Panorámica. Cómo ser niño en la fría noche del destierro
Medyka, Polonia. En este paso fronterizo con Ucrania, crece el número de civiles expulsados por la guerra
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Un peluche es eso que los niños llevan en el bolso cuando se quedan a dormir en otra casa: la superficie blanda, el aroma dulzón que les dice que todo está bien, que un pedacito del hogar permanece allí, suave y mullido, entre sus brazos.
En esta foto, Helena, ni tan grande ni tan chica, oriunda de la ciudad ucraniana de Lviv, sostiene sus peluches mientras descubre la desnuda noche del destierro. Los muñecos tienen las etiquetas de lo recién adquirido: un resto de niñez, una compra tal vez apresurada, hecha en el fragor de los últimos días, cuando nadie creía que esto que está pasando iba realmente a ocurrir.
Nos engañaron.
Nos engañaron las películas, los relatos, las novelas, incluso los juegos electrónicos. No hay nada épico en la guerra. Ninguna epopeya. Solo cuerpos reventados, casas destrozadas, vidas arrojadas por la alcantarilla. Miren a Helena, su dolor, el cansancio.
Nos engañaron. Ni la guerra es épica, ni la historia se termina, ni los seres humanos podemos darnos el lujo de prescindir de nuestra pequeña, laboriosa y común cotidianeidad.
En ella, en ese modo de permanecer a expensas de la atrocidad de los otros, están todas las niñas que en este momento, en demasiados rincones del mundo, vegetan en rutas, pasos de frontera, campos de refugiados. Pero al mismo tiempo, con la crudeza de lo intransferible, en ella palpita su propia, única, irrepetible existencia: una chica que hasta hace pocos días vivía una vida como cualquier otra y ahora es una refugiada, quizás huérfana, seguramente portadora de una herida de la que no podrá deshacerse tan fácilmente.
Nos engañaron. Ni la guerra es épica, ni la historia se termina, ni los seres humanos podemos darnos el lujo de prescindir de nuestra pequeña, laboriosa y común cotidianeidad. En las grandes catástrofes, cuando ese delicado marco salta por los aires, se abren las puertas de cuanta miseria, odio, bajeza y mezquindad sean posibles.
La guerra no es épica, es sórdida y brutal. Y en la primera línea de sus víctimas están todas las Helenas del mundo.