Panorámica. En las noches de superluna el cielo está más cerca
MERSIN, Turquía. Una superluna se asoma sobre el Mediterráneo, frente a un complejo residencial costero
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La que hoy termina fue una semana, digamos, espacial. Porque el miércoles, cuando aún no se había diluido la maravilla ante las imágenes del universo reveladas por el telescopio James Webb, hubo superluna.
En cada rincón del planeta, el atardecer de mediados de esta semana fue distinto. Nuestro satélite asomó temprano y especialmente poderoso, un 10% más cercano a la Tierra de lo que estuvo y estará durante este año.
En el hemisferio norte a la superluna de julio la llaman “Luna de Ciervo”, porque aparece en la misma época en que a los jóvenes ciervos machos les crecen nuevas astas. Para quienes habitan por esas zonas, la coincidencia entre ambos fenómenos tiene resonancias espirituales. Podría ser un recordatorio de que siempre estará dada la posibilidad de un nuevo comienzo, un nacimiento, una nueva oportunidad.
Fue una semana especial, días en los que se impuso mirar al cielo, recordar su belleza, aceptar su misterio, reconciliarse con lo diminuto de nuestra presencia.
No solo es cuestión de denominaciones. Allá, en el hemisferio norte, tuvieron el honor de verla particularmente luminosa e incluso –como muestra esta imagen tomada a orillas del Mediterráneo– de un tono anaranjado, casi rojo. Un pequeño sol nocturno, una brasa encendida al comienzo de la noche que poco a poco, en la medida en que se separaba del horizonte, iría recobrando la blancura habitual.
Fue una semana especial, días en los que se impuso mirar al cielo, recordar su belleza, aceptar su misterio, reconciliarse con lo diminuto de nuestra presencia.
El James Webb nos mostró la abrumadora aglomeración de las galaxias, los colores inauditos de las nebulosas –y ese dato: son el vestigio de estrellas moribundas–, la violencia infinita que preside el surgimiento de los astros, la voracidad de los agujeros negros.
Lejos y al mismo tiempo parte de la inmensidad, nuestros ínfimos pasos, las casas junto al mar, la mirada que en cualquier ciudad remonta al cielo y piensa en los diversos modos del más allá.