¿Para qué escribís poemas?
Muy pocas veces escribí poemas. Y esas ocasiones, incluso, habían estado determinadas por consignas escolares y extraescolares. Nuestra profesora de castellano, que amaba las estructuras fijas, después de hacernos conocer los sonetos de Francisco de Quevedo y Luis de Góngora en segundo año de la secundaria, nos impuso como tarea escribir poemas rimados en versos endecasílabos, con metáforas e hipérboles bien evidentes (sobre todo para nosotros mismos, los estudiantes). En nuestros poemas se tenía que desarrollar además una idea sobre el mundo o el propio proceso de escritura del poema. Como todos queríamos ser Quevedo, componíamos sonetos chistosos y hasta escatológicos que leímos en voz alta con acento castizo.
Por su lado, la profesora a cargo de los talleres literarios del programa cultural en barrios que se había impulsado en los primeros años del alfonsinismo amaba el verso libre. Joven y sonriente, llegaba al barrio Piedrabuena, al borde de la avenida General Paz, con libros de Walt Whitman, Anne Sexton y Allen Ginsberg y, después de unas informaciones biográficas que siempre nos parecían breves, leía los poemas con un entusiasmo que nunca habíamos presenciado hasta entonces. A causa de la edad y del temor a las razias policiales, que se mantuvieron del principio al fin de nuestra adolescencia, salíamos poco de noche. Uno de los objetivos de esos talleres era llenar las horas vacías que suele tener la agenda adolescente.
Con ella también escribí poemas. Nunca tuve la intención de ser poeta, si es que el verbo ser le cabe a esa actividad estética. Los verdaderos poetas siempre cuentan una anécdota similar: cuando viajan al exterior y deben completar formularios en la aduana y en hoteles, dudan si tiene que escribir "poeta" en el campo asignado a la profesión. Ni las familias ni los Estados creen que la poesía sea una verdadera ocupación. Nuestros poemas de Piedrabuena respondían a consignas fónicas, temáticas y contextuales, estas últimas casi siempre estaban referidas a la poesía escrita durante los años de dictadura y nuestro poeta favorito era Néstor Perlongher.
Con los años me hice amigo de varios poetas, pero nunca me animé a hacerles una pregunta sencilla: "¿Para qué escriben poesía?". Muchos de ellos, sin que los interrogara nadie, ya habían reflexionado sobre ese asunto en sus propios poemas, en ensayos y en charlas. El caso más reciente es el conjunto de microensayos de Mercedes Roffé, Glosa continua, donde la poeta argentina hace un repaso de las motivaciones para escribir poemas. La necesidad de expresión, si bien podía estar en el origen del asunto, no es muy tenida en cuenta, porque en un sentido se podía decir que la vestimenta o el arte culinario hacen algo similar ("Esta ropa expresa mi manera de ser"). La poesía es una especie de alimento y de máscara.
En la IV Feria de Editoriales Independientes de la ciudad de Río Cuarto, que tuvo lugar entre el 9 y el 11 de mayo, un escritor nacido en Salta presentó su cuarto libro. Poeta autodidacta, proletario y heredero de la tradición coloquial de la poesía argentina (a la que él infiltra un imaginario singular, de blues, amores no correspondidos y recíprocos), Pedro Centeno publicó ¿Por qué escribís poemas? En vez de "por qué escribo poemas", esa interrogación de una segunda persona confianzuda demuestra cercanía, al menos la necesaria para atreverse a formular la cuestión de esa manera. En el nuevo libro de Centeno, publicado por La Yunta, el libro le hace preguntas al autor del libro. Sin demora, él responde en el primer poema: "porque pienso en estado de poema/ miro en estado de poema/ siento en estado de poema". A partir de esa declaración y en un lenguaje que decodifica, a su manera herida y lúcida, "poesía y país", el poeta proletario traduce en escenas sus razones para escribir poemas en el siglo XXI.
"A pesar de no percibir sueldo/ ni prestación alguna/ el poeta trabaja hasta tarde/ muy tarde", escribe. Nunca es tarde para escribir y leer poesía. La poesía paga con más poesía.