Papa Francisco: mantener los puentes en pie acerca el objetivo de la paz
La atrocidad de la guerra en Ucrania, desatada por la invasión rusa, conmueve a millones de personas en el mundo. Los efectos sociales, culturales y económicos se perciben no sólo en Europa, sino también en todas las latitudes y encuentran mayoritariamente expresiones condenatorias hacia la violencia manifiesta. El papa Francisco, recurrentemente malinterpretado en su país, no ha sido la excepción y desde un comienzo procuró con entereza, firmeza y humildad evitar que la sangre fuera derramada, evitar tal vez el desafío que anunciara Huntington en el Choque de civilizaciones.
Cuando apenas habían transcurrido horas de la invasión de Rusia a Ucrania, Francisco ensayó una visita personal a la embajada rusa en el Vaticano. Pero las gestiones no terminaron allí: enviados del Papa no han cesado en sus intentos por convencer a Putin de un cese del fuego.
El delicado equilibrio que le impone su figura ante la perspectiva de la iglesia ortodoxa rusa, proclive a un apoyo explícito de Putin y la invasión, no le impidió sin embargo a Francisco exhortar el fin del conflicto, rezar públicamente por la paz y besar en audiencia general la bandera de Ucrania.
“Las recientes noticias sobre la guerra en Ucrania, más que traer alivio y esperanza muestran en cambio nuevas atrocidades, como la masacre de Bucha”, dijo en la audiencia general de Semana Santa, tiempo especialmente significativo para todos los cristianos. Francisco fue más lejos y habló de “sangre inocente que grita hasta el cielo e implora que se ponga fin a esta guerra, que se hagan callar las armas”.
En términos estrictamente religiosos, Bergoglio dedicó especiales palabras al conflicto al señalar que los ataques “representan un ultraje a Dios, una traición, una blasfema al Señor”.
Al tiempo que critica al patriarca Kiril por su acercamiento a la posición rusa en esta invasión –consciente del ruido que esto provoca en la construcción ecuménica de ambas iglesias-, Francisco manifiesta: “En Ucrania corren ríos de sangre y lágrimas. No se trata solo de una operación militar, sino de guerra, que disemina muerte, destrucción y miseria”.
Con liviandad y mirada “argentinocéntrica”, se escuchan habitualmente críticas a la figura papal. La banalidad en las consideraciones a veces repetidas a coro esconden detrás peligrosas conclusiones.
Son los propios obispos argentinos quienes, días atrás, reflexionaron sobre este tema sin medias tintas: “Nos duele el maltrato injusto a tu persona, sobre todo en el país”, dijeron.
Aunque pasen los años y la mirada permanezca a veces nublada, el desafío sigue interpelándonos a los argentinos: comprender y respetar el rol que Francisco lleva adelante en un mundo atravesado por el desencuentro, la exclusión, el dolor y la violencia. La historia nos muestra que los distintos papas han tomado siempre el camino de mantener puentes con la intención de ser mediadores y en este camino también han recibido críticas. El camino de la paz es duro. Benedicto XV fue criticado durante la Primera Guerra Mundial, Pio XII durante la Segunda, y Juan Pablo PII expresaba su dolor ante la guerra en Irak, aún sin mencionar explícitamente a los Estados Unidos. En nuestras latitudes, Juan Pablo II logró mediar y frenar un inminente conflicto sólo cuando Chile y la Argentina le pidieron o aceptaron su mediación.
Su testimonio es claro, perseverante y fiel al mismo padre Jorge que caminaba los barrios de su ciudad algunos años atrás. De cada uno dependerá poder advertirlo y resignificar la tarea que ofrece a la humanidad el papa argentino.
Sí, el Papa argentino.
Diputada Nacional Juntos por el Cambio