Para los nostálgicos, llega por fin el kirchnerismo noventista
Para los nostálgicos del "todo tiempo pasado fue mejor" quizás haya llegado la revancha: esta semana que termina posiblemente les haya traído un soplo de nueva vida, con su huracanado viento noventista prácticamente arrasando con algunos bastiones simbólicos del neosetentismo de mocasines gastados inaugurado hace diez años por un Néstor Kirchner rebelde y desaliñado. Un proyecto recortado en blanco y negro contra la mucho más chillona y pretenciosa década menemista.
Pero hete aquí que, como en calesita, en este país todo se va y todo vuelve, una y otra vez y hasta el infinito. En esta Argentina circular, lo único seguro es que el pasado nos espera un poco más adelante. De modo que, señores y señoras, lectores y lectoras, bienvenidos a este presente tan Puerto Madero que en el giro de los últimos días podría darse en llamar, aunque sólo sea por algunos instantes que fueron como chispazos inquietantes del pasado reciente, neomenemismo kirchnerista. O kirchnerismo noventista. O neomenemismo K, como se prefiera. Un Frankenstein político e ideológico -pero sobre todo ético y estético- que parecía haber quedado sepultado hace rato y a buen resguardo de la historia. Y resulta ahora que no era tan así. O si, pero no. Porque el engendro salió de su tumba y volvió a pasearse por las pantallas de nuestros hogares y de nuestra intimidad. Emergió envuelto como siempre en escándalo y oro para recordarnos que lo peor del noventismo -ese lado oculto de la argentinidad que no queremos ver, ese espejo que preferimos romper antes que reconocernos en él- siempre estuvo y, muy posiblemente, siempre estará. Que a ese monstruo no le dio vida Carlos Menem ni se la quitó Néstor Kirchner.
De modo que pasen y vean, señores y señoras. No lo extrañen más porque está de regreso. Con ustedes, en sensacional reestreno, la feria maldita del dinero, la farándula y el poder. Con ustedes, la impunidad y la injusticia. El show del barro para todos y todas. Allí está el dinero fácil, en cantidades astronómicas y de origen tan reciente como oscuro. El olor penetrante de la corrupción. La confusión tan nuestra entre fondos públicos y beneficio privado. La ideología perenne de la corporación política que atraviesa los tiempos más allá de los ismos pasajeros, menemismo, kirchnerismo... Y como telón de fondo de este pobre espectáculo -de este nuevo circo criollo, diría Pinti-, la aspiración también noventista de reformar la Constitución, el deseo apenas disimulado de habilitar la re-re, la necesidad urgente de contar con una Justicia de ojos cerrados.
Puede pasar que, de tanto maquillaje, el modelo se haya vuelto un poco menos reconocible. Incluso para algunos de los propios. Sus contornos, como le ocurre a todo lo que sufre el desgaste del tiempo (y los gobiernos no están exentos de ese desgaste), son ahora menos definidos. A lo largo del camino, pareciera, la sintonía fina dibujó una caricatura. Y puede pasar, también, que esa caricatura nos esté mostrando finalmente el verdadero rostro de un esquema de poder que desde un comienzo -e incluso desde antes- se construyó sobre cimientos más noventistas que revolucionarios, de la mano de empresarios súbitamente poderosos, negocios fabulosos con dineros públicos, menemistas reconvertidos y vanos intentos de imponer una única voz. De modo que bienvenidos, pues, a este nuevo giro de la calesita nacional. ¿Y popular?
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