devorado, a ser abandonado por los padres cuando nace un hermano: cada lector arma a través de las escenas de ficción su propia lectura, que además siempre se resuelve con un final feliz", dice Judith Rodríguez, psicóloga especialista en infancia, que alienta a seguir leyendo historias de hadas y ogros. "Los cuentos clásicos también instalan un juego, un ?como si', que permite armar una realidad diferente desde el relato. En ese sentido el juego y las ficciones infantiles como parte del juego constituyen sujeto", dice la especialista.
Tanto miedo que da risa
Si se sabe que traduttore, traditore, entonces ¿qué decir del escritor de nuevas versiones? Los cuentos tradicionales -crueles y crudos- sufrieron muchas transformaciones. Antes de Perrault, en versiones rurales, Caperucita se acostaba en la cama con el lobo y había cierto placer ambiguo en esa escena (que se puede observar en las ilustraciones de Gustave Doré, por ejemplo). También en antiguas versiones, del siglo XV o XVI, la chica del abrigo rojo era comida a pedazos por el lobo. Se sabe también que en interpretaciones previas a las de Disney y Perrault, la Bella Durmiente, mientras dormía, era violada por un cazador y luego despertada por uno de sus hijos recién nacidos. Por supuesto que estas versiones fueron dulcificadas y adaptadas al público infantil, primero por Perrault y los Grimm, y luego por otros autores.
Dulcifcar o ablandar los terrores puede ser un gesto necesario pero a la vez riesgoso. Así lo entiende Ana Garralón, especialista en literatura infantil: "Yo creo que ahora mismo no hay libros de terror. La mayoría de libros de monstruos y criaturas similares están descafeinados (sin simbología, sin ambiente, sin nada de terror). Usan palabras propias del género porque saben que son asuntos que gustan a los niños y venden", dice Garralón, autora de Historia portátil de la literatura infantil (Anaya). Allí señala: "La paulatina depuración de elementos de terror en los cuentos populares para niños ha ido en paralelo con un concepto ingenuo y sobreprotector de la infancia. Los temas horrorosos, los detalles procaces y cruentos se han ido disolviendo lentamente en una prosa con pretensiones de suavizar acontecimientos que, se piensa, pueden traumatizar a los más pequeños. De esta manera, lobos, brujas, duendes, ogros, dragones y monstruos han pasado a un estadio de buenos bichos que, en lugar de suscitar miedo o inquietud provocan la risa, incluso la pena".
Depurados y con monstruos simpáticos, los cuentos de terror pueden tematizar el miedo desde una nueva perspectiva. "Me resulta difícil hacer generalizaciones", dice Ricardo Mariño, escritor de literatura infantil. "Pero encuentro que hay textos para chicos que son una especie de fraude emocional, en el sentido de que prometen miedo (algo que el chico quiere experimentar con la ficción) y no cumplen aunque nombren monstruos y fantasmas. Hay cierta sobreprotección del lector que debilita muchos intentos, porque se acomodan a cierta mirada ?maternalizante' que dice que no habría que asustar a los chicos. Entiendo que el tema merece ser pensado en cada caso, pero en principio reivindico la experiencia de pasar por el miedo en ficciones", dice el autor de cuentos como "El hombre sin cabeza", donde logra teorizar sobre el género, poner notas de humor y cerrar con un final inquietante. "Distinto es tomar el terror como tema para ser tratado desde el humor. En este caso, se trata de cuentos que no se proponen asustar al lector sino divertirlo", aclara Mariño, que en su libro El colectivo fantasma (Alfaguara), despliega una serie de historias desopilantes sobre muertos enterrados en un mismo cementerio.
Para María Luján Picabea, autora de Todo lo que necesitás saber sobre literatura para la infancia (Paidós), hay cuentos actuales y para chicos muy chicos (propios del libro álbum) que entran profundamente en el terror y el miedo. "Lo que hay antes de que haya algo (Pequeño Editor), de Liniers; La camisa fantasma (Capital Intelectual) de Roberta Iannamico y Max Cachimba, entre otros ejemplos, proponen a los lectores la experiencia del miedo. En general, la literatura infantil en la actualidad enfrenta a los chicos con todos los temas: la muerte, la pobreza, la desaparición de personas, las migraciones; también el sexo es tema a partir de historias que cuentan diversas relaciones de pareja, por ejemplo. Sin embargo, la forma del tratamiento actual del terror es otra, distinta de antes: hay más humor, más ironía sobre el terror, pero no porque se quiera subestimar al lector o suavizar el texto, sino que es una veta que hemos encontrado. Porque el humor da ciertas licencias: si te podés reír no asusta tanto, pero sí un poco, porque el humor del terror provoca una risa nerviosa. Nos reímos, pero el miedo está."
La realidad más terrible
Lo siniestro, lo que espanta y a la vez atrae, eso terrible que no podemos dejar de mirar ha sido estudiado por el padre del psicoanálisis en detalle. En "Lo siniestro", Sigmund Freud analiza la etimología de la palabra (Unheimlich en alemán) y señala que siniestro es "algo familiar, conocido pero a la vez oculto, que de pronto se revela como ominoso, extraño". Los ejemplos amplían la definición: siniestro es el cadáver del ser amado que es y no es la persona querida o el recuerdo de aquel trauma infantil que se ha olvidado y sin embargo regresa y perturba. Lo familiar con un cariz inquietante, perturbador. Y la literatura de terror, para chicos y también para grandes, abreva en esta ambigüedad conocido-desconocido para jugar su juego.
En Terror en sexto B (Alfaguara), la autora colombiana Yolanda Reyes narra aventuras de terror situadas en la escuela. En El globo (Fondo de Cultura Económica), de Isol, la madre de la protagonista se torna un monstruo terrible. Los hechos malditos y los monstruos no son propiedad exclusiva de "reinos muy lejanos" ni pertenecen solamente al "había una vez". ¿La realidad engendra terrores contemporáneos?
"El terror en la literatura infantil hizo furor durante los años ochenta en la Argentina", sostiene Garralón en su Historia portátil? Allí comenta en detalle el libro de Elsa Bornemann, Socorro (Alfaguara), publicado en esos años: "En estos relatos de terror aparecen los verdaderos fantasmas de la reciente historia argentina: la crueldad, el sadismo, desapariciones, secuestros, terrorismo, monstruos que se devoran a sí mismos, pánico, complicidad en el silencio, muerte y desolación. De este modo, la metáfora y la alegoría dominan la lectura de cuentos que no transitan el terror clásico, pero tampoco resignan la finalidad propia del género: provocar miedo".
Para Mariño, también los terrores se actualizan y dialogan con el contexto social: "En algunos casos cambia la escenografía y también se incorporan novedades de época como la clonación, la manipulación genética o cualquier otro fenómeno más o menos real o posible que para el común de la gente incluya algún resto inquietante. Nuevos escenarios que metaforizan con mayor potencia ?la soledad' en el espacio exterior, o el temor a los ?otros' en los extraterrestres o ?la invasión al yo' a través de la realidad virtual. Estas escenas permiten una nueva puesta en texto de la matriz estable del terror, que es la del personaje inerme ante una potencia amenazante y sin límites", dice Mariño.
Para Malpica, en cambio, la realidad no tiene nada que ver con las temáticas propias del género ni con su momento de (supuesto) auge: "No creo que la literatura de terror se ponga de moda cuando el terror se hace más presente en la vida real. Aunque es cierto que hay autores que abrevan mucho en la nota roja para escribir, tampoco creo que eso les consiga un éxito automático. Por el contrario, pienso que la responsabilidad de plasmar algo que valga la pena de ser leído es mayor y el desafío también es más grande".
En el borde sutil entre asustar pero no demasiado -y según la edad-, y tensionado por una realidad siempre novedosa, el terror en literatura infantil propone abordar todos los temas con un tratamiento cada vez más original. Y sigue convocando a los chicos a la repetición de la antigua ceremonia: abrir el libro para salir a jugar.
Libros recomendados
Para compartir antes de dormir
Una cama para tres, de Yolanda Reyes (Alfaguara)
Lo que hay antes de que haya algo, Liniers (Pequeño editor)
Secretos de familia, El globo, de Isol. (Fondo de Cultura Económica).
La camisa fantasma, Roberta Iannamico (Capital Intelectual)
Miedo, Graciela Cabal (Sudamericana)
La noche de los ruidos, Estela Smania (Sudamericana)
Para reírse de los monstruos
Los monstruos ya no asustan, de Javier Peña (Calibroscopio)
Cuentos disparatados de monstruos, de Gabriela Keselman (Ediciones SM)
El colectivo fantasma y otros cuentos del cementerio, de Ricardo Mariño (Ed.Atlántida)
Para los que leen solos
El hombre sin cabeza y otros cuentos (Atlántida) de Ricardo Mariño
La casa maldita y El regreso a la casa maldita (novelas) (Alfaguara) de Ricardo Mariño
La fábrica del terror, Los seres extraños, Los devoradores (Alfaguara) de Ana María Shua
Siete esqueletos decapitados, Toño Malpica (Océano Travesía)
Siete habitaciones a oscuras, Toño Malpica y otros autores. Antología. (Norma Editorial)
La piel del miedo, Sebastián Pedrozo (Alfagaura)
Queridos monstruos y Socorro de Elsa Isabel Bornemann (Alfaguara)
Terrores nocturnos, de María Brandán Aráoz. (Alfaguara)
Ángeles y demonios, de Jorge Accame (Alfaguara)
Universales
Dedos en la nuca, Antología. (Ediciones SM). Autores varios
Noches de pesadilla (Antología de cuentos de terror). (Alfaguara) Prólogo de Marcelo Birmajer
Terroríficos (cuentos tradicionales adaptados y compilados por Ana María Shua) (Emecé)