Papel: 1 / E-book: 0. El apocalipsis que nunca llegó
Mientras caen las ventas de libros digitales en varios países, la profecía sobre el fin del papel está cambiando: la convivencia entre formatos será el signo de la lectura que viene
Anunciaban un gran éxodo -algunos, todavía lo dicen-: lectores que, como manadas desbocadas, se lanzarían hacia los libros digitales y olvidarían para siempre la idea de la biblioteca material, de sus páginas subrayadas a mano, las flores secas, los papelitos que quedan guardados en los libros viejos. Por un tiempo, los números dieron la razón en Estados Unidos, donde el mercado editorial apostó el grueso de sus fichas a lo electrónico: mientras las ventas de e-books se disparaban, las de los libros impresos se estancaban y, en muchos casos, caían. La noticia de la quiebra de Editorial Fronteras en 2001 alimentó ese presagio apocalíptico.
Pero algo pasó. Como si en el último round, el cuerpo del viejo boxeador sobre la lona empezara a agitarse y a dar pelea otra vez. Este año, las ventas de libros digitales disminuyeron en Estados Unidos y empezaron a inaugurarse más librerías tradicionales. Los grandes sellos comenzaron a buscar espacio extra para guardar las futuras tiradas. Hachette amplió su almacén de Indiana, y Simon & Schuster, sus galpones de Nueva Jersey. Random House invirtió cerca de 100 millones de dólares para almacenamiento y para acelerar la distribución. Espacio físico y dinero: así puede medirse la apuesta por lo tradicional. El diario The New York Times prestó especial atención a esos datos, para ellos sorpresivos. Pero ¿de veras peligró alguna vez la existencia del libro tradicional? ¿Peligra aún? ¿Qué pasa en la Argentina? ¿Por qué, todavía, lo incierto es la única certeza? En definitiva, ¿el libro en papel y el electrónico protagonizan o no una batalla?
Hagamos primero un repaso veloz. El primer libro digital fue Del asesinato, de Thomas de Quincey, en 1993. Casi dos décadas antes, en 1971, el Proyecto Gutenberg nacía con la intención de ser una biblioteca digital gratuita. En 1995, Amazon comenzó a vender libros digitales online y esa iniciativa redefinió la cancha. Cuando en el año 2000 Stephen King lanzó en digital su novela Riding the Bullet armó alboroto. Si el maestro lo hacía, ahí había algo a lo que prestar atención. Se trató de una edición que fue directo al formato electrónico y en 24 horas vendió casi medio millón de ejemplares.
Ese año, también, nació el proyecto Google Books, que buscó ser una biblioteca virtual sin precedentes. La primera empresa de libros digitales en español fue Todoebook. En 2002, los grandes sellos se sumaron a la movida y vendieron en ese formato sus títulos más populares. Un año importante en esta línea de tiempo también fue 2007, cuando Amazon lanzó su Kindle, el e-reader más popular. Tres años después, Apple lanzó el iPad y comenzó a vender también libros digitales.
En todos estos años, en Estados Unidos el e-book se convirtió en un negocio rentable y por un tiempo duró el idilio. Pero este año la Asociación Americana de Editores informó que en los primeros cinco meses de 2015 la venta de libros digitales disminuyó un 10%. En la otra vereda, desde la Asociación de Libreros Americanos contaron unas 1712 tiendas activas en 2015, unas trescientas más que hace cinco años. En especial, las librerías independientes fueron las beneficiadas.
Para Juan Ignacio Boido, director editorial de la filial argentina de Penguin Random House, "lo que está cambiando la circulación de libros es el e-commerce más que el e-book. En la lengua inglesa, el 30% de los libros que se venden son digitales y el 70%, en papel. Pero el 70% de los libros se venden por Internet. Amazon popularizó el e-book con una plataforma de ventas montada desde cero. Es una situación muy única porque fijó el paradigma. Su llegada generó dificultades a las librerías, pero no por el e-book, sino por la capacidad de vender puerta a puerta con una logística espectacular y una posibilidad de vender libros a precios muy bajos, casi a precios irrisorios".
Un monstruo inofensivo
En el mundo hispano, el fantasma del libro digital que devora libros de papel se ve inofensivo. México, por ejemplo, es testigo de una convivencia armoniosa. Según la revista Forbes de ese país, "a pesar de que la producción del libro electrónico con la del impreso aún no encuentra equivalencia, la industria digital de libros en México crece cada año". España, por su parte, en un contexto de crisis, vio un tanto resentida su industria editorial y, a su vez, la pata digital de ese sector encendió la luz de esperanza: con una tímida recuperación, el año pasado, celebraron el crecimiento de la venta de e-books, que aumentó un 37%, según los datos del gremio de editores.
"El mundo digital es un arma de doble filo; el promisorio futuro del e-book no llega, pero nos ha distraído cinco años", escribía hace un tiempo en su blog el agente literario Guillermo Schavelzon. La Argentina mantiene su propia lógica. ¿Qué pasa aquí? Según el Libro blanco de la industria editorial de la Cámara Argentina de Publicaciones, se publicaron en el último año un 42% más de títulos. Se señala allí que la tímida repercusión del libro digital se debe a la poca oferta en la variedad de libros digitales, al alto precio de los dispositivos para leerlos y a la falta de confianza de sistemas de pago online. En 2014, el libro electrónico, según un informe de la Cámara del Libro, representó el 18% del total de los registros. En especial, lo eligen las universidades, públicas y privadas, que editan en ese formato uno de cada cuatro títulos. Y el podio de los libros digitales editados y registrados -no de su venta- se integra con e-books de literatura, ciencias sociales y escolares, en ese orden.
Los sellos grandes, por su parte, tienen todo su catálogo digitalizado. "La Argentina no sólo tiene una realidad distinta, sino que también tiene una cantidad de experiencia transitada en libro digital que te da otra información -dice Boido-. El dumping está prohibido, el libro está protegido, hay un precio único. Aquí hay un e-commerce creciente y saludable, pero el país no entró de lleno al mundo del e-book. Hoy es un formato más. Tenés los países que hacen tapa dura, tapa blanda, bolsillo y, ahora, digital".
Hace cinco años, Roberto Igarza, especialista en cultura y nuevos medios, hizo una investigación en la Feria del Libro. Su objetivo fue hablar con libreros, editores y otras personas cercanas al ambiente editorial y preguntarles cuáles eran sus expectativas en torno al libro digital. En su mayoría, le respondieron que lo veían como algo positivo, pero todavía no tenían información suficiente para encarar ese tipo de actualización. ¿Qué pasó en este tiempo?
Igarza resume: "Subsisten algunas características vinculadas a las dificultades de definir un modelo de negocio y, como en cualquier emprendimiento de contenidos web, la dificultad de monetizarse". ¿Por qué? "Hay dudas respecto de cómo va a acceder el usuario, de cómo llega el contenido y de cómo esos consumos pueden traducirse en dinero. Eso es válido tanto para el diario como para la industria del libro", dice. Y como el libro opera en entornos muy diferentes, Igarza pone también la lupa sobre lo estatal: "En la escuela, el libro de texto es prescriptivo, por lo que no funciona del mismo modo que funciona el libro por gusto. Si ahí no ha habido una aceleración del cambio como hubo en otros países, quizá se deba a una transición que el Estado ha ido moderando".
Duelo de paradigmas
Los augurios de que el formato digital terminaría por aniquilar el papel se repitieron con frecuencia. Algo similar a lo que ocurría con la muerte anunciada -y nunca cumplida- de la radio frente a tecnologías nuevas como la televisión. Una especie de apuesta por ver quién se come a quién y en la que el formato digital daría el tarascón fatal, convertido en el agujero negro que terminaría por tragarse todo. "Más que pronósticos, yo creo que eran deseos encubiertos -dice Fernando Fagnani, editor general de Edhasa-. El libro digital tuvo un ascenso muy grande en 2013. Rápidamente, como suele pasar cuando se trata de un formato que a las empresas tecnológicas les interesa mucho que se imponga, se llegó a una conclusión: que iba a desplazar al papel. El libro digital existe y tiene lectores. No se puede ignorar su existencia, pero no hay que pensar que es una topadora".
Para Fagnani, es "una cuestión de ignorancia": para entender un fenómeno se aplican categorías que no son apropiadas. "Sacan conclusiones que tienen que ver con otros formatos, con otros mercados. Los fenómenos nuevos de la tecnología se adaptan de manera muy distintas según las sociedades a las que llegan", concluye. Igarza coincide: "El paradigma digital no viene a reemplazar algo anterior, porque el libro responde a una historia de acumulación y no de reemplazo en los medios de comunicación".
Para Nicolás Mavrakis, autor del libro digital #Findelperiodismo y otras autopsias en la morgue digital, la clave está en "la complementariedad entre los formatos": "Hay muchos libros que el mercado editorial local no reedita, no tradujo ni publica, y que en cambio sí circulan gratis en la Web. Por otro lado, no conozco casi ningún lector con dispositivo electrónico que pague por sus e-books, un producto al que, en términos de piratería, es tan fácil acceder como se accede a música o películas. Por lo tanto, la convivencia entre los formatos, en términos prácticos, suele funcionar como complemento digital de una oferta analógica incompleta o insatisfactoria antes que como «batalla»", dice.
Desde otro ángulo, Octavio Kulesz, de Editorial Teseo, opina: "Existe actualmente una batalla titánica en el mundo del libro, pero no es tanto entre soportes sino entre lógicas distintas. Un paradigma analógico, que gira en torno a la producción en masa, al almacenamiento físico y a la consignación en librerías versus un paradigma digital que gira en torno a Internet, donde los objetos se producen a pedido, no se almacenan y se venden en firme".
Hay un antes y un después de Amazon. La tienda online más grande del mundo (arrancó con libros y hoy vende de todo, produce contenidos y hasta tiene su propia moneda) se volvió un universo de dominios rendidores y casi inabarcables. Precios más bajos, mayor cantidad de libros vendidos; ésa es la ecuación que defienden. Una lógica celebrada, además de por los lectores, claro, por los autores independientes y las pequeñas editoriales. Con su reinado intacto, Amazon controla el 65% de las ventas en electrónico, y ahora ideó un sistema de suscripción: por diez dólares mensuales se puede acceder a la lectura digital ilimitada.
"En todo el mundo venden libros digitales a un dólar y acá se están vendiendo a 8,10 dólares. ¿Por qué vender a noventa pesos en formato electrónico un libro que se vende en papel a $ 140?", pregunta Lucas Oliveira, de la Editorial Funesiana, que lleva la autogestión como bandera. Para él, ambos formatos van felizmente de la mano: "Hay un montón de autores que no habría podido leer si no fuera por el PDF o el e-pub que suben. A mí me abrió la capacidad de lectura. Después, si eso se puede comercializar o monetizar... no. Es un problema de otro tipo de conocimientos. Hay que tratar de desenmarañar la cuestión del marketing. En los portales como Bajalibros (plataforma de venta digital de libros) hay sólo títulos de los grandes grupos, pero hay otras editoriales que funcionan, como Outsider, Blatt & Ríos o Los-proyectos, de Cecilia Espósito".
Cuando Nicolás Mavrakis eligió el formato digital lo hizo para sortear "los límites de circulación que impone una editorial analógica". "Por supuesto, en esa decisión hay ventajas y desventajas -dice-. El formato digital no tiene fronteras en términos de distribución ni ejemplares, pero tampoco tiene las instancias de legitimación ni circulación del formato analógico. Si el e-book circuló entre periodistas y después entre profesores y estudiantes de periodismo de distintas universidades, como pasó, fue porque quedó en libertad de trazar su propio recorrido en la Web". Esa libertad de circulación es lo que celebran tanto las editoriales pequeñas como las multinacionales.
¿Qué futuro tiene el e-book? Lo único seguro es lo incierto. Fagnani dice: "Es hábito. Siempre es difícil de pronosticar cuándo y por qué la gente va a cambiarlo". Y Oliveira asegura que hay una maraña todavía no desentrañada: "Si el 40% de la población tiene celular, no me cierra que sólo lean diarios. Es el gran desafío de las editoriales. ¿Cómo te das cuenta si está leyendo un libro electrónico? Hay pequeñas aplicaciones para tratar de diferenciar esas lecturas, pero todavía no está nomenclado. Es increíble la cantidad de gente que lee en el celular. De ahí a saber si es un libro de Sergio Bizzio, de Florencia Bonelli o de Lanata, no hay datos".
Los llaman "lectores anfibios". Mantienen el interés tanto por el libro en papel como por el electrónico. Los editores norteamericanos describen así a quienes leen cómodos con ambos dispositivos. Y un detalle más: los jóvenes prefieren la lectura en papel. En eso coinciden también los editores argentinos. Pero, según Igarza, no es una lectura tradicional: "Es hora de interesarse más por la lectura que por los soportes -dice-. Si empezamos a medir el comportamiento de los lectores quizás aprendamos mucho más. Que no haya evolucionado la venta de e-books no significa que el paradigma digital no haya interceptado la lectura y la escritura. Es una escena transmedial".
Igarza propone el ejemplo de una adolescente que lee la trilogía Crepúsculo de Stephenie Meyer. Imaginémosla: lleva el libro en su bolso, habla sobre él con sus amigos, ve la película en el cine, participa en una plataforma de fanfiction. No ve batallas entre soportes, los hace dialogar.