Panorámica. Cultura y barbarie, una historia de jamás terminar
ODESSA, Ucrania. En medio de la guerra, las bolsas de arena protegen al monumento del duque Richelieu
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La barbarie y la cultura entrelazadas: ese déjà vu eterno, fatal. Esta vez, es Odessa la que se prepara. Sus habitantes organizan refugios, cuentan las horas, escuchan las noticias, miran con ansiedad el cielo. Esto ya se vio, se vio tantas, infinitas veces. Esta ciudad ya supo enfrentar la ferocidad humana. Y todo anuncia que podría volver a hacerlo.
Aquí vemos una imagen que contiene dentro de sí buena parte de la historia moderna. Es un monumento cubierto de sacos de arena, un intento de preservar la identidad cultural –quizás no solo eso– antes de que las bombas arrasen.
Se trata del monumento al duque Richelieu, entramado en la vida de Odessa tanto como el mar frente al cual se erigió y la escalinata que se abre al frente, en el fuera de campo de esta foto.
Por supuesto, es la escalinata de Odessa, la de El acorazado Potemkin, la que se convirtió en símbolo más allá de los límites de su lugar de origen, cuando el cineasta Sergei Eisenstein reconstruyó la masacre que tuvo lugar allí en 1905. Por estos días, el fantasma de aquel carrito de bebé –momento glorioso del montaje cinematográfico–volverá a desmoronarse en medio de las balas; volverán los rostros desencajados de los que mueren, las sombras largas de los que matan.
Los monumentos se cubren con los mismos sacos con que se hacen barricadas, la geopolítica mueve sus fichas. Y la sangre la pondrán los mismos de siempre.
La escalinata de Odessa, a la que no es posible cubrir de sacos de arena, temblará ante los posibles, temidos, bombardeos. Lo mismo harán –lo están haciendo– el Gran Teatro de Ópera y Ballet, el Museo de Arte Occidental y Oriental, el Museo de Bellas Artes. Y los cafés, los puestos de venta callejeros, las librerías, los comercios, cada pequeño rincón donde pulsan las vidas pequeñas, esas a las que quizás Eisenstein les importe poco, pero que igual quieren que su ciudad siga en pie.
Los monumentos se cubren con los mismos sacos con que se hacen barricadas, la geopolítica mueve sus fichas. Y la sangre la pondrán los mismos de siempre.