Panorámica. Voces latinas y el eterno ritual de la fiesta
Florida, Miami. Seguidores del músico portorriqueño Mora acompañan uno de sus últimos recitales
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Nacido en Puerto Rico en 1996, Gabriel Mora Quintero tuvo una infancia de flauta y piano, básquet y tenis, y un recorrido escolar que en algún mometo lo llevaría a estudiar Economía en la Universidad de Puerto Rico y, luego, pasar por las aulas del Berklee College of Music.
Pero nada de eso funcionó. O, al menos, nada de eso pudo compararse con lo que ocurrió a partir de 2017, cuando decidió probar suerte en el mundo de la música urbana, compuso algunas canciones y dio marcha a la rueda que hoy, entre otras cosas, desemboca en esta foto. Ni Gabriel ni Quintero, el joven nacido en Puerto Rico hoy es conocido como Mora, se posiciona en Spotify, hace sonar su nombre junto a los de Nicki Nicole y Bud Bunny, y genera escenas como la que se despliega en estas páginas.
Gestos latinos, rostros criollos y, de este lado de la foto, el ritual universal, un esperanto conocido por todos: celulares en alto, flashes encendidos, devoción cantada, bailada, gritada, ofrendada.
Son fans, puro ojos y voces latinas, encantados y desvelados por el portorriqueño que canta frente a ellos. Son, también, parte de uno de los fenómenos culturales más intensos de esta época. La música cantada en español, trap y reggaeton, tecno y ritmo que, hoy por hoy, se hicieron globales. Habrá que buscar, si los hubiera, otros momentos en que nuestra lengua reinara como lo está haciendo en el mercado de la música internacional.
Gestos latinos, rostros criollos y, de este lado de la foto, el ritual universal, un esperanto conocido por todos: celulares en alto, flashes encendidos, devoción cantada, bailada, gritada, ofrendada.
Porque de eso se trata. Hay algunos que toman fotos y con ello se inscriben en una época que apenas sabe ver sin la mediación de alguna pantalla. Pero la mayoría está mirando con sus propios ojos; escucha con sus oídos y cuerpos, y acompaña con la luz de los flashes, antorchas de este siglo.
Flashes y smartphones, ceremonia pagana, coro espontáneo que sigue a la estrella del momento; ya ocurrió y seguirá ocurriendo. Es la danza de lo humano que, cada tanto, se permite su momento de fiesta.