Para el Partido Demócrata, es la hora de la reflexión
“No funcionó”, admitió, lacónico y con una evidente frustración, un viejo compañero de estudios devenido en integrante del equipo de campaña de la vencida candidata demócrata, la todavía vicepresidenta Kamala Harris. Habían reemplazado con un golpe del establishment partidario a un Joe Biden que se encaminaba a una derrota segura. “Al final de cuentas, la supuesta solución siguió siendo parte del mismo problema”: ella no pudo despegarse lo suficiente de lo que el electorado reclamaba que hacía mal, en especial la economía, que mejoró mucho en términos macro, pero no en la percepción de la ciudadanía. También, la cuestión de la inmigración ilegal y su impacto en la inseguridad ciudadana. Si, como sugería, tenía planes tan originales y efectivos para responder a las demandas insatisfechas de la sociedad… ¿qué esperaba para implementarlos?
Es bastante común que los gobiernos consideren que están en el camino correcto, o al menos en el mejor posible, y se aferren a resultados parciales o interpretados con sesgo optimista. Suele haber una inclinación a la autoindulgencia, aunque muchas veces se obturan las voces autocríticas o no se desarrollan mecanismos de monitoreo para detectar de forma temprana inconsistencias o falta de efectividad. En este caso, se presumió que el problema era el candidato: Biden no podía ocultar sus problemas cognitivos y el debate por TV precipitó la crisis que derivó en su reemplazo. La lectura careció de profundidad: la cuestión de fondo abarcaba también buena parte de las iniciativas y concepciones de la política que impulsaba su administración.
Una derrota de magnitud y trascendencia como la sufrida por los demócratas debería conducir a un serio, reflexivo, analítico y frío proceso de revisión de las tácticas y las estrategias desarrolladas desde la irrupción del fenómeno Trump, hace ya casi una década. Desde la noche del martes pasado se escucharon, sobre todo en los medios de comunicación y por parte de los voceros más críticos del presidente electo, voces que buscaban culpables de forma entre superficial y disparatada. Eso no fue todo: a pesar del revés electoral, asignaban la responsabilidad al resto de la sociedad, con el foco puesto en el electorado que rechazó la fórmula Harris-Walz y, con lupa, en los supuestos votos casi “cantados” que se comportaron “en contra de sus intereses”. Por ejemplo, como ocurrió entre hombres jóvenes o afroamericanos: habría un alto umbral de racismo o de machismo explicando por qué no se inclinaron por una mujer negra. Esto nos remite a los penosos argumentos de “falsa conciencia” de la minoritaria y elitista izquierda marxista para explicar sus sistemáticos fracasos electorales, expresados por el apoyo de sectores populares a candidatos de otros partidos.
El recuento de votos en los swing states, que en algunos casos aún no ha finalizado, pone de manifiesto que se confirmó la paridad que pronosticaban los sondeos. Cada cual atiende su juego: algunos consideran que esto sugiere que la planificación de la campaña por parte de los demócratas, así como su candidata, no fue tan mala como los sectores más críticos dentro y fuera de ese partido sugieren. Entre ellos se destaca el senador por Vermont Bernie Sanders, precandidato presidencial en 2016 y 2020, autopercibido socialista y también víctima de golpes palaciegos por parte de la nomenklatura partidaria, con connotaciones similares a los que sufrió Biden (sin negar los problemas de salud del actual mandatario), quien declaró el miércoles que nadie debía sorprenderse de que los trabajadores norteamericanos hayan abandonado al Partido Demócrata, pues esta fuerza les dio la espalda a sus demandas y aspiraciones.
Más inquietantes aún son los argumentos de segmentos más moderados, incluyendo algunos de los principales donantes a las causas demócratas. “Perdimos frente a un mal candidato, que fue un mediocre presidente y que estaba acosado por infinidad de causas penales (que habrán de disiparse, pues las reglas del Departamento de Justicia impiden que avancen causas en contra de mandatarios en funciones). Teníamos muchísimos más recursos económicos y sin embargo…”, admitió un conocido abogado de Charlotte, vibrante centro financiero del sudeste del país, que trabajó en la campaña del gobernador electo de Carolina del Norte, Josh Stein. Con inocultable frustración, apuntó a la derrota de la “agenda woke”, esas iniciativas teóricamente “progresistas” impulsadas por los núcleos demócratas más radicalizados entre las que destacan concepciones muy ideologizadas de género, cambio climático, seguridad ciudadana, inmigración y aumento de impuestos y las regulaciones, sobre todo al sistema financiero. Se trata de una minoría intensa que domina muchos resortes dentro del partido y un ecosistema de medios de comunicación e instituciones educativas y think tanks que logró imponer esta serie de prioridades, valores y creencias controversiales con la hipótesis nunca comprobada de que se trataba de preocupaciones compartidas por el conjunto de la sociedad o, al menos, por el elector independiente. “Esto nos alejó del votante medio y sería un terrible error insistir con esta visión tan sesgada”, agregó.
Esta decepción electoral debería favorecer el planteo de interrogantes incómodos que saquen a los demócratas de su actual zona de confort. Por ejemplo, para explicar el fracaso de Hillary Clinton y de Kamala Harris a la hora de enfrentar a Trump en 2016 y 2024 respectivamente, mientras que el propio Biden demostró ser más competitivo. ¿Se trata de una cuestión de machismo o de racismo residual o, por el contrario, de calidad o atractivo de las candidatas? Hipótesis contrafáctica: ¿qué hubiera pasado si Michelle Obama o hasta Oprah Winfrey hubieran abandonado sus cómodos pasares para involucrarse en el barro de una aventura presidencial? ¿Tenían los demócratas mejores candidatos que ellas para abordar este desafío con más chances? ¿Estaban a la altura gobernadores como Gretchen Whitmer (Michigan), Gavin Newsom (California), Josh Shapiro (Pensilvania), J.B. Pritzker (Illinois) o el mismo Andy Beshear (Kentucky)? ¿O senadores moderados como Joe Manchin (Virginia Occidental) o el carismático Cory Booker (Nueva Jersey)? Lo cierto fue que Kamala Harris fue casi impuesta por el desplazado Joe Biden, lo que condicionó el margen de maniobra de la burocracia partidaria para seleccionar una alternativa potencialmente más seductora. Por otra parte, no se puede soslayar que la convención partidaria de Chicago pudo haber sido testigo de enormes peleas internas si no hubieran llegado con una candidatura unificada.
Si los temores que tantos tienen en el sentido de que la democracia norteamericana, con el impacto global que esto implicaría, corre serios riesgos de entrar en una zona de turbulencias e incluso de derivar en una erosión severa que ponga en crisis los frenos y contrapesos previstos en el actual andamiaje institucional, el Partido Demócrata tiene la obligación de reaccionar de forma inmediata, realizar una autocrítica tan severa como profunda y definir con pragmatismo y sentido común un plan estratégico a partir de las demandas del conjunto de la sociedad y no de las minorías que siguen dominando su narrativa y son en gran medida responsables del naufragio sufrido el martes pasado.ß