Para domar la inflación hay que romper un círculo vicioso
La gran mayoría de los países respetan las reglas de la macroeconomía, lo cual les permite mantener la inflación bajo control y lograr un desarrollo económico de largo plazo. Por supuesto que ese equilibrio económico a veces se rompe por factores exógenos, como el aumento del costo de la energía provocado por la invasión de Rusia a Ucrania. El aumento de la inflación a niveles que hace décadas no se veía ha requerido medidas de ajuste monetario, con fuertes subas de tasas de interés que hacen más lento el crecimiento o aun provocan recesión. Pero a la larga o a la corta la inflación baja y la economía se recupera sin necesidad de controles de precios.
En un contexto macroeconómico equilibrado y abierto a la competencia local e internacional, las empresas no suben sus precios, porque si lo hacen se exponen a perder ventas a manos de sus competidores. Es más, se preocupan para lograr aumentos de productividad que les permitan bajar sus precios y aumentar de este modo su participación en el mercado.
En la Argentina, el equilibrio macroeconómico y la competencia por el mercado hace décadas que no tienen vigencia. Por un lado, el monstruoso nivel del gasto público ha generado un endémico déficit fiscal que normalmente se financia con inflación o con endeudamiento, dando lugar a defaults y crisis del sector externo. Casi siempre se buscó solucionar estos desequilibrios a través de controles de precios, subsidios a las tarifas públicas o controles de cambio, sin ningún éxito, como lo demuestra la permanencia de altísimas tasas de inflación muy, superiores a los niveles internacionales, y al estancamiento que ha sufrido la economía en las últimas décadas.
Pero aun suponiendo que de golpe los argentinos descubriéramos que la macro en equilibrio es absolutamente necesaria para bajar la inflación, existe un obstáculo para mantener las tasas bajas en forma sostenible en el tiempo. El problema es que a lo largo de los años tampoco ha funcionado en el país la competencia, que es lo que en realidad hace mantener los precios bajos y estables. En la Argentina existen solo unos pocos sectores competitivos internacionalmente: la agroindustria, los servicios de la denominada “economía del conocimiento” y algunas ramas de la minería. También los sectores siderúrgico, aluminio y autos exportan, pero con considerable protección externa. El resto está enfocado en vender en un mercado interno reducido, con pocos competidores y con elevada protección, no solo arancelaria sino también con medidas que restringen la competencia, como los permisos previos de importación.
Una política antiinflacionaria que limite la demanda a través de la restricción monetaria, como ha ocurrido en varias oportunidades y como se intenta tímidamente aplicar ahora, inicialmente provoca una recesión económica que hace bajar los precios. El problema es que cuando baja la inflación y la demanda empieza a mostrar signos de recuperación, las empresas tratan de recuperar sus ingresos, no a través de mayores volúmenes de ventas, sino volviendo a aumentar sus precios, sin temor a perder mercado por la protección externa.
Obviamente, la solución vendría de la mano de una mayor competencia a través de una apertura de la economía. Pero aquí se presenta un problema: la Argentina no cuenta con dólares suficientes como para aumentar sus importaciones, como ha ocurrido en las últimas décadas, lo que ha limitado sus posibilidades de crecimiento. La actual restricción externa a la que se ve enfrentado el país, que obliga a “administrar las divisas”, expone esta dura realidad.
Para poder importar más deberían aumentar las exportaciones, pero la falta de economías de escala de las empresas, por estar enfocadas en un mercado interno reducido, y un tipo de cambio subvaluado, hacen que muchas empresas no estén en condiciones de exportar. Por otro lado, abrir la economía con un tipo de cambio bajo suele provocar la quiebra de muchas empresas, sobre todo de las pymes.
Por lo tanto, la manera de romper este círculo vicioso de proteccionismo e inflación, que por más que se apliquen las necesarias medidas macroeconómicas no permite bajar la inflación en forma sostenible, pasa por eliminar gradualmente las restricciones a las importaciones. Pero al mismo tiempo los gobiernos deben comprometerse a mantener un tipo de cambio único y suficientemente alto como para aumentar las exportaciones, abandonando la idea de que, con un tipo de cambio bajo, utilizando este instrumento como ancla, se puede controlar la inflación en forma sostenible en el tiempo.