Para la gesta del conocimiento no hay tiempo que perder
El valor de la palabra pública reside en exteriorizar quién es quien la emite, y que esa palabra forme parte de un discurso que contribuya para que los que lo escuchan se hagan una idea de lo que son y de lo que podrían llegar a ser. Esto es, un elemento más para la conformación de la identidad colectiva. Usar y abusar de la palabra, entonces, constituye un fraude para con todos aquellos a los que va dirigida o se sienten interpelados.
Es cierto que "todo es ilusión, menos el poder". Cuando el director Luis Buñuel tajeó el párpado blanco de la pantalla con su navaja óptica haciendo sangrar de la herida la película Un perro andaluz (1928), hablaba de eso, en clave de las relaciones entre hombres y mujeres. En política, no solo hace falta saber cómo disolver la ilusión y transformarla en poder, sino, más que nada, saber qué se hace cuando se lo tiene. De lo contrario, se la comenta en lugar de actuarla. Cómo no recordar la frase de Carlos Menem: "Si hubiese dicho en campaña lo que iba a hacer, no me votaba nadie". Visto retrospectivamente, a veces es mejor haber perdido, si se hubiesen sabido de antemano los precios que se iban a pagar. El expresidente, en lo personal, y el país, colectivamente.
Los próximos años, la Argentina deberá enfrentarse a un panorama extraordinariamente difícil. Quienes gobiernen podrán tener diversos signos políticos, pero el futuro no es para principiantes. Dosis hoy impensables de sacrificio van a ser necesarias. Tengo pleno conocimiento de que escribir estas cosas tampoco cosecha un tendal de votos. Si tuviera que resumir en una palabra el insumo crítico que necesitará el país, elegiría "conocimiento".
La carrera que en materia de inteligencia artificial disputa y enfrenta a China con los Estados Unidos no es diferente de lo que cabe esperar de la biotecnología. Las que se suelen llamar Crispr (repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente intersespaciadas, expresión que no es forzoso memorizar porque no está penado) son las familias de secuencias de ADN en bacterias, de donde surgió la tecnología llamada Crispr/Cas 9.
Este desarrollo permite cambiar los genes dentro de los organismos. Sus aplicaciones, que van desde la agricultura hasta la industria, de la medicina a la investigación para la defensa nacional, son inimaginables para muchos, pero no solo están siendo imaginadas por otros, sino materializadas. Esto dispara, al mismo tiempo, discusiones sobre cómo regular comportamientos y fijar estándares éticos. El caso de las dos mellizas chinas "editadas" con metodologías Crispr es un ejemplo. Nosotros seguimos hipnotizados por disputas de harén.
La Argentina necesita imperiosamente biotecnólogos, aunque no solamente. También en disciplinas STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas). Esto comienza con la educación básica, porque puede crecer el número de aspirantes, pero bajar la proporción de quienes aprueban los exámenes de ingreso. ¿Cómo hacer para que el país lleve a cabo esta verdadera gesta? Desde ya que es una cuestión de recursos, pero es mucho más un desafío y una apelación al sacrificio colectivo.
Vietnam tiene un ingreso per cápita de aproximadamente un tercio del de Argentina. Dicho esto, el rendimiento de sus jóvenes de hasta 15 años en matemáticas es tan excepcional en las más exigentes pruebas internacionales que ha dado pie a un verdadero caso de estudio. Las razones más aludidas son: la alta inversión en educación, el compromiso gubernamental, el adecuado plan de estudios, la formación continua de formadores, y el orgullo y la determinación familiares. La Argentina está entre los diez países con peor rendimiento en matemáticas.
Un informe que tiene un par de años determina que Vietnam puede ganar tres veces su actual PBI para 2095 si todos sus niños asisten a la escuela secundaria y todos ellos adquieren al menos conocimientos básicos en matemáticas y ciencias para 2030, partiendo de la base de que el mercado laboral será capaz de utilizar todo ese talento. Nada de esto es nuevo; solo es más urgente hoy que ayer.
Es una tontería comparar los países centrales con los periféricos, pero es un acto de prudencia saber lo que está pasando allí. Otra de las cuestiones que enfrentaremos los argentinos es la del trabajo.
En 2030, cada joven de 20 años tendrá aproximadamente 580.000 horas de vida. Para quienes ocupen cargos ejecutivos, el trabajo se llevará nada mas que 60.000 horas. Los cálculos pertenecen al sociólogo italiano Domenico de Massi y son aplicables a Alemania (y, acaso, a Italia). Otras 200.000 horas estarán dedicadas al cuidado personal (sueño, salud, etcétera), y 120.000 horas se invertirán en formación. Habrá 200.000 horas de tiempo libre: 8300 días y 23 años. ¿Qué hacer fuera del trabajo? ¿Nos aburriremos, nos deprimiremos (aquí hay bastantes psicólogos)? ¿Aumentará la violencia o reinará la paz social? La diferencia estará dada por nuestro nivel de cultura y de curiosidad. Otra vez el conocimiento, que ni es fashion ni es cool ni lo imparten las celebrities.
¿Cómo enfrentar el presente sin mirar al futuro? ¿Cómo gobernar sin saber con qué rumbo? ¿Cómo descontar el tiempo perdido? ¿Cómo salir de la antinomia entre haber aprendido a crear riqueza pero no a distribuirla adecuada y equitativamente? Dijo Warren Buffett: "Hay una guerra de clases; la estamos ganando los ricos". No se trató de una impertinencia, sino de una verdad.
En nuestro país, en materia política, basculan dos líneas de pensamiento, haciéndome cargo de la reducción. Por decirlo de algún modo: Ayn Rand y sus sacerdotes aborígenes, esto es, el individualismo, la absolución del egoísmo, la restricción del Estado y la libertad del mercado. Y Chantal Mouffe y sus epígonos locales, hijos de la heroína argiva, o sea, la radicalización de la tradición democrática moderna, la generalización de la revolución democrática, el antagonismo en términos políticos, la imposibilidad de disociar democracia y conflictividad.
Estudié con profundidad ambos pensamientos, y ambos me parecen seductores, según el público de que se trate. Claro que conocer un sistema no es sinónimo de compartirlo; en todo caso, implica respetarlo. No pueden ser sintetizados en uno, como son incompatibles los oxidantes con el flúor. Tarea para la política es que, a la hora de gobernar, sus polaridades no estén tan distantes como para que el antagonismo se transforme en reyerta parroquial y resquebrajamiento de las instituciones. Es la diferencia que existe entre antagonismo y simple agonismo, propio de los cuerpos colegiados plurales.
Lo pienso con dolor (o, como en los Filipenses (2:3-5), "...nada hagáis por contienda o por vanagloria"): la Argentina ya no puede perder más tiempo.
Quienes lean estas palabras entenderán lo que quiero decir: se sabe lo que se puede esperar de la actual administración. Desde mi punto de vista, que no es nuevo ni es privado, carece de los tres requisitos exigidos para pedir sacrificios (que son importantes y serán descomunales): ejemplaridad, exteriorización de hacia dónde vamos los argentinos y expresión clara del momento en que cada meta se dará por cumplida. La democracia, así como requiere alternancia, pide que la oferta sea ingeniosa, novedosa, generosa. Eso es tarea para los actores estelares de la oposición.
Más arriba traté de expresar qué es lo que según mi punto de vista está en juego. Y lo que tenemos por delante no lo considero en absoluto un juego.
Excanciller