Para qué me sirvió la meditación
Por recomendación de una amiga, asistí durante una temporada a un centro de meditación en la ciudad de Buenos Aires. Empecé a ir al final de un verano, años atrás. Eso lo recuerdo bien porque el colectivo en el que volvía a casa, los sábados al atardecer, se desviaba de su recorrido habitual por los festejos de carnaval organizados por el gobierno porteño. Yo había empezado a impregnarme de una visión desencantada de las cosas y no pensaba tomar pastillas de ninguna clase para superar un momento sombrío. “Ya pasará”, me decía, y efectivamente así fue. Pero antes empecé a meditar. Me hacía gracia que la misma palabra que designaba, casi filosóficamente, el acto de pensar al mismo tiempo se usara para intentar poner la mente en blanco. Junto a mis compañeros de meditación, yo debía, recostado en el piso de un departamento en Barrio Norte, “vaciar la cabeza” de los contenidos diarios: las frases de un libro de Enrique Vila-Matas que leía (con un título genial: Chet Baker piensa en su arte), los problemas domésticos, las molestias por la falta de sueño, la letra de una canción de Beyoncé, la lista de asuntos pendientes, la bruma de la nostalgia y las preocupaciones por la salud propia y ajena.
“Empecé a meditar hace cinco años, cuando me enfermé de cáncer de mama –cuenta la editora Mercedes Güiraldes-. En ese momento, recurrí a todo lo que encontré para calmar la angustia y la ansiedad del diagnóstico y el tratamiento: psicoanálisis, reiki, yoga, acupuntura, respiración consciente, meditación.” Para ella, lo que había sido al comienzo un recurso algo desesperado se convirtió en un hábito. “Practico Meditación Trascendental, la técnica que creó Maharishi Mahesh Yogi y que se apoya en la repetición de un mantra. Meditar me ayuda a relajarme, a dormir mejor, a organizar las ideas. Suena a verso pero no lo es: ayuda de verdad”, afirma Güiraldes, que en 2017 publicará su primer libro, un testimonio sobre su experiencia. “Cada meditación es diferente, algunas son muy profundas, verdaderos ‘viajes’ -dice-. Otras salen medio mal, porque me quedo muy en la superficie y no me desconecto. Pero lo importante es perseverar en la práctica, porque así cada vez se vuelve un poco más fácil y también más fructífera.”
Durante los primeros sábados (ya no de súper acción sino de meditación), la superficie a la que se refiere Güiraldes para mí consistía, en primer lugar, en tratar de alejar la idea del ridículo. Llegaba vestido con ropa cómoda, escuchaba el cálido saludo del profesor que guiaba la meditación (“¡Hola, corazón!”) y después me recostaba boca arriba sobre una colchoneta. Seguía sus instrucciones de manera aplicada y luego las repetía en casa, antes de dormir, o en los pesados viajes en transporte público por la ciudad. Contaba hasta seis mientras inspiraba; luego largaba el aire mientras contaba hasta nueve. Alejada la sensación del grotesco y la incertidumbre, la nube negra del descontento empezaba a disiparse.
“En el plano físico, la meditación es un aliado para la salud; entre otras cosas, fortalece el sistema inmunológico y la liberación del estrés –dice Carlos Blanco, instructor de yoga y de meditación desde hace más de treinta años-. Eso fue ampliamente demostrado por el médico Carl Simonton, oncólogo estadounidense que utilizaba técnicas de control mental, visualización y meditación en sus pacientes, como bien detalla es su magistral libro Recuperar la salud.” Según Blanco, la meditación también ayuda a poder ver en perspectiva el miedo y el enojo, y captar cuál es “el mensaje” que esas emociones traen. “En el plano mental, brinda la posibilidad de liberarnos de creencias limitantes y, en el espiritual, eleva nuestra conciencia para transitar nuestra vida e intensifica los recursos internos, la creatividad, y también nos prepara para la partida de los seres que amamos o la propia.” (En ese aspecto, pienso ahora, la meditación se asemeja a una de las virtudes que se le atribuyen a la filosofía.)
“La meditación me ofreció poder contar conmigo en las distintas situaciones que se presentaban en mi vida y tener un entendimiento más compasivo hacia los demás. Ha sido una herramienta invalorable para poder ayudar a pacientes que atravesaban por diferentes desafíos: separaciones, duelos, diagnósticos complejos, etcétera”, agrega Blanco, autor del libro Sida: Buenas noticias. Desde hace muchos años, Blanco ofrece una clase abierta de meditación a todos los que estén interesados. El suyo no es el único espacio de meditación colectiva. En muchos barrios y pueblos de provincias las personas se encuentran una hora por semana para recostarse, cerrar los ojos, respirar de manera consciente y vaciar la mente de pensamientos falsos, oscuros o parasitarios. Él usa una metáfora para designar ese ejercicio: “La meditación es una llave”.